Inteligencia artificial y estupidez natural

Reflexiones sobre el nuevo capitalismo digital (IV)

Jorge Millones

En el desfile interminable de la era «cool», donde las pantallas brillan más que las estrellas y los dispositivos electrónicos son los nuevos dioses del adictivo “hueveo digital”, nos encontramos frente a una paradoja grotesca: la sociedad del cansancio ahora busca su refugio en la promesa ilusoria de la comodidad tecnológica. En este universo hipnótico de aplicaciones instantáneas y entretenimiento digital, la mente se adormece mientras los dedos se deslizan por la pantalla en un trance sin fin. Bajo el disfraz de la modernidad y la conectividad, la obesidad mental se disimula como una insignia de status, donde la superficialidad es el nuevo mantra y el agotamiento cerebral, la nueva moneda de cambio. En este teatro de lo «cool», donde la fatiga se esconde tras filtros de Instagram y emojis de risa, la verdadera hazaña es mantenerse despierto en un mundo que prefiere la comodidad a la reflexión y la distracción a la profundidad.

Mientras nos vamos llenando de grasa y calorías que nunca quemamos en nuestras cómodas sillas ergonómicas, nuestro cuerpo va cambiando al son del capitalismo cognitivo. Nuestros dedos se deslizan frenéticamente sobre pantallas táctiles, mientras nuestros ojos absorben la luz artificial que emiten, aumentando la presión ocular y ahogando nuestra percepción del mundo real. Nos aislamos en nuestra burbuja digital, con auriculares de alta tecnología que nos deforman el cráneo, sellando nuestro aislamiento del entorno. En este frenesí autoimpuesto, nuestro cuerpo paga el precio: las articulaciones de la mano lloran ante el síndrome del túnel carpiano y las migrañas son moneda corriente. Mientras nuestro cuerpo se desgasta en la nueva rueca digital del capitalismo cognitivo, nuestras mentes no son inmunes al desgaste. Nos encontramos atrapados en un ciclo vicioso de autoexplotación, donde la búsqueda incesante de productividad y éxito nos consume. La obesidad mental se manifiesta en forma de adicciones digitales, disfunciones gástricas y malestares físicos que reflejan un malestar más profundo. La depresión y la ansiedad se apoderan de nuestras mentes, eclipsando cualquier destello de paz interior y armonía. En este escenario distópico, la tecnología que prometía ser nuestra aliada se convierte en nuestro carcelero, y el precio de la entrada al mundo «cool» es la pérdida de nuestra propia humanidad.

El exceso de positividad, es un fenómeno que, lejos de ser benigno, produce una forma de violencia sutil y autoimpuesta. Esta violencia no se manifiesta de manera explícita o coercitiva, sino que opera de forma insidiosa, impregnando las estructuras de la vida cotidiana y resultando en una epidemia de trastornos psicológicos tales como la depresión, el síndrome de burnout y otras patologías neuronales.

Las “facilidades” que nos dan los algoritmos y las IA en realidad generan problemas que nos alejan de nuestro destino evolutivo como especie. La «sociedad sedentaria moderna» se caracteriza por un estilo de vida dominado por la inactividad física y el comportamiento sedentario, consecuencias directas de la creciente dependencia tecnológica y la prevalencia de trabajos de oficina. Esta condición, a menudo descrita como una «pandemia de sedentarismo,» refleja una transformación social donde el ocio y las actividades cotidianas se desarrollan predominantemente en contextos estáticos. Tal fenómeno, estudiado ampliamente en sociología y salud pública, evidencia una crisis de movilidad y bienestar, subrayando los profundos efectos negativos sobre la salud física y mental de la población contemporánea.

«La venganza de los SIT,” es un artículo muy interesante de Shoshana Vaynman y Fernando Gómez-Pinilla, en donde analizan el impacto negativo del estilo de vida sedentario y la inactividad física en la salud mental y cognitiva. Los autores sostienen que el sedentarismo, exacerbado por el uso constante de la tecnología y la reducción de la actividad física cotidiana, contribuye significativamente al deterioro de las funciones cerebrales, incrementando el riesgo de trastornos como la depresión y la ansiedad. Al vincular el comportamiento sedentario con alteraciones neurobiológicas, el artículo subraya la importancia de la actividad física regular para mantener la salud cerebral y prevenir enfermedades mentales.[1]

Se destaca cómo el sedentarismo afecta la plasticidad sináptica, un proceso crucial para el aprendizaje y la memoria, y cómo este estilo de vida (¿pos?) moderno puede socavar la capacidad cognitiva a largo plazo. Vaynman y Gómez-Pinilla argumentan que la «venganza de los SIT» no es solo una metáfora, sino una realidad tangible donde la inactividad física se convierte en un agresor silencioso de la salud mental y cognitiva. Nos revela la necesidad urgente de promover hábitos de vida más activos para contrarrestar estos efectos adversos y mejorar el bienestar general de la población.

Ansiedad: la única constante en la fluidez

En el volátil y peligroso mundo del precariado,[2] la constante precariedad y la sensación de incertidumbre generan un clima de ansiedad y miedo generalizado que impacta profundamente la salud mental de los individuos. Zygmunt Bauman argumenta que, en este contexto, la falta de estructuras sólidas y la necesidad de adaptarse constantemente a cambios rápidos y persistentes provocan una sensación de inseguridad crónica. Los individuos se ven obligados a enfrentar la realidad de que ninguna relación, trabajo o situación es permanente, lo que les deja en un estado de alerta constante y temor a perder lo poco que tienen. Esta ansiedad y miedo constantes pueden manifestarse en forma de trastornos de ansiedad, depresión y estrés crónico, erosionando la salud mental de las personas y afectando su calidad de vida.

Además, en la modernidad líquida, la cultura del individualismo extremo y la competencia constante contribuyen aún más a la carga mental de los individuos. La presión para mantenerse relevantes en un mercado laboral volátil y la necesidad de autopromoción constante en las redes sociales para asegurar una posición en la sociedad aumentan el estrés y la ansiedad. La falta de redes de apoyo sólidas, la desaparición de lazos comunitarios y la creciente desconexión social también agravan el problema, dejando a los individuos enfrentando sus temores y ansiedades en solitario. En este sentido, la modernidad líquida no solo presenta desafíos económicos y sociales, sino que también representa una crisis de salud mental, donde la ansiedad y el miedo constante son síntomas de un sistema que prioriza la flexibilidad y la adaptabilidad sobre el bienestar humano.

En «Vida líquida», Zygmunt Bauman explora la noción de «modernidad líquida» para describir la fluidez y transitoriedad de las relaciones humanas y las estructuras sociales en la contemporaneidad. Bauman contrasta esta modernidad líquida con la «modernidad sólida» del pasado, donde las instituciones y las relaciones eran más estables y duraderas. En la modernidad líquida, las certezas se han disuelto y la vida se caracteriza por la constante adaptabilidad y flexibilidad. Los individuos deben reinventarse continuamente para adaptarse a cambios rápidos y persistentes, lo que genera una sensación de incertidumbre y precariedad. La vida líquida implica una disolución de las estructuras tradicionales de soporte y lazos comunitarios, dejando a los individuos a merced de sus propios recursos en un entorno cada vez más competitivo y fragmentado.

Bauman también analiza cómo esta fluidez afecta las relaciones personales y las identidades. En un mundo líquido, las conexiones humanas tienden a ser más superficiales y temporales, regidas por una lógica de consumo donde las personas y sus relaciones son tratadas como bienes desechables. Este enfoque hedonista y utilitarista de las relaciones humanas se refleja en la búsqueda constante de gratificación inmediata y el temor al compromiso duradero. La «vida líquida» de Bauman describe una existencia donde la estabilidad y la seguridad son escasas, y donde las personas experimentan una creciente ansiedad debido a la falta de estructuras sólidas y previsibles. Esta situación, según Bauman, no solo afecta la vida individual, sino que también tiene profundas implicaciones sociales y políticas, al erosionar la cohesión comunitaria y fomentar una cultura de individualismo extremo y autoexplotación.[3]

En este escenario retorcido de precariedad y fluidez, la meritocracia se alza como una farsa impía, un espectáculo macabro donde se glorifica el mérito individual mientras se arrincona a las masas bajo el peso aplastante de la desigualdad sistémica. Los privilegios de nacimiento son disfrazados hábilmente como logros personales, y donde el éxito se mide no por el ingenio o el esfuerzo, sino por la cantidad de capital acumulado.

Claro, algunos tienen la fortuna de nacer en cunas de oro mientras otros se esfuerzan por rascar una existencia digna desde los márgenes del sistema. Pero no nos preocupemos por esas nimiedades, después de todo, ¿quién dijo que la justicia debe ser equitativa?

Desigualdad y autoexplotación

La investigación de Thomas Pikkety fue contundente, hace rato que el capitalismo poco o nada tiene que ver con el trabajo y la meritocracia. Las grandes fortunas aumentan por el solo hecho de ser grandes. Los grandes patrimonios y herencias se multiplican a sí mismos por encima del mundo del trabajo y cualquier tipo de control, es más, son vistos socialmente como parte de una “nobleza” especial. Lo que hacen medios como Forbes no es medir las fortunas de los súper ricos, sino, consagrarlos como mega estrellas inalcanzables, poderosos semidioses por encima del bien y del mal, que cuando son amables, fungen de filántropos sin decir nada sobre los efectos perniciosos de la desigualdad en la democracia.[4]   

Bill Gates, el magnate de Microsoft entre 1990 y 2010 lideró por casi diez años las listas de fortunas de Forbes, de 4 mil millones de dólares pasó a tener 50 mil millones. Sin embargo, Liliane Bettencourt, hija del magnate de L´Oréal incrementó en cantidad similar su fortuna sin mover un solo dedo. Bill Gates ya se retiró, pero su fortuna igualmente sigue creciendo y es que estos súper ricos concentran más dinero de lo que podrán gastar así tuvieran cien vidas, la desigualdad es brutal. “También se puede señalar que Steve Jobs, quien encarna en el imaginario colectivo, aún más que Bill Gates, el símbolo del empresario simpático y de fortuna merecida, poseía en 2011, en la cima de su gloria y de la cotización bursátil de su empresa Apple, sólo 8 mil millones de dólares, es decir, seis veces menos que el fundador de Microsoft (que según muchos observadores es menos inventivo que el fundador de Apple) y tres veces menos que Liliane Bettencourt. En las clasificaciones de Forbes se encuentran decenas de herederos más ricos que Jobs”.

La llamada “sociedad del conocimiento” paradójicamente no ha generado sociedades más justas, sabias e informadas, todo lo contrario, las desigualdades económicas se han profundizado con ayuda de la ignorancia, la desinformación y los micro fascismos que se han convertido en la nueva pandemia social y política del mundo, generando un imperio hedonista basado en la estulticia y la estupidez. 

En el capitalismo cognitivo, la desigualdad se ha profundizado y está arraigada en la estructura misma de esta nueva forma de producción y consumo. Para Piketty, la acumulación desmedida de capital intelectual y tecnológico en manos de unos pocos oligarcas del conocimiento perpetúa un sistema injusto donde la riqueza y el poder están intrínsecamente entrelazados. Esta concentración de recursos cognitivos no solo exacerba la brecha entre aquellos que poseen el acceso privilegiado a la información y aquellos que luchan por sobrevivir en las periferias digitales, sino que también fomenta la consolidación de una élite global que ejerce un control desproporcionado sobre la economía y la política.

En este escenario, la ilusión de la meritocracia se desvanece ante la realidad de un sistema que premia no tanto el talento y el esfuerzo individual, sino la capacidad de adaptación a las demandas del mercado y la explotación del propio potencial. La presión constante por estar siempre conectado, siempre disponible, alimenta un ciclo de trabajo agotador y autoexigencia implacable que perpetúa la idea de que el éxito es el resultado exclusivo del mérito personal, ignorando las desigualdades estructurales que limitan las oportunidades para muchos. En este contexto, la meritocracia se revela como una fachada ideológica que oculta las injusticias inherentes al sistema, perpetuando así la dominación de unos pocos privilegiados en detrimento de la mayoría.

General Intellect: la profecía del gran robo

En algún momento el conocimiento humano más complejo se autonomizó del control social y fue generando un nuevo tipo de civilización. Durante el despliegue de la modernidad impulsada por el capitalismo industrial occidental, las dinámicas economicistas, la tecnociencia y el colonialismo/imperialismo se desbocaron, iniciando un proceso acelerado de globalización con consecuencias e impactos muy duros para los pueblos más desfavorecidos en este proceso. Parece que alguien lo vio hace más de 150 años:

“La naturaleza no construye máquinas, locomotoras, ferrocarriles, telégrafos eléctricos, mulas autoactivas, etc. Estos son productos de la industria humana; material natural transformado en órganos de la voluntad humana sobre la naturaleza, o de la participación humana en la naturaleza. Son órganos del cerebro humano, creados por la mano humana; el poder del conocimiento objetivado. El desarrollo del capital fijo revela hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en una fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto, las condiciones del proceso de la vida social misma han quedado bajo el control del general intellect y remodelados conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real.”[5]

Esto es parte del célebre “Fragmento de las máquinas” de los Grundrisse, texto en el que Karl Marx, reflexiona sobre el rol de la tecnología y el conocimiento en la producción y en el orden social. Este texto poco conocido e inédito por casi un siglo, fue estudiado desde diversas ópticas por gentes como Paolo Virno, Toni Negri, Paul Mason y muchos más, pues traía como novedad, una línea de pensamiento que Marx abandonó lamentablemente y que es, el desarrollo de la técnica y el conocimiento en la formación de la sociedad moderna y el capitalismo.

Ya en el siglo XIX Marx atisbó que el trabajador estaba siendo desplazado de la participación activa en la producción de mercancías. Aún no existía el internet, pero pudo observar su advenimiento y consecuencias a partir del desarrollo telegráfico y sus articulaciones con la gran industria. Empezaban los procesos de desterritorialización del capital y la aparición de un tipo de capital vinculado al conocimiento, a la tecnología y al mundo financiero.

El nuevo capitalismo de la era del conocimiento no necesita al trabajador, más bien, requiere a muy pocos especialistas que se convierten en grandes magnates a una velocidad increíble. Con la categoría general Intellect Marx nos indica que el conjunto total de los conocimientos técnico-científicos especializados y acumulados históricamente por la humanidad, han sido privatizados por una élite y puestos en contra de los trabajadores y la propia humanidad. Estos conocimientos no solo explotan al trabajador, sino que también lo reducen a mero consumidor y espectador del gigantesco espectáculo que significó el desarrollo del complejo mundo postindustrial de finales del siglo XX. 

Desde los antiguos eruditos a los técnicos especializados, hasta los complejos sistemas expertos y la inteligencia artificial de hoy en día, el conocimiento humano no se realiza únicamente por aportes individuales, sino más bien, por colectivos sociales. Ya que en cualquier avance tecnológico participan también directa e indirectamente, instituciones, individuos, generaciones, colectividades y capas de conocimientos previos acumulados históricamente. Este General Intellect, puesto que es un conocimiento universal y social, debiera pertenecer a todos y no a unos cuantos. Sin embargo, poco a poco ha ido convirtiéndose en propiedad de unos pocos; la política de patentes y todo el sistema global reposa sobre la carrera de quién se apropia más y más rápido de códigos, descubrimientos y conocimientos claves para rediseñar el mundo. Y esto está en la base de los nuevos conflictos geopolíticos, empresariales y político-económicos, y cada vez son más importantes que los conflictos por recursos naturales.

En 1858 Marx no podía tener evidencias tan claras del papel crucial de las máquinas y la tecnología en la reformulación del mundo y del capitalismo, por eso es que abandonó la idea del General Intellect en los Grundrisse y centró su teoría en lo que sería después El Capital. Sin embargo, el “Fragmento de las máquinas” abrió una línea de reflexión muy potente y casi profética. Y cómo explica bien Paul Mason, Marx: “Imaginó que la información producida socialmente se materializaría en las máquinas. Imaginó esto produciendo una nueva dinámica, que destruiría los viejos mecanismos para la creación de precios y beneficios. Imaginó al capitalismo siendo obligado a desarrollar las capacidades intelectuales de los trabajadores. E imaginó la información viniendo a ser almacenada (¿acumulada?) en algo que llamóGeneral Intellect – que era la mente de todo el mundo sobre la Tierra conectada por el conocimiento social, en la que toda mejora, beneficia a todos. En resumen, imaginó algo parecido al info-capitalismo en el que vivimos”.[6]

Desde aquella intuición de Marx, hasta hoy, el capital se ha complejizado y la tecnología ha servido para exacerbar infinitamente las posibilidades y formas de lucro, ganancia y también explotación. El conocimiento humano en general, acumulado por generaciones de pueblos e individuos a través del tiempo, ha sido privatizado a través una gigantesca operación. Un tremendo robo a la humanidad se ha llevado a cabo por las corporaciones que han utilizado las leyes del libre comercio, los derechos de autor y patentes, el sistema financiero y la tecnología para apropiarse de bienes, información y conocimientos que le pertenecen a todos y podrían coadyuvar al bienestar de todos. Y la tecnología ha servido como un taladro que ha destrozado el futuro dejando enormes grietas legales por donde han hecho y, siguen haciendo, pingües negocios las corporaciones tecnológicas.

Algoritmos, arte y sensibilidad

En la era del capitalismo tecnológico los algoritmos y la inteligencia artificial generan una mezcla de suspicacia y temor entre los artistas y la sociedad en general, reflejando una profunda inquietud sobre la deshumanización de la creatividad y la mercantilización del arte. En este contexto, los artistas temen que la proliferación de la IA erosione la autenticidad y la singularidad de la expresión artística, transformando el acto creativo en una serie de combinaciones de datos y patrones predecibles, desprovistos de la profundidad emocional y la intencionalidad humana que son esenciales para el desarrollo artístico. Esta preocupación se intensifica con la posibilidad de que las máquinas, al replicar y superar habilidades humanas, reconfiguren el mercado del arte en un espacio donde la originalidad y la autoría pierden su valor tradicional, sustituidas por una producción masiva y despersonalizada. En un contexto histórico donde la lógica capitalista tiende a instrumentalizar la creatividad para su propio beneficio, la IA amenaza con redefinir la relación entre el creador, la obra y el público, minando las bases culturales y sociales que sostienen las concepciones establecidas de lo que significa ser humano y creativo. Esta transformación no solo pone en riesgo la identidad cultural y la agencia del artista, sino que también refuerza las dinámicas hegemónicas del capital, perpetuando un sistema en el cual la tecnología se convierte en un medio de control y explotación, desafiando la posibilidad de una verdadera emancipación cultural y artística en una era dominada por la tecnología.

En el contexto actual, la inteligencia artificial abre muchas posibilidades y peligros. Si bien puede democratizar el acceso a herramientas creativas, permitiendo a individuos sin formación artística tradicional producir obras significativas y fomentando una mayor inclusión en el ámbito artístico, también plantea riesgos de homogenización cultural, donde la dependencia de algoritmos podría generar obras repetitivas y despojadas de diversidad. La hegemonía tecnológica puede consolidar el poder de las corporaciones que controlan los datos, mercantilizando la cultura y exacerbando las desigualdades sociales, silenciando a los artistas independientes frente a las producciones masivas. Es importante resistir la instrumentalización capitalista de la creatividad, revalorando el rol del artista como agente crítico y transformador para asegurar que la IA empodere y enriquezca la creatividad humana en lugar de subyugarla.

Pero ante el terror de la sustitución que abruma a muchos ¿Puede una máquina ser creativa? Algunos estudios arrojan luces al respecto, sin embargo, está claro y deberíamos defender la postura de la experiencia humana como la instancia más radical de nuestro ser. La experiencia humana está definida por una compleja interacción de emociones y valores, tales como el sufrimiento, el amor, la empatía, la belleza, la bondad y la maldad. Estos elementos, profundamente arraigados en nuestra biología, psicología y cultura, son fundamentales para nuestra identidad. La empatía, por ejemplo, nos permite conectar emocionalmente con otros y entender sus perspectivas, algo que las inteligencias artificiales no pueden replicar, ya que carecen de conciencia y subjetividad.

La apreciación de la belleza y la capacidad de emitir juicios morales son también inherentes a la experiencia humana. La belleza es una experiencia estética que conmueve y conecta, mientras que la bondad y la maldad implican decisiones éticas que surgen de nuestra historia y cultura. Las inteligencias artificiales pueden analizar patrones y preferencias, pero no pueden experimentar la belleza o la ética de manera genuina, ya que su funcionamiento se basa en lógica y datos, no en experiencias vividas.

La conciencia de nuestra finitud y la inevitabilidad de la muerte son aspectos esenciales de la condición humana que influyen profundamente en nuestras decisiones y sacrificios. Esta conciencia de la mortalidad aporta un significado especial a nuestras acciones y decisiones, algo que las máquinas, desprovistas de esta comprensión, no pueden emular. El sacrificio o la redención, entendidos en su pleno contexto humano, reflejan una profundidad de entendimiento y deliberación que es ajena a la inteligencia artificial.

Las inteligencias artificiales pueden ser herramientas poderosas para simular ciertos aspectos de la creatividad y el comportamiento humano, pero nunca podrán alcanzar la esencia de lo que nos hace humanos. La riqueza de nuestras emociones, nuestra capacidad para la empatía, nuestra apreciación de la belleza, nuestros juicios morales y nuestra conciencia de la mortalidad son inalcanzables para las máquinas. Inclusive, la experiencia de equivocarnos, de errar y la frustración nos impulsa a aprender sobre la base no de la lógica, sino, de las emociones.  La IA puede complementar la creatividad humana, pero no puede sustituir la profundidad y complejidad de la experiencia humana.

Para Margaret Boden las máquinas pueden exhibir formas de creatividad, diferenciando entre creatividad «combinatoria», «exploratoria» y «transformadora». Según Boden, la creatividad combinatoria consiste en juntar ideas de maneras novedosas, algo que los algoritmos ya hacen eficazmente. La creatividad exploratoria implica la exploración de un espacio conceptual existente para encontrar nuevas posibilidades, mientras que la creatividad transformadora redefine o trasciende esos espacios. Boden argumenta que, aunque las máquinas pueden ser creativas en los dos primeros sentidos, la creatividad transformadora aún está mayormente reservada para los humanos debido a su profunda comprensión y experiencia del mundo.[7]

El pensador estadounidense Douglas Hofstadter enfatiza la idea de que las máquinas son herramientas extendidas de la creatividad humana. En este sentido, la autoría sigue perteneciendo al humano que diseña, programa y utiliza el algoritmo. Hofstadter ve a las máquinas como colaboradores que amplifican la capacidad creativa humana, pero no como autores independientes. Y es escéptico sobre la autenticidad de las obras creadas por IA. Para él, la autenticidad en el arte está ligada a la intención y la experiencia humana, elementos que una máquina no posee. Hofstadter argumenta que, aunque las máquinas pueden producir trabajos que parecen originales, carecen de la comprensión y el contexto cultural que infunden autenticidad a las obras humanas.[8]

Philip Galanter aborda el tema de la creatividad de las IA desde la perspectiva del arte generativo, donde los sistemas algorítmicos pueden producir obras originales siguiendo reglas predefinidas. Argumenta que estos sistemas pueden ser “creativos” en la medida en que generan resultados no anticipados por los programadores, sugiriendo que la creatividad es una propiedad emergente de la interacción entre las reglas algorítmicas y la complejidad del proceso. Introduce la noción de co-autoría en el arte generativo, donde tanto el programador/artista como el algoritmo tienen roles definidos en la creación de la obra. Galanter sostiene que el artista es responsable del diseño del sistema y de las decisiones iniciales, mientras que el algoritmo contribuye con su capacidad para explorar el espacio creativo de maneras inesperadas. Así, la autoría se entiende como un proceso compartido entre el artista y la máquina.[9]

Para Margaret Boden, la autoría en el contexto de la colaboración entre humanos y algoritmos es un área compleja. Ella sostiene que, aunque los algoritmos pueden generar ideas y formas, la dirección, el propósito y la interpretación final de la obra recaen en el artista humano. Por lo tanto, la autoría se comparte, pero la intención y el significado son aportaciones humanas. Además, señala que la originalidad en el arte puede ser vista desde diferentes ángulos. Ella sugiere que las obras generadas por IA pueden ser originales en términos de combinaciones y exploraciones nuevas de ideas existentes, pero la autenticidad de estas obras está en debate. Boden argumenta que la autenticidad artística involucra una conexión profunda con la experiencia humana, algo que las máquinas aún no pueden replicar completamente.

Tanto Boden como Galanter ven potencial creativo y una forma de co-autoría en la colaboración entre humanos y algoritmos, mientras que Hofstadter se mantiene más cauteloso, destacando las limitaciones de las máquinas en alcanzar la profundidad emocional y la autenticidad cultural que caracterizan al arte humano. La discusión sobre la creatividad, la autoría y la autenticidad en el contexto de la IA sigue siendo compleja y refleja tanto entusiasmo como escepticismo sobre el futuro del arte en la era de la inteligencia artificial.

Inhumanos contra las Humanidades

La filósofa norteamericana Martha Nussbaum defiende la importancia de las humanidades en la educación y la sociedad contemporánea. Nussbaum argumenta que las humanidades, incluyendo disciplinas como la filosofía, la literatura y la historia, son fundamentales para el desarrollo de ciudadanos comprometidos y capaces de participar de manera significativa en la democracia. Estas disciplinas fomentan la empatía, el pensamiento crítico y la comprensión de la diversidad humana, aspectos esenciales para construir una sociedad más justa e inclusiva. Pero ¿Qué ha pasado con las humanidades en la educación? Poco a poco, se las ha ido extirpando de las políticas educativas, pues son supuestamente inservibles dentro del capitalismo tecnológico.[10]

Nussbaum critica la creciente tendencia hacia la instrumentalización de la educación, donde se valora principalmente el aprendizaje técnico, utilitario y competitivo en detrimento de las humanidades. Esta terrible y estrecha mirada limita la capacidad de los individuos para enfrentar los desafíos éticos y sociales que enfrenta la democracia. La educación orientada por el economicismo neoliberal, que es el principal motor del capitalismo tecnológico, ha deshumanizado a la sociedad global. Se ha promovido una cultura de individualismo extremo, donde el éxito se mide principalmente en términos de acumulación de riqueza y poder, en detrimento de la solidaridad y la empatía. Esta lógica de mercado ha generado exclusiones sistémicas y marginación de comunidades enteras, aumentando las tensiones sociales y exacerbando conflictos, lo que contribuye a una sociedad más fragmentada, deshumanizada y propensa a la violencia.

¿Habrá solución? Depende.

Nos vemos en la última entrega…


[1] Booth, F. W., & Lees, S. J. (2006). Revenge of the «sit»: How lifestyle impacts neuronal and cognitive health through molecular systems that interface energy metabolism with neuronal plasticity. Journal of Neuroscience Research, 84(4), 699-715. https://doi.org/10.1002/jnr.20979

[2] El concepto de «precariado» describe una clase social emergente que enfrenta condiciones laborales inestables y una vulnerabilidad económica significativa en la sociedad contemporánea. Este grupo está compuesto por trabajadores y trabajadoras que se enfrentan a empleos temporales, mal remunerados y con escasa seguridad laboral, así como a una falta de acceso a beneficios laborales y sociales básicos. Además de la precariedad laboral, el «precariado» abarca otras dimensiones de inseguridad, como la habitacional y la falta de acceso a servicios esenciales. En este contexto, el término resalta la creciente inestabilidad y vulnerabilidad experimentada por aquellos en los márgenes de la economía globalizada, generando interrogantes sobre la desigualdad económica, los derechos laborales y la necesidad de políticas sociales más inclusivas y protectoras. Para más detalle ver:

Standing, G. (2013). El precariado: Una nueva clase peligrosa. Siglo XXI Editores.

[3] Bauman, Z. (2005). Vida líquida. Fondo de Cultura Económica.

[4] Piketty, T. (2014). El capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica.

[5] Marx, K. (1971). Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). Siglo XXI Editores.

[6] Mason, P. (2016). Postcapitalismo: Una guía hacia nuestro futuro. Editorial Planeta.

[7] Boden, M. A. (1994). La mente creativa: Mitos y mecanismos. Gedisa.

[8] Hofstadter, D. R. (1995). Gödel, Escher, Bach: Un eterno y grácil bucle. Tusquets Editores.

[9] Philip Galanter: Teórico del arte generativo, ha escrito sobre la estética de los sistemas algorítmicos y su impacto en la creación artística. Su trabajo aborda cómo los artistas pueden utilizar algoritmos para explorar nuevas formas de expresión. Ver: Galanter, P. (2003). What is Generative Art? Complexity Theory as a Context for Art Theory. In Proceedings of the International Conference on Generative Art.

[10] Nussbaum, M. C. (2011). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades (M. Boullosa, Trad.). Katz Editores.