El nuevo desorden económico internacional

José De Echave C.

¿Cómo ser liberal a ultranza, al mismo tiempo admirador de Trump y no morir en el intento? Varios liberales y, al mismo tiempo, admiradores confesos de Trump (que no son pocos), deben estar pasando una situación tremendamente incómoda cumplidos los primeros 100 días de su gobierno. Durante décadas defendiendo las recetas del Consenso de Washington, el libre mercado y es precisamente desde Washington que les comienzan a desmontar toda la arquitectura y la utopía liberal, incluido instrumentos portaestandartes como los tratados de libre comercio (TLC).

Durante todos estos años no se cansaron de afirmar que no había otra forma; el liberalismo económico era el camino al éxito de las naciones y había que implementar la receta completa y al pie de la letra. No importaba que la realidad y la historia mostraran que las naciones supuestamente más exitosas no habían aplicado la fórmula con el rigor que exigían.    

En Argentina, un personaje como Milei construyó su capital político desatando una crítica mordaz contra las políticas de sus adversarios políticos, que, por supuesto, incluían mecanismos proteccionistas. No hace mucho, a finales del año pasado, en la  Cumbre del Mercosur, el presidente argentino cuestionó el proteccionismo promovido por ese bloque regional en los últimos 20 años y el sistema de arancel externo común y reiteró que la única defensa de las naciones es la promoción del libre comercio: “El arancel externo común no sólo encareció la importación de bienes productivos, volviendo a nuestras industrias locales más caras y en consecuencia menos competitiva, sino que nos cerró innumerables vías comerciales”, sentenció. 

Sin embargo, en la actualidad Milei ha tenido que convertirse en una suerte de traductor de Trump: en una reciente entrevista ha señalado que en realidad “Trump no es proteccionista. Utiliza la política comercial como instrumento de geopolítica”.  ¿Así de simple?

El presidente argentino no se anima a decirle a Trump lo que sí les dice a sus colegas del Mercosur. Lo cierto es que, desde la campaña electoral, Trump ya se había convertido en el hombre de los aranceles; en más de una actividad electoral y en entrevistas, el ahora presidente norteamericano había dicho que la palabra más bonita del diccionario era arancel: “Es mi palabra favorita, más hermosa que cualquier otra palabra que se me ocurra”. Y anunció que iba a imponer un arancel general del 10% al 20% a todas las importaciones y uno del 60% al alza a China. Ya sabemos que los anuncios de campaña han sido superados por la realidad y por un gobernante que, con sus idas y vueltas, parece fuera de control.

Nuestros liberales a la peruana, salvo honrosas excepciones, siempre se han movido en un mar de contradicciones y ahora no es la excepción. El ahora embajador del Perú en Washington y negociador del TLC que el Perú firmó con Estados Unidos, Alfredo Ferrero, tiene que hacer piruetas para adecuarse al nuevo contexto y las políticas del país que lo acoge: hace unas semanas declaró que, gracias al TLC, el Perú ha estado protegido y nos han colocado 10% de aranceles “en la base más baja”. Como bien remarca Pedro Francke, es fácil comprobar la falsedad de esta afirmación ya que la misma tasa del 10% la han recibido varios países que no tienen TLC con los Estados Unidos.

La compleja realidad de siempre  

Una revisión de la historia económica muestra, como dice el economista ecuatoriano Alberto Acosta que, en realidad, el libre comercio nunca ha existido plenamente: “Ni siquiera Gran Bretaña, el primer imperio capitalista industrializado con vocación de dominio global, practicó la tan pregonada libertad comercial”. “Las otras potencias europeas tampoco constituyeron una excepción”. Ni que se diga de los Estados Unidos o los países asiáticos en sus diferentes etapas de expansión.

Lo que sí ha ocurrido es que una vez que las grandes potencias alcanzaban sus objetivos comenzaban a pregonar el libre comercio, el desmantelamiento de todas las barreras y la apertura controlada de sus economías. Quizás uno de los períodos más ilustrativo fue la etapa posterior a la segunda guerra mundial, cuando Estados Unidos, convertido en la super potencia, con una industria manufacturera boyante, con capacidad tecnología y científica, presionó, a través del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio (GATT por sus siglas en inglés), para construir un sistema multilateral de comercio en función de sus intereses, que se fue haciendo en teoría cada vez más liberal.

Posteriormente, esta tarea fue asumida por la Organización Mundial de Comercio (OMC), luego de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, con un proyecto que, en el papel, partía de la idea de que todos los mecanismos de protección comercial representaban un obstáculo para el crecimiento de la economía mundial. Por supuesto, desde la OMC no se hizo nada sustantivo para enfrentar las resistencias de las grandes potencias económicas para eliminar protecciones arancelarias y subsidios a sectores claves de sus economías, mientras que se comenzaron a imponer tratados bilaterales de libre comercio a los países en desarrollo.

Ahora estamos en otro momento en el que, si queremos ver las cosas desde una óptica positiva, las caretas se han caído. Sin embargo, como la historia también lo demuestra, el desmontaje de la arquitectura construida será desigual, abrupta y completamente unilateral. Hasta en estos casos, de aparente desconocimiento de reglas y acuerdos, las asimetrías se mantienen.

¿Cómo puede afectar todo esto a una pequeña y vulnerable economía como la peruana? Este es un tema que se viene analizando. Una primera aproximación es tratar de separar los impactos de corto plazo de los de mediano y largo plazo. Todo parece indicar que en el muy corto plazo los impactos no serán tan severos: por el lado de las exportaciones peruanas se sabe que, por ejemplo, el principal mineral de exportación, el cobre, no será impactado por la política arancelaria del gobierno de los Estados Unidos, aunque no hay que olvidar que apenas el 2.4% del cobre que el Perú exporta va a los Estados Unidos (el principal destino es China, con una participación del 72.5%). Por diferentes motivos (estacionalidad, segmentos de mercados, un arancel moderado, entre otros), tampoco se proyecta un fuerte impacto en nuestras exportaciones agrarias.

Sin embargo, lo que sí puede generar un impacto de magnitud es que las políticas de Trump provoquen, más temprano que tarde, una fuerte recesión económica, presiones inflacionarias y otros desarreglos en la economía global. Lo cierto es que, como lo recuerda Luciana Ghiotto, investigadora del Transnational Institute, “el esquema de aranceles descomunales aplicados desde el 2 de abril parece marcar que el estado de cosas no volverá a ser como antes”.

Además, parece inverosímil que a estas alturas se pretenda “aislar” comercialmente a China. En los últimos 25 años las cosas han cambiado drásticamente: hoy en día 120 países en todo el mundo tienen como principal socio comercial a China y, apenas unos 60 países mantienen relaciones comerciales predominantes con los Estados Unidos. El mapa que presentamos a continuación es bastante ilustrativo[1].

Los admiradores de Trump tienen que asumir que el tablero de juego de la economía global a volado en pedazos y lo que tenemos por delante es una disputa que tomará un tiempo en producir un reacomodo estabilizador en función de los intereses de los que mueven las fichas de la economía internacional. Mientras eso ocurre, sin giros significativos, nuestras pequeñas economías vivirán de sobresalto en sobresalto, tratando de hacer control de daños.


[1] Tomado de GeografíaHistoria1