Álvaro Campana Ocampo
Este 2023 está resultando un año de muchas fechas que nos recuerdan la importancia de las batallas por la memoria, particularmente en Nuestra América: se conmemoran 40 años de la vuelta a la democracia en Argentina, los 20 años de la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en el Perú y los 50 años del golpe de estado en Chile contra el Gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende.
En un tiempo marcado por la intención de la ultraderecha de negar y reescribir la historia en clave de impunidad y justificación del terrorismo de estado en pos de construir una hegemonía de sus proyectos autoritarios en momentos de profunda crisis, cabe mirar en perspectiva histórica y encontrando elementos comunes estos procesos dentro de sus especificidades.
Ahora que la ultraderecha envalentonada en Argentina quiere homenajear a los genocidas que acabaron con una generación; que en Chile se quiere responsabilizar al gobierno de Allende la brutalidad de la dictadura Pinochetista; que en Perú se quiere negar las responsabilidades del Estado en sus sistemáticos crímenes cometidos en el Conflicto Armado Interno y que vuelven a repetirse como en un bucle con el asesinato de aproximadamente 70 personas por ejercer su derecho a la protesta a manos de un gobierno ilegítimo en proceso de instalar una dictadura, es pertinente hacerlo.
En primer lugar, es importante considerar el carácter violento del capitalismo que requiere de la guerra, implementada por los estados, y de la concentración de poder económico y político para imponer sus dinámicas de acumulación y superar sus propias barreras. El capitalismo no puede funcionar si no es a través del despojo violento, de la guerra dentro de las fronteras de los estados nacionales como fuera de ellas en el enfrentamiento con otros estados capitalistas con los que puede entrar en disputa. El despojo de bienes naturales, de bienes públicos, de poblaciones, de mercados y la destrucción de cualquier tipo de oposición o resistencia son parte de su existencia.
En segundo, las disputas geopolíticas que en el caso de Nuestra América estuvieron marcadas por la vocación imperialista de los Estados Unidos que nos consideraba su “patio trasero”; por su creencia en su destino manifiesto; y su disputa con el comunismo internacional en la “guerra fría” (que después fue la guerra contra el terrorismo). Esto hizo que actuaran contra cualquier proceso de democratizador o revolucionario inconveniente a sus intereses o con sospecha de comunista en nuestros países, desarrollando doctrinas que les llevaron a auspiciar dictaduras feroces, criminales y antinacionales apelando a la vulneración de los derechos humanos, a la guerra sucia y al crimen como método para garantizar la imposición de sus intereses en contra los pueblos que han buscado liberarse.
En tercer lugar, con ello, la instauración de “dictaduras constituyentes” que implementaron pioneramente y por la fuerza en Chile con el golpe de Pinochet regímenes neoliberales, y que buscaron hacer lo mismo en Perú desde la caída de Velasco hasta la constitución del 93 formulada en dictadura, así como en Argentina, en sucesivos intentos por destruir a la clase trabajadora y apropiarse de los territorios y recursos de los pueblos a través de dinámicas de privatización y acumulación por desposesión.
En cuarto lugar, es preciso considerar que el ciclo de la globalización neoliberal parece agotarse en una crisis profunda llevándose al planeta de por medio. En un mundo crecientemente multipolar en el que el predominio norteamericano va perdiendo terreno, en el que se ve cuestionado el dominio autoritario, racista, antinacional, patriarcal y expoliador, las clases dominantes locales pierden sus modales democráticos para no perder sus privilegios y están dispuestas a lograr la restauración del poder en crisis a cualquier costo y apelan a la fuerza desnuda o al uso de los medios de comunicación sobre los cuales tienen un amplio control. Por eso, las clases dominantes, otrora globalizadoras y liberales, ahora derivan en conspiracionistas, reaccionarias y abiertamente fascistoides y están en una cruzada por reescribir la historia.
En la lucha por la memoria está en juego la lucha por el futuro, está en juego la reactualización de los proyectos emancipatorios, democratizadores, antimperialistas y socialistas que levantaron millones de latinoamericanos que fueron agredidos, expoliados y masacrados por el terrorismo de estado; así como también la posibilidad de un triunfo de la ultraderecha y sus proyectos autoritarios por sobre nuestros pueblos.
Sin duda, dentro de las izquierdas también es una oportunidad para reflexionar críticamente sobre nuestro rol y lectura de la realidad nuestroamericana. ¿Cuánto fuimos capaces, o no, de lograr un encuentro real entre socialismo y una forma sustantiva de democracia que nos lleve a poner por delante y como protagonista al pueblo, al poder popular y constituyente? ¿Cuánto hemos aprendido la lección de la naturaleza violenta del capitalismo, el imperialismo y los grupos dominantes y cuán preparados estamos para enfrentar a sus sectores más agresivos abordando seriamente la profundidad de la crisis en la que nos encontramos? ¿Cómo recuperamos lo mejor de nuestra tradición emancipatoria y enfrentamos las derivas reaccionarias y autoritarias en sectores autodenominados de izquierdas que también le hicieron el juego al fascismo, asesinando al propio pueblo o a aquellas apuestas que subestimaron a los pueblos y su capacidad transformadora y fueron incapaces de comprender la voluntad de autogobierno de estos inscrita incluso en sus raíces culturales más profundas?
Como dice Salvador Allende “tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen… ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.” Sea este un sencillo homenaje a quienes entregaron la vida luchando y a quienes tenemos el deber de redimir en nuestras luchas del presente.