Pier Paolo Marzo R.

Estamos muy contentos de que los cardenales hayan elegido como nuevo Papa al obispo Robert Prevost, peruano por elección, que conoce bien ciudades como Chiclayo, Trujillo y el Callao, y como sabemos que visitó Huánuco con ocasión de la toma de posesión del obispo Neri, podemos asumir que conoce buena parte de Perú.
Pero hay otro motivo para la alegría: su elección del nombre “León XIV” sugiere una clara continuidad espiritual y social con León XIII, Papa que a fines del siglo XIX publicó la encíclica Rerum Novarum — “Cosas nuevas” —, la primera gran carta social de la Iglesia católica. En ella se plantearon principios fundamentales sobre el trato justo y el reconocimiento de los trabajadores y trabajadoras en el mundo. Repasemos algunos de los mensajes que siguen vigentes.
Primero, el diagnóstico de la situación:
«… no sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole se hallan sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios.» (RN 1)
Ante esta realidad, León XIII subraya que:
«Es verdad incuestionable que la riqueza nacional proviene no de otra cosa que del trabajo de los obreros.» (RN 25)
El Papa también hace severas advertencias:
«Tengan presente los ricos y los patronos que oprimir para su lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena no lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo. «He aquí que el salario de los obreros… que fue defraudado por vosotros, clama; y el clamor de ellos ha llegado a los oídos del Dios de los ejércitos» (Santiago 5,4″. (RN 15)
Y da indicaciones sobre el rol del Estado:
“La equidad exige, por consiguiente, que las autoridades públicas prodiguen sus cuidados al proletario para que éste reciba algo de lo que aporta al bien común, como la casa, el vestido y el poder sobrellevar la vida con mayor facilidad… (RN 25)… Los derechos, sean de quien fueren, habrán de respetarse inviolablemente; y para que cada uno disfrute del suyo deberá proveer el poder civil, impidiendo o castigando las injurias. Sólo que en la protección de los derechos individuales se habrá de mirar principalmente por los débiles y los pobres… Este deberá, por consiguiente, rodear de singulares cuidados y providencia a los asalariados, que se cuentan entre la muchedumbre desvalida.» (RN 27).
Además, llama a intervenir ante abusos laborales:
«Si la clase patronal oprime a los obreros con cargas injustas o los veja imponiéndoles condiciones ofensivas para la persona y dignidad humanas; si daña la salud con trabajo excesivo, impropio del sexo o de la edad, en todos estos casos deberá intervenir de lleno, dentro de ciertos límites, el vigor y la autoridad de las leyes.» (RN 30). Y hace precisiones respecto de los que hoy llamamos grupos vulnerables:
“Lo que puede hacer y soportar un hombre adulto y robusto no se le puede exigir a una mujer o a un niño. Y, en cuanto a los niños, se ha de evitar cuidadosamente y sobre todo que entren en talleres antes de que la edad haya dado el suficiente desarrollo a su cuerpo, a su inteligencia y a su alma.» (RN 31)
¿Acaso no es motivo de alegría saber que tenemos un pastor universal que quiere continuar la ruta abierta por estos mensajes? ¿y que como garantía de esa intención conoce la vivencia de los pobres, tanto por el humilde entorno en el que creció en su país natal como en el servicio que ofreció en nuestro país? Los creyentes podemos orar por esa intención y todos y todas, actuar con la esperanza de contar con un importante aliado en la construcción de un mundo justo, basado en los trabajadores y trabajadoras.