Por Sergio Tejada, sociólogo.
El politólogo Alberto Vergara ha brindado una entrevista lamentable al Diario La República. Su premisa es que la democracia se encuentra en riesgo, pero no por la acción de las fuerzas antidemocráticas lideradas por el fujimorismo o la coalición golpista que puso brevemente a Manuel Merino en el poder y hoy tiene nuevamente la Presidencia del Congreso, sino por una suerte de situación de facto que se evidencia en los primeros tres días de gobierno del Presidente Pedro Castillo.
La primera sorpresa de la entrevista es su crítica al inicio del Mensaje a la Nación de Castillo en el Congreso de la República. “Como buen relato radical de los sesenta ―sostiene Vergara―, convoca a un régimen autoritario”. Le disgusta que en la conmemoración del Bicentenario, Castillo haga una referencia a los estragos del colonialismo y las promesas incumplidas de la naciente República. ¿No era, por el contrario, una fecha propicia para recordar por qué fue tan importante independizarnos? ¿Debía el discurso contener una alabanza a nuestros colonizadores, quizás repetir el discurso ultra-conservador y profundamente anacrónico y racista según el cual gracias a España nos civilizamos? La reseña histórica le pareció simplista. ¿Es que esperaba un tratado académico sobre la conquista y la independencia? Pero más allá de esto, no hay ninguna conexión lógica entre ese relato y el autoritarismo. Pero para él, sin justificación alguna, esas palabras iniciales son el preludio de un proyecto no democrático. No es difícil apreciar las “pistas mentales” ―concepto que introduce Vergara sin explicar su significado―, que evidencian un clasismo asolapado y mucho miedo al pueblo en el pensamiento del politólogo.
Pareciera ser que para muchos académicos liberales la única república “fuera de peligro” es la aristocrática. No conocen a líderes sindicales o populares de las demás regiones, y esto enciende sus alarmas desde su mirada limeña. Nadie es de su entorno. Reaparece, entonces, el miedo a la turba, a la “indiada”, tan estudiado por historiadores y científicos sociales. Aún en el periodo republicano, cada levantamiento indígena ha suscitado enormes temores en las elites. Sin la mirada “neutral” que da una distancia temporal considerable con los hechos, el conflicto actual despierta los mismos temores, injustificados, llenos de prejuicios y estereotipos sobre el indio, el campesino, el de “abajo”. Es el personaje que despierta sospechas, que Vergara no sabe (o no explica) por qué, pero está seguro de que su discurso es una prueba de su interés de “desmontar la democracia”.
Entonces Vergara minimiza la victoria de Castillo (en ningún momento lo llama Presidente), y afirma que “está parado en el cruce de esa presencia histórica [del hombre rural] y la irrelevancia política”. Luego asume que Castillo no responde ante la gente que lo votó. En dos días de gobierno el gurú del liberalismo limeño ha encontrado que la voluntad del Presidente es no responder por sus actos. ¿En qué se basa para tan apresurada conclusión? En que, según él, hay otro que toma las decisiones a quien no hemos elegido, porque Castillo “no puede” o “no quiere” tomar las decisiones. Ahí entra en escena la peor afirmación de toda la entrevista: “El poder democrático en este país en estos momentos está vacante. En los hechos, Castillo ya fue vacado por Cerrón”.
Vergara, evidentemente, no comprende la política desde la vida partidaria. Además, se aventura, por ignorancia o malicia, a sostener que somos “una izquierda (…) que lleva meses sin ponerle una condición democrática a Castillo”. Bastaría una leída a los periódicos para conocer el contenido del acuerdo suscrito entre Nuevo Perú, Juntos por el Perú y Perú Libre, durante la segunda vuelta electoral. ¿Desconoce que el gobierno expresa una coalición, producto de complejas negociaciones con compromisos y acuerdos, pero que tiene como columna vertebral, como es lógico y evidente, a Perú Libre? Hay un partido de gobierno, le guste o no, que tiene bases, cuadros y líderes, que realiza propuestas y busca tener la mayor presencia posible. ¿Acaso cuestionó alguna vez que el APRA o Peruanos por el Kambio tenga participación en sus respectivos gobiernos? Contrariamente a lo que muchos señalan, en el gabinete existe una presencia minoritaria de ministros de Perú Libre y, como podía esperarse, un presidente del Consejo de Ministros del partido de gobierno. Se puede cuestionar ese acuerdo, también la decisión del partido, pero solo una mirada que desprecie la agencia del profesor rural podría llevar a afirmar que él no gobierna, porque “no puede”, porque es una “marioneta”, un “fantoche”. Me pregunto si sería igual de irrespetuoso con un político que provenga de su entorno social.
Pero hay más consecuencias de esta afirmación. Vergara es un politólogo con séquito, influye en la opinión pública, y eso, por si no lo sabe, también conlleva responsabilidades. Hemos tenido un proceso sumamente complejo de una alta polarización, en el que se derrotó por un estrecho margen a una organización criminal (según la tesis de la fiscalía), cuyos antecedentes históricos y recientes permiten confirmar, sin duda alguna, su desprecio por la democracia. Esta organización intentó, además, desconocer los resultados electorales y abusó del derecho (como ha sostenido, por cierto, la misma misión de la Unión Europea) en un afán de anular cientos de miles de votos de ciudadanos y ciudadanas de las zonas más postergadas del país.
Este intento desesperado y profundamente antidemocrático logró instalar un relato de un supuesto fraude, sin acompañar una sola prueba, pero con el apoyo de la gran mayoría de medios de comunicación. Una sociedad polarizada, una narrativa de fraude, una extrema derecha violenta y envalentonada que empieza a amenazar al Presidente con vacarlo, y un politólogo influencer que afirma, sin sustento, que ya hay un vacío de poder, que Castillo ya fue “vacado” por el nuevo villano de turno: Vladimir Cerrón. Si ya fue vacado, el camino no puede ser otro que el de “restituir la democracia”. Pasamos del “golpe preventivo” para resguardar la democracia, a la vacancia porque “la democracia no puede ser boba”.
El discurso del fujimorismo en todo este tiempo es que ellos representan la opción democrática, algo absurdo, pero medianamente instalado entre quienes quedaron atemorizados tras una campaña mediática absolutamente parcializada y sin límites. Se cierra el círculo, se da argumentos a lo peor de la sociedad y de este trunco proyecto republicano (¿también le parecerá simplista y de consecuencias autoritarias que lo llame así?). Pero, además, se evidencian los prejuicios de clase, el miedo a los de “abajo”, una desconexión con la realidad que solo echa más leña al fuego y se vuelve funcional a quienes son la verdadera amenaza a nuestra frágil democracia. Podemos discrepar y buscar, a partir de la crítica, lo mejor para el país, pero no con este rosario de prejuicios, afirmaciones sin sustento y llamados asolapados a patear el tablero con una vacancia express.
Lima, 02 de agosto 2021.
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