Horizonte de recepción de La piel más temida

Luis Chávez Rodríguez*

No he visto La piel más temida, tercer largometraje del director Joel Calero Gamarra (Huancayo) y estoy contando los días para verla, aun así, me atrevo a emitir este análisis sobre ella. Obviamente no acerca de las cualidades estéticas de una obra de ficción largamente trabajada (8 años, según consigna su creador) y convertida en un quantum discursivo que sale a la luz pública, crea un estallido de alusiones, puntos de vista, recuerdos, temores, radicalismos, ejercicios de odio y, lo que es muy importante, también da lugar a un extendido debate donde se revisa detalladamente el imaginario peruano, contenido en núcleos discursivos radicalmente opuestos. Por lo tanto, este texto es un acercamiento al fenómeno de la recepción y no al de la producción de la película que funcionó como un dispositivo capaz de atravesar diversos campos de la cultura, especialmente el histórico, el sociológico y el político. Para mi aproximación al tema voy a reparar en dos aspectos que surgen de este debate, iniciado a partir de las acusaciones y ataques que se hicieron a la película y a su director.

El primero, ocasionado por la rabiosa acusación que hizo un periodista empleado en el diario Expreso y en el Canal N, dos medios de comunicación identificados con posiciones conservadoras y actualmente a la defensa del gobierno peruano, que en estos momentos atraviesa por una crisis, debido a que su máxima representante, la presidenta, se halla con investigaciones fiscales vigentes por casos de enriquecimiento ilícito y violación de derechos humanos. Después del ataque, en el que el periodista acusa públicamente a la película de “romantizar y humanizar a terroristas”, el director confrontó al periodista en un programa televisivo, desmintiendo los embustes y acusándolo a su vez de difamación. Esta confrontación desencadenó un escándalo mediático, al decir actual, creo tendencia en las redes, que devino en argumentaciones desde diversos puntos de vista a favor de la película. Por un lado se dieron estos ataques cerrados y violentos, realizados por los partidarios del periodista, empleando herramientas como diatribas, memes y amenazas que proliferaron en las redes sociales. Por el otro lado se generó una abrumadora respuesta a favor de la película, que luego generó un debate de interés nacional. En diferentes medios se conversó en torno a una serie de problemas latentes, manifestados en los discursos de odio, que se multiplicaron como en tiempos de confrontaciones políticas, donde participaron los hijos del expresidente y exconvicto, Alberto Fujimori, quien pagó por sus delitos 14 años de cárcel de los 25 a los que fue condenado, debido a su liberación ordenada por la actual presidenta, Dina Boluarte.

Una acusación velada de “apología del terrorismo” y sus derivados como el famoso “terruqueo” al director de la película no se hicieron esperar en la cadena discursiva desatada en las redes. El ataque se sustentó sobre una mentira y no sobre una “opinión personal” como afirmó el periodista. Esta difamación, como sostuvo inicialmente el director fue desmentida por el 99 % de los espectadores que vieron la película sin prejuicios y dejaron testimonio de su recepción en cientos de textos escritos y orales. Espectadores provenientes de diversos sectores de la población, en este caso no solo limeña sino también cusqueña y arequipeña, los otros dos únicos lugares de provincia donde se estrenó, La piel más temida. Entre los espectadores, además, a juzgar por los cientos de comentarios registrados se pueden encontrar personas del ambiente cinematográfico, especialistas en el análisis de cine, historiadores, sociólogos y espectadores no académicos. De todos estos comentarios el consenso es que el foco de la película se centra en una situación postconflicto armado, donde la ternura familiar es el elemento desde el cual se echa una mirada a la complejidad humana de sus personajes y no busca en lo más mínimo presentar una versión “filosenderista”. No existe ningún comentario racionalmente sustentado donde se señale que la película idealice a los beligerantes miembros radicalizados en el conflicto armado, durante ese aterrador periodo de enfrentamientos que dejó en el Perú un saldo aproximado de 70,000 muertes y un país destruido en todos los planos, incluido el ético, que hasta la actualidad no se reparara. Al respecto, en uno de los de los múltiples estudios sobre este periodo histórico, el investigador alemán Adrian Oelschlegel en su trabajo: El informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en el Perú. Un resumen crítico respecto a los avances de sus recomendaciones, publicado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, dice: “En más de ocho mil páginas, la Comisión de la Verdad y Reconciliación -en adelante CVR- presentó el origen, el desarrollo y las consecuencias de los veinte años más sangrientos y violentos en la historia del Perú (1980-20009) entre el Estado peruano y el Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso. Este periodo de violencia dejó como saldo alrededor de setenta mil personas asesinadas, innumerables violaciones a los derechos humanos -desapariciones forzadas, torturas, violaciones sexuales, etcétera- y daños que bordean los 26,000 millones de dólares en la destrucción de la infraestructura pública y privada”.

El segundo aspecto al que el periodista aludió en el Canal N, con un tono también prepotente como en sus primeros textos escritos, arrogándose ser el dueño del espacio mediático, fue decir que la película había sido financiada con el dinero del Estado y por lo tanto de “todos los peruanos”, hecho que lo autorizaba a emitir sus juicios, que él llamó opiniones. Este argumento partió de una descontextualización como método de ataque. Financiar desde el Estado no solo un proyecto artístico, como se da en todos los países del planeta, sino de cualquier índole, como podría ser la construcción de un puente o una carretera, requiere cumplir con normas públicas estipuladas en todo un sistema de concursos públicos, al que cualquier peruano puede acceder si es que: uno, se cumple con los requisitos que establece la Ley y, dos, el proyecto tiene los argumentos, potencialidades y capacidades que un jurado especializado lo determina. Esta información daría un giro a la intensión del periodista, si es que en el caso de la película hubiera sido una loa al terrorismo, como intentó sostener el comunicador, falseando la realidad, ya que fue el Estado mismo el que entregó el dinero después del concurso público como manda la Ley. Un concurso al que, en el mundo real, se presentaron más de cien proyectos cinematográficos de los que salieron ganadores apenas media docena, entre ellos el de La piel más temida. De manera tal que el periodista, en su confusa argumentación, pasó a acusar al mismo Estado que pretendía defender, por estar financiando una obra que, según su criterio y algunos otros periodistas que trabajan en el mismo diario Expreso, realiza apología del terrorismo.

Fuente: Punto Edu PUCP

¿Cuál es el sentido o dirección, consciente o inconsciente, de los dislocados argumentos de una difamación hecha por un periodista aliado a los gobernantes actuales y formulada desde medios de difusión que respaldan al gobierno, en la coyuntura política que atraviesa actualmente el Perú? Sería la pregunta inicial para entrar en detalles.

Propongo dos respuestas: una, al parecer, consciente de corta trayectoria y la otra inconsciente, que hunde sus raíces en los más lejanos y oscuros acontecimientos ocurridos a lo largo de la historia del Perú y es sobre esta segunda intencionalidad sobre la cual deberíamos de trabajar para empezar a movilizar al país entero en la búsqueda de valores éticos con los cuales la mayoría de los peruanos tendríamos que identificarnos. Solo con un cambio poderoso en ese núcleo oscuro de nuestra cultura, tratando de iluminarlo, desentrañarlo, pacificarlo y humanizarlo podríamos obtener las herramientas para salir del círculo de violencia y corrupción en el que el país se halla encerrado trágicamente.

Es de conocimiento común que el sistema de la lengua o mejor dicho, para este caso, el lenguaje, como concepto, describe la existencia de un sistema comunicativo que, entre los seres humanos, resulta ser muy complejo, discontinuo e inasible y que solo se puede acceder a sus misterios a través de los gestos, actos de habla o textos fijados en múltiples soportes, cuyo fin está destinado a servir de puente entre emisores y receptores. Por lo dicho, en el caso concreto del uso de la lengua del que nos ocupamos, tanto la película como las acusaciones difamatorias del periodista que desencadenó el ataque al cineasta y a su película son textos. Textos que se emitieron en soportes como periódicos, televisión e internet, los cuales estabilizaron los contenidos, permitiendo una circulación como la que se desarrolló en los debates, diatribas, defensas y todos los enunciados que seguirán desarrollándose cada vez que aludan a la temática. Es en estos textos fijados, como piezas a manera de quantums discursivos que ya forman parte del lenguaje, hay contenidos capaces de seguir recreando otros contenidos derivados y que irán a dispararse en múltiples direcciones espaciotemporales. Estos contenidos con sus propios matices ya nacieron, ya existen y existirán eternamente en el paraíso, purgatorio o en el infierno del lenguaje. Serán piezas que seguirán alimentando una interminable discursividad, como lo es este mismo texto escrito que estás leyendo y que se inmiscuye en el debate, creando otro texto más, asociado a la película, a sus detractores y a sus defensores.

Tomando en cuenta esta digresión, el sentido “consciente” hacia donde apunta la agresión del periodista va a crear una cortina más de humo que el gobierno actual necesita para distraer la atención en la crisis que atraviesa. Como es del conocimiento público, el gobierno tiene serias acusaciones de enriquecimiento ilícito con el tráfico de influencia para acceder a fondos que provienen del Estado. Las huellas marcadas en la argumentación del atacante, cuando hace referencia al dinero del Estado -dinero de todos los peruanos- utilizadas sin contextualizar el caso específico, conectan con una preocupación, consigna o mandato de encubrimiento. Sugerir el despilfarro de los fondos públicos, en el contexto del Perú especialmente, es sugerir un proceso de corrupción por el cual se obtuvo un dinero ilegalmente en donde estarían implicados no solamente el que recibe el dinero sino principalmente el que otorga el beneficio económico y por lo tanto el beneficiario y el donante, en cuyo caso es el Estado, quien propicia y comete la falta. Contaminar, ensuciar al oponente, en lenguaje popular, echar basura en ventilador, es una práctica conocida especialmente en las campañas políticas desarrolladas por el fujimorismo.

La segunda dirección, “inconsciente”, que viene empaquetada en la relación que se hace entre la película y una vinculación “sentimental” con el terrorismo tiene otros matices. Se fortalece en la práctica del “terruqueo”, neologismo que la política de las últimas décadas ha incorporado como una recreación de otros insultos de muy antigua procedencia. El sustantivo, usado también como adjetivo, es “terruco” y su apocope “tuco”, que tiene como sinónimo la famosa palabra “terrorista” que el periodista insistía demandantemente incluir en el debate que sostuvo con el director. La acusación neurálgica a la película era su supuesta humanización a seres que no gozan de esa condición y que por lo tanto o son menos humanos o simplemente no existen en el conjunto de la especie autodenominada humana. Son seres que no beberían existir en la concepción del mundo del periodista, de sus compañeros de trabajo, de los que se dedican a propiciar la creación de memes denigrantes y de los demás partidarios. El periodista no alcanzó a percibir que la película no era una cinta de ciencia ficción donde pudiera haberse dado una representación como la que imaginó. Lo peligroso de estos discursos es que alimentan un tipo de pensamiento y convicción política o patriótica extremadamente radical que anida en posiciones tanto de derecha como de izquierda. Desde esta práctica del lenguaje no es extraño que se proceda a la implementación de las ideas de fondo en una acción concreta, desde donde se justifiquen actos dirigidos a eliminar las existencias negadas. Ese es precisamente el mecanismo y el sustento ideológico que se da en toda matanza y se dio en el uso del terrorismo en las masacres de Lucanamarca y Accomarca, en la Región de Ayacucho. Esta es la razón por la que se dice que tanto Sendero luminoso como el Ejército peruano utilizaron el terrorismo en sus propósitos. Desplazar a un ser humano nombrándolo terruco o tuco, es totalizarlo en esa condición no-humana y en un acto veloz, metafórico, eliminarlo en el plano discursivo. En este caso, entonces, estamos frente a una manera de pensar que se denomina fascista, cuyo mayor representante en el terreno político lo fue el alemán, Adolfo Hitler, quien creó un partido político fascista, que usó el terrorismo en su despropósito sanguinario de instituir una supermasiva blanca sobre las otras “razas humanas”.

En el caso del Perú esta violencia verbal tiene su propia historia. El peligro de insistir en el uso indiscriminado de la palabra terrorista o implementar como método de campaña política la práctica del “terruqueo”, conecta en el inconsciente colectivo, con otros núcleos discursivos que la historia peruana registra. Su origen está en la invasión europea y tomó consistencia en una actitud racista para aprovecharse, desde una condición de poder, de otros seres humanos que encontró en este continente. Desde este lejano periodo histórico es de donde viene el método del “terruqueo” como insulto dirigido a la segregación del indígena y se desarrolló en el virreinato, donde palabras como “indio” o “serrano”, en el contexto de los andes y “chuncho”, “campa”, “jíbaro” o “selvático” en el caso de la Amazonía, se usaban para nombrar a seres humanos diferentes a los europeos que vinieron con una cultura a imponerla sobre la originaria americana y ocuparon con violencia genocida sus territorios. No es casualidad, entonces, que frente a un texto fílmico que trata el tema de la violencia vivida a fines del siglo pasado en nuestra historia y que subsiste actualmente en las comunidades nativas de la selva, se reaccione como reaccionó el periodista. No es casualidad que una ciudad como el Cuzco, capital del imperio de los incas, haya sido otro detonante “inconsciente” que precipitó el ataque de personas, como el periodista, asociadas a un régimen político conservador, que se inició en el virreinato y que el proceso de independencia no llegó a modificar sustancialmente. Una independencia que no llegó a desarticular ni siquiera esos viejos núcleos discursivos. El adjetivo “terruco”, creado en Perú, ha llegado a formar parte del lenguaje peruano y aflora de modo instintivo, cuando el viejo sistema entra en crisis, como en la actualidad y arremete contra los que buscan algún tipo de reflexión histórica o frente a cualquier ser humano que no se entregue acríticamente a su decadencia.

En trabajo de investigación, citado más arriba, después de un minucioso estudio no solo sobre este tipo de informes en el Perú sino en muchos otros países de Latinoamérica, concluye que, “Muchos peruanos todavía dudan sobre si escarbar en el pasado es necesario, y temen que las antiguas heridas se puedan abrir de nuevo. Prefieren cerrar los ojos ante un informe que presenta una imagen de su país extremadamente triste”. Luego cita textualmente al informe de CVR, hecha en el Perú por peruanos y que es parte de la documentación histórica del Perú. Dice la CVR: “[Perú es] un país sumido en la barbarie, donde, bajo una frágil y delgada fachada de modernidad y civilización, impera todavía la ley del más fuerte y los instintos prevalecen sobre las razones, y tiene una vigencia abrumadora el racismo, la ignorancia y la brutalidad sin límites que ejercitan los poderosos contra los más débiles y los débiles y pobres entre sí”. Lamentablemente este valioso documento, encargado por el entonces presidente del gobierno de transición Valentín Paniagua, ha sido también atacado, en su momento, como lo está siendo ahora La piel más temida y todo documento o propuesta artística que articulada, de modo pacífico e inteligente, la necesidad de cambiar la estructura social y económica sobre la cual se perpetúan las viejas creencias. Desencadenar discursos de odio tienen estos propósitos y su estrategia siempre parte de mentiras y embustes que distorsionan la realidad, encubriendo delitos de los grupos políticos delincuenciales que gobiernan el Perú. Esta es una vieja historia que no hace más que dejar la posibilidad abierta a que de tiempo en tiempo estalle no solamente una violencia verbal sino bélica, como es la constante en nuestra historia virreinal y republicana.

El terruqueo no es una simple forma de adjetivación sin conexión que desaparece simplemente cuando se cierra la boca, después de hacer una agresión, este acto de habla conecta con núcleos en donde se agazapa el terror mismo. No es ni siquiera ningunear, no es invisibilizar, no es despreciar, no es segregar, es todavía más feroz, es condenar a muerte, es aniquilar, es asesinar simbólicamente al otro humano.

El Perú como cualquier otro país ha tenido momentos muy dolorosos, pero no es un país triste, al contario es un país que conoce la tristeza y el odio que la produce, pero conoce también la forma de curar los traumas que ocasionaron esos odios, conoce los motivos actuales de su frustración, porque a lo largo de nuestra historia personas sabias, en la costa, la sierra y la selva han buscado desde sus lugares, desde sus culturas y desde sus habilidades, curar sus heridas y seguir viviendo, como es el caso de esta película. Depositar toxicidad, veneno, odio en el discurso y su circulación, debe merecer nuestra desaprobación y debería ser legislado como un delito de odio, porque desde ese conglomerado discursivo los radicales políticos pueden alimentar su insania y pasar a una acción realmente terrorista como ya se ha padecido innumerables veces en el Perú. En nuestros archivos históricos y en nuestra memoria colectiva están la masacres que se hicieron en costa, sierra y selva con una sola y constante fórmula: deshumanizar primero y luego matar. Tenemos que cuidar nuestras palabras, ya que el lenguaje, que constituye al sujeto hablante en el acto de la enunciación, no solo representa o refiere a la realidad sino participa directamente en su creación.

Al parecer el periodista, intuitivamente, percibió que la representación que se lleva a cabo en la película buscaba, precisamente todo lo contrario a su acusación. La película revisa aspectos relacionadas con las raíces más profundas de las heridas nacionales, busca remedios, reconciliación, paz y frente a esta evidencia, en el periodista surgió desde sus entrañas una horrorosa ansiedad, sedienta de sangre, y por eso acometió abruptamente su perturbado ataque. Salió desesperado a censurar, a boicotear una película, que hubiera podido ayudarlo a él mismo a ejercitar el lado inteligente y sensitivo de su humanidad.

No veo la hora de ver la película, en el pueblo donde vivo no es posible. Una película que abre los ojos frente al dolor para buscar una sanación y que ha sido capaz de revelar los mecanismos de producción de los discursos más dañinos de nuestra historia, pero que al mismo tiempo ha provocado una masiva y serena respuesta, neutralizando al agresor, es digna de verse y estudiarse. Todos los pueblos, por más lejanos que estén al centro capitalino, deberían tener la oportunidad de verla. Mirarse en ese espejo, como se ha dicho, y limpiar nuestro lenguaje de los estereotipos tóxicos que un tipo de fascismo provinciano todavía usa, debe ser una estrategia contra la barbarie.


*Poeta chirimotino y docente universitario. Graduado con un PhD por Boston University y fundador de la organización comunal, “La casa del colibrí, procurando el buen vivir”, con sede en el distrito de Chirimoto, Región Amazonas.