Lo que nos cuenta un historiador legendario sobre el desprecio por la clase obrera de hoy

Kenan Malik

Thompson en una manifestaciónen contra de las armas nucleares, 1980. Tomado de Wikimedia Commons.

No es frecuente que, siendo adolescente, te atrape un volumen de 900 páginas (a menos que figure «Harry Potter» en el título). Y menos todavía cuando se trata de un libro de historia denso, que cuenta con meticuloso detalle historias de tejedores y mineros, zapateros y carpinteros de ribera del siglo XVIII.

Sin embargo, aún puedo recordar cuando me tropecé por vez primera con The Making of the English Working Class, [La formación de la clase obrera en Inglaterra, Capitán Swing, Madrid, 2012] de E.P. Thompson, en una librería. No tenía ni idea de su importancia cultural ni de su lugar en los debates historiográficos. No sabía lo que significaba «historiografía», ni siquiera que tal cosa existiera. Pero aún puedo sentir la emoción de abrir el libro y leer en el primer párrafo: «La clase obrera no salió como el sol a una hora determinada. Estuvo presente en su propia creación». No sabía que era posible escribir sobre la Historia de esa manera.

Todavía conservo aquella vieja edición de Pelican, maltrecha y marcada a lápiz, con el grabado de George Walker de un minero de Yorkshire en la portada; un libro en el que sigo sumergiéndome, por el puro placer de la prosa de Thompson y porque cada lectura me proporciona una nueva perspectiva.

Si Thompson siguiera vivo, habría cumplido 100 años el sábado [3 de febrero]. La ocasión se conmemoró con un pequeño congreso en Halifax, ciudad en la que Thompson vivió durante muchos años, mientras impartía clases en Leeds y escribía su libro. Pero más allá de eso, ha habido poca fanfarria.

The Making of the English Working Class, que sigue en catálogo más de 60 años después de su primera edición, ha adquirido un estatus casi mítico. Sin embargo, el propio Thompson ha desaparecido de nuestro horizonte cultural. El historiador Robert Colls señaló hace una década que cuando, en 2013, Jeremy Paxman preguntó, en las semifinales del University Challenge [célebre y veterano concurso televisivo de la BBC para estudiantes universitarios], quién había escrito The Making of the English Working Class, «nadie lo sabía».

La obra más influyente de Thompson se escribió en el momento álgido del influjo de la clase obrera en la política británica. Hoy en día, la antigua clase obrera industrial, sobre la que escribió Thompson, ha quedado en gran parte deshecha, políticamente marginada y despojada de su poder social. Son pocos los que consideran la clase un concepto fértil en el pensamiento histórico, y menos aún un fundamento de la política progresista. Sin embargo, los mismos cambios que han llevado a la desatención contemporánea respecto a Thompson hacen también que sus argumentos sean significativos.

El núcleo del libro de Thompson se centra en volver a imaginar la clase y la conciencia de clase. La clase, escribió, «no es una cosa», ni una «estructura», sino un «fenómeno histórico» a través del cual los desposeídos «como resultado de experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses entre sí y frente a otros hombres cuyos intereses son diferentes (y normalmente opuestos) a los suyos».

Thompson andaba argumentando en contra tanto de la visión conservadora de las relaciones de clase como descripción de «la armoniosa coexistencia de grupos que desempeñan diferentes ‘papeles sociales'» como de una forma de determinismo económico que imagina, como dijo posteriormente en una entrevista, que «una especie de materia prima como los campesinos ‘que acuden en masa a las fábricas'» podría «procesarse en tantos metros de proletarios con conciencia de clase». Para Thompson, la clase obrera «se hizo a sí misma tanto como fue hecha». Esta idea de agencia, de personas que, incluso en las circunstancias más desfavorables, poseen la capacidad de actuar sobre el mundo, fue central en la obra de su vida.

Thompson fue marxista, y miembro del Partido Comunista, que abandonó a disgusto en 1956, tras la represión soviética de la revolución húngara, y ayudó a fundar la Nueva Izquierda. Sin embargo, su marxismo estaba impregnado de otras dos tradiciones: la del protestantismo radical, de los levellers y los diggers del siglo XVII a disidentes posteriores, como cuáqueros y baptistas, y la del romanticismo, articulada con mayor fuerza por William Blake, tema del último libro de Thompson, publicado póstumamente. Este marxismo romántico y disidente dejó una profunda impronta en la erudición histórica de Thompson, en sus debates polémicos y en su activismo político.

La frase más célebre de The Making of the English Working Class es la declaración de Thompson acerca de «rescatar al pobre mediero, al cosechador ludita, al ‘obsoleto’ tejedor de telares manuales, al ‘utópico’ artesano» del «enorme desdén de la posteridad». Lo que venía a decir era que, desde nuestro punto de vista, un movimiento como el de los luditas, trabajadores textiles que a principios del siglo XIX se opusieron a la introducción de nueva maquinaria y la destruyeron, podría parecer retrógrado e irracional: su propio nombre es sinónimo de oposición insensata a la innovación tecnológica. Sin embargo, a los ojos de Thompson, no se trataba de «ciega oposición a la maquinaria», sino de una lucha contra la «libertad» del capitalista para destruir las costumbres del oficio, ya fuera por medio de nueva maquinaria, mediante el sistema de fábricas o… rebajando los salarios».

Todos estos temas son quizás más relevantes hoy que cuando Thompson escribió su libro. Su concepción de la clase no como algo, sino como una relación, que no viene dada, sino que se forja a partir de la lucha, es tan significativa para esta era postindustrial como lo fue en el análisis del advenimiento de la industrialización.

La empatía de Thompson con quienes se ven obligados a luchar en un terreno social inhóspito también nos reserva lecciones. Hoy en día, la cuestión estriba en el enorme desdén, no de la posteridad, sino del presente: el desprecio por la clase trabajadora, la hostilidad hacia los «gorrones» de las prestaciones sociales, la burla hacia quienes se ven obligados a recurrir a los bancos de alimentos, la indiferencia ante la injusticia. También es visible en el desprecio por el supuesto fanatismo y conservadurismo de la clase trabajadora o en el desdén por quienes votaron de modo equivocado o se han desilusionado con la izquierda. La insistencia de Thompson en que «sus aspiraciones eran válidas en función de sus propias experiencias» es tan necesaria de reconocer ahora como entonces.

Hay, como han señalado los críticos, ausencias en el relato de Thompson. Las mujeres se encuentran en buena medida ausentes en The Making of the Working Class, al igual que el mundo más amplio, sobre todo las repercusiones de la esclavitud y el colonialismo en la conciencia de clase, lo cual resulta extraño, considerando la influencia de los radicales de clase obrera en el movimiento abolicionista. También hay momentos en los que el romanticismo de Thompson se acerca incómodamente a la desesperación por la modernidad.

Empero, a despecho de todas las críticas, The Making of the English Working Class no supone sólo un magnífico trabajo de excavación histórica, sino también una fastuosa aportación al espíritu humano, a la capacidad de las personas para trascender sus circunstancias e imaginar colectivamente un mundo mejor. «El arte de lo posible», tal como escribió Thompson, «sólo puede verse refrenado para que no abarque todo el universo si lo imposible puede encontrar la manera de irrumpir en la política, una y otra vez».


Publicado inicialmente en The Observer, 4 de febrero de 2024.

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