Grupo de Estudio: Neoliberalismo y Extremas Derechas NED.
Nuestro Sur

Presentación:
En el presente siglo han aparecido y proliferado nuevas y viejas expresiones políticas de la extrema derecha, las cuales se pensaban marginales o minoritarias en las democracias occidentales, y que vienen ocupando cada vez mayores espacios y poder político en Europa y América, generando crecientemente una mayor incertidumbre y preocupación, ensombreciendo el horizonte político democrático en el mundo.
En efecto, especialmente a partir de la crisis del capitalismo de 2008, estas fuerzas políticas a la derecha de la derecha tradicional (conservadores, liberales, socialcristianos, etc.), han tomado la iniciativa política adquiriendo un inédito protagonismo y, en muchos países, imponiendo con particular agresividad, una agenda que combina con distintos acentos y tonos el neoliberalismo duro con las viejas fobias y anhelos de las extremas derechas tradicionales: la defensa virulenta de la propiedad y el orden del mercado, el securitismo (incluido el “terruqueo” frente a migrantes y opositores), el nacionalismo étnico soberanista (particularmente en Europa y EE.UU.) y un muy agresivo repertorio alrededor de temas morales y religiosos, todo ello sostenido con narrativas muy marcadas por distintas teorías de la conspiración en donde se establecen una variedad de “amenazas fantasma” que van desde “el gran reemplazo”, “la ideología de género contra la familia”, “el comunismo” o las “élites globalistas”.
Esta narrativa, crecientemente exitosa, viene “dibujando la cancha” de acuerdo a sus propios objetivos e intereses, una operación hegemónica que tiene la habilidad de colocar “enemigos” por fuera de las relaciones de poder en las sociedades y la economía global como el capital financiero, los grandes multimillonarios o los Estados imperialistas o neocoloniales, descolocando de ese modo a la izquierda y el progresismo, pero también a las derechas tradicionales. Todo ello es posible también por responsabilidad de las izquierdas y los progresismos y su incapacidad de construir una alternativa atractiva para las grandes mayorías de ciudadanos, o peor aún, debido al abandono de estas fuerzas (principalmente la socialdemocracia) de sus históricas bases de trabajadores y sectores populares las cuales han sido gradualmente ganadas por estas nuevas expresiones de la derecha, que han sabido capturar el descontento de amplios sectores sociales generado por la crisis del capitalismo neoliberal, llegando incluso a ganar gobiernos.
En este marco, un recurso inmediato de un sector de la izquierda y los progresismos ha sido definirlas como “fascistas” o “neofascistas”. Otros sectores, ubicados especialmente en los medios, el progresismo más liberal o la academia tienden a colocarlos en el cajón de sastre del “populismo”. En el caso de las definiciones como “fascismo” o “neofascismo”, estas pueden tener algún punto a su favor. Por un lado, es innegable el origen fascista de algunas formaciones de extrema derecha (Hungría, Italia). También es cierto que, como lo han señalado Badiou y Lazzarato, el fascismo es un fenómeno interno de las democracias occidentales; siempre ha estado ahí. Incluso, siguiendo a Foucault, el fascismo es estructural, intrínseco a las sociedades occidentales; es decir, como dijo alguna vez Primo Levi, “puede volver a suceder”.
Sin embargo, estas definiciones resultan problemáticas: a pesar de su pretendido efectismo, pueden ser poco útiles para leer a estas agrupaciones e incluso para el combate político cotidiano. Desde Gentile a Traverso, pasando por investigadores más jóvenes como Forti, rehúyen de estas definiciones, pues su composición ideológica y programática tiende a ser fluctuante, contradictoria, incluso antinómica. En ese sentido, estaríamos ante un fenómeno en formación y cuya configuración definitiva está en proceso. En este punto, entonces, los términos pueden confundir y hacer menos legible a estos movimientos, aunque a su vez, tomando en cuenta lo que dice Traverso, también es imposible definirlos sin relacionarlos con el fascismo, por eso este los define como “posfascismo”.
Por otro lado, algo aún más forzada es la definición de “populista”, término siempre cargado de prejuicio y aversión a todo fenómeno popular o plebeyo. Como señala Forti, suele ser siempre gaseoso y fácil para nombrar a “todo objeto político no identificado”, más allá de que, en efecto, estos sectores hagan uso de una estrategia discursiva “populista” (en el sentido que le dan Laclau o Mouffe), o tengan un “estilo” populista.
Para efectos de lo que nos proponemos, el problema de partir nombrándolas como neofascistas, posfascistas, nacionalpopulistas, extrema derecha 2.0 etc. acuñadas por algunos analistas e investigadores, es que no nos permite encarar su complejidad y diversidad e identificar las novedades que puede traer una constelación de fuerzas que –como señalamos- está en pleno desarrollo y contiene distintos orígenes y no pocas importantes diferencias ideológicas, regionales y geopolíticas.
Nos parece fundamental, en esta coyuntura histórica, establecer más bien sus vínculos con el periodo de crisis, con el régimen de acumulación capitalista (como sostiene García Linera), la crisis de la democracia liberal y las disputas geopolíticas actuales, así como los cambios y continuidades respecto a las viejas derechas y extremas derechas, sus estrategias y las narrativas que vienen desplegando para colocarse como una alternativa política viable.
No debe pasar desapercibido que este fenómeno en crecimiento se desarrolla en un momento histórico de declive de la hegemonía norteamericana, el fin de un ciclo de acumulación del capital y de proliferación de guerras que, ahora sin ambages, muestran su carácter imperialista y neocolonial, incluyendo el genocidio de todo un pueblo como el palestino, el cual vemos todos los días por TV y redes sociales y frente al cual no tenemos ninguna excusa –como nos lo recordó hace poco Maurizio Lazzarato-. Aquí, Occidente, como señala Franco Berardi “Bifo”, pareciera vivir un marasmo senil, una pasividad e indolencia que coinciden con la emergencia y crecimiento de estas fuerzas reaccionarias.
El caso latinoamericano no está, como sabemos, fuera de esta problemática, aunque tiene sus particularidades. En términos generales y más allá del relato sobre el “globalismo”, las derechas y extremas derechas tienen un margen estrecho (por razones obvias) para maniobrar alrededor de defensas étnico-culturales, más allá de apelar a un patriotismo abstracto, como también tienen problemas para desarrollar un “soberanismo” demasiado poco creíble, dada su histórica subordinación a la geopolítica norteamericana.
En el caso peruano encontramos dos singularidades en el marco de la crisis integral y permanente. En primer lugar, a diferencia de Europa e incluso de la mayoría de países de América Latina, las derechas extremas no emergen por fuera de las derechas tradicionales, o son desprendimientos de estas; aquí, el tipo de hegemonía cerrada del liberalismo –una suerte de ciudad amurallada– contribuyó a que las extremas derechas se desarrollaran desde las propias formaciones preexistentes como el Fujimorismo (solo habría que comparar el Fujimorismo de los 90 con el del presente siglo), Renovación Popular, etc. Estas fuerzas políticas parecen haberse movido hacia su derecha, sin que ello haya sido demasiado problemático; por el contrario, parecen haber ido al encuentro de una representación social que esperaba su emergencia caracterizada por la demofobia, el fundamentalismo cristiano, el propietarismo extremo, el securitismo, el culto por el llamado emprendedurismo, elterruqueo, etc., aunque, a su vez, les ha impedido tener una mayoría electoral, lo que ha incrementado su lógica autoritaria. En segundo lugar, otra singularidad es que, si hay un discurso nacionalista duro, altisonante, excluyente, orientado a la defensa del hombre común, incluso supremacista “cobrizo”, es más bien de carácter plebeyo: el etnocacerismo de Antauro Humala.
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