Silvio Schachter
Solamente el observar el mapa político en el mundo hace innecesario tener que fundamentar la pertinencia y las razones que expliquen nuestra decisión de realizar este cuaderno de múltiples voces que abordan y fundamentan el avance de las ultraderechas.
La caracterización del fenómeno encuentra argumentos que son muchas veces coincidentes y diagnósticos comunes, pero también controversiales, neoderecha, posfascismo, protofascismos, fascismo neoliberal, ultraderechas o derechas radicales, son denominaciones diferentes para caracterizar un proceso que muestra como el mundo parece escorar cada vez más hacia posiciones de derecha. Analizar las distintas caracterizaciones no es un registro menor. Como sabemos, a través del lenguaje, los conceptos expresan saberes, acciones, prácticas políticas y creencias que no se deben ignorar.
La cuestión de la relación entre los fascismos del pasado y del presente ha recibido muchas respuestas diferentes y polémicas. ¿Cuáles son los rasgos de continuidad y de discontinuidad? Para Enzo Traverso, “el fascismo puede convertirse en un concepto transhistórico que rebasa la época que lo ha engendrado. No significa postular su carácter eterno ni prever su repetición. En el siglo XXI, no puede aparecer sino bajo una nueva forma y, probablemente necesitemos nuevas palabras para describirlo”.
Según Jesús Jaén Urueña, “hablar de una extrema derecha o una ultraderecha, creo que subestima este fenómeno (neofascismo) que ya estamos viviendo. Creo que esos nombres se relacionan con grupos minoritarios e ideologizados. Hablar de nuevos fascismos y no de nuevo el fascismo; es intentar acercarse a la realidad, pero sin las comparaciones con el pasado”.
“Nuestra época es también la de un fascismo soterrado que de a ratos estalla cuando los intereses del capitalismo se ven expuestos a cierto freno, o le es disputada su predominancia, o la inoperancia de su instrumentación” apunta José Gandarilla Salgado.
“Más problemática es la banalización del fenómeno, mediante su identificación con otro tipo de desventuras. El fascismo no es equivalente al extractivismo y menos aún a formas perdurables de la violencia machista. Conforma una modalidad de gestión política del Estado para recomponer la dominación de la clase capitalista con métodos de extrema virulencia” explica Claudio Katz.
La controversia involucra también las definiciones del concepto de populismo, entre quienes sostuvieron a los gobiernos autodefinidos como progresistas en América Latina y aquellos autores que señalan con ese término a ciertos líderes que usan una retórica populista para aplicar con consenso, sus políticas reaccionarias y autoritarias. Rafaelle Simone los denomina con la figura del “monstruo amable”.
El término fascismo es polisémico, se adapta, porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos y siempre podremos reconocerlo como fascista. En contrapartida, dice Olivier Besancenot que “no es momento de perder el tiempo sobre cómo deberían llamarse” y parafraseando a Walter Benjamín, quien decía “que la necesidad de la revolución es dar la señal de alarma de un tren que la humanidad debería activar antes de que se estrellara”; señala “hoy día, la tarea del movimiento de emancipación es precisamente esa: ¡tirar de esa señal de alarma!”
“Lo que acontece en estos momentos en Palestina indica que la barbarie está entre nosotros, ya ha llegado, no es una cuestión del futuro. La célebre proclama de Rosa Luxemburgo, socialismo o barbarie, se está haciendo realidad por el peor lado de la historia y eso es un resultado directo de la derrota o el fracaso de los proyectos revolucionarios y anticapitalistas” apunta Renán Vega Cantor.
El avance del posfascismo no habría sido posible debido solamente al uso de los cambios tecnológicos o las nuevas formas productivas del capitalismo flexible. Hubo un lento y profundo trabajo ideológico cultural que le permitió al fascismo, transformado y renovado, sobrevivir y superar la derrota de 1945 para poder adaptarse a la nueva época histórica.
Más allá del debate sobre el origen y las formas de este giro conservador, es evidente que las fuerzas de extrema derecha se han visto fortalecidas en muchos países. Esta ola que ha ido avanzando por Europa y el resto del planeta no puede considerarse por lo pronto un fenómeno puntual, aunque, como es lógico, en cada país presenta características propias. Giorgia Meloni (Italia), Marine Le Pen (Francia), Santiago Abascal (España), Viktor Orbán (Hungria), Jarosław Kaczyński (Polonia), Benjamín Netanyahu (Israel, Recep Tayyip Erdoğan (Turquía), Narendra Modi (India), Donald Trump, Nayib Armando Bukele, Jair Bolsonaro, Dina Boluarte, Keiko Fujimori o Javier Milei, entre otros no son la expresión de una ideología monolítica, tienen trayectorias disímiles, son referentes con historias diferentes, expresan un collage variopinto de ideas políticas y filosóficas, su colmena expresa múltiples contradicciones. Tampoco fue homogéneo el fascismo de entreguerras, pero como se atribuye a Mark Twain “la historia no se repite, pero rima”. El neofascismo tiene su despliegue en un contexto profundamente diferente de aquel que vio nacer el fascismo clásico en las décadas de 1920 y 1930, el post-fascismo es profundamente conservador. Su actualidad se funda en el uso eficaz de los medios y de las técnicas de comunicación, sus líderes revientan las pantallas de televisión y las redes sociales. Una de las fuentes fundamentales del fascismo clásico, su razón de ser y, en varios casos, la clave de su ascenso al poder ha sido el anticomunismo y su radicalismo estaba a la altura del desafío encarnado por la Revolución Rusa. Hoy en día, el post-fascismo se expresa a través de spots televisivos y campañas publicitarias, antes que haciendo desfilar sus tropas en uniforme y la realización de masivas puestas en escena de impactante teatralidad. Por otra parte, podemos afirmar que en la actualidad cada país da vida a la extrema derecha que necesita, aunque sus diferencias no impiden incluirlas para su análisis global en una misma macro categoría.
En Italia, la cuna del fascismo, señala Stefanie Prezioso que “Giorgia Meloni y sus seguidores están librando una auténtica cruzada por la desigualdad; una guerra contra las y los oprimidos, contra las condiciones de vida y de trabajo de las personas asalariadas contra el derecho de manifestación, contra el derecho de huelga, contra las mujeres y las personas LGBTIQ, contra los inmigrantes […] transmitir a la opinión pública la idea de que la inmigración es un cataclismo, ajeno a la nación, enemigo de su bienestar y que debe combatirse. Esta cruzada va acompañada de una guerra ideológica que criminaliza a los contrarios a la nación, es decir, a los marxistas, a los movimientos climáticos a las organizaciones antirracistas, antifascistas o, más en general, progresistas”.
Un modelo de la llamada “democracia iliberal” es Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, quien tras haber recortado la autonomía de los tribunales, ha suspendido esencialmente el poder legislativo del gobierno hasta que lo considere oportuno, eliminando en el proceso el principio liberal-democrático de los límites institucionales a la autoridad ejecutiva: ahora gobierna por decreto.
El proceso de su auge en el campo de las ideas viene amasándose por décadas. Pier Paolo Pasolini observaba, ya en los 70, “el advenimiento de un nuevo fascismo fundado en el modelo antropológico consumista del capitalismo neoliberal, frente al cual el régimen de Mussolini aparecía irremediablemente arcaico, como una suerte de paleofascismo”.
Hacia un posthumanismo
Se trata de explorar un acontecimiento de largo plazo que, con flujos y reflujos, viene construyéndose, al menos, desde la década de 1980. Una corriente universal que hoy está gobernando, cogobernando, con posiciones clave en ámbitos parlamentarios o presidiendo alcaldías, una fuerza que ha crecido en número y en influencia.
Es el correlato político necesario para que el capitalismo actual pueda operar en la explotación de seres humanos, del agua, la flora, la fauna y las riquezas minerales. Un cúmulo de información, tomada desde satélites y drones racionaliza aún más la explotación, bajo la imagen idílica de que “estamos todos conectados”, las transnacionales dueñas de macroprocesadores de información, construyen sus políticas de expoliación. Hoy las ideas hegemónicas se construyen en base a lo que dictan sus algoritmos.
Romper las resistencias, disolver y criminalizar los movimientos sociales, ese es su horizonte político. En contraste con su forma antihumana del siglo XX, el fascismo posthumano contemporáneo se centra en una profundización de la descualificación masiva de la mano de obra y la automatización generalizada, del empleo de la robótica y la inteligencia artificial: la obsolescencia prospectiva de la propia humanidad. Varios autores sostienen que estamos en la transición del capitalismo analógico al capitalismo digital donde la principal contradicción capital-trabajo, señalan, asume formas novedosas que acaban por redefinir al capitalismo.
El neofascismo contemporáneo se basa, más que en el antihumanismo, en el posthumanismo. El antihumanismo se refiere a la forma en que el fascismo del siglo XX estaba orientado, entre otras cosas, a hacer retroceder el legado universalista de la Ilustración y la Revolución Francesa y sobre todo la rusa. El fascismo contemporáneo se basa en un posthumanismo en la medida en que parte de la aparente obsolescencia y desechabilidad de millones de personas. La obsolescencia de los seres humanos, reducidos como están a una existencia sin ningún atributo humano, subordinados a las maquinaciones de las fuerzas del capital mundial y sus infinitos recursos, cuya complejidad se halla fuera de su comprensión. Un orden de dominación y explotación, donde el capitalismo, no ha tenido límites en transformar la vida en mercancía, mientras millones de seres humanos son expropiados enajenados y violentamente privados de sus derechos.
Especialistas en economía de Der Spiegel calculan que, si continúa la tendencia actual, el 20% de la potencial fuerza laboral global bastará para mantener en marcha la economía, obviamente se refieren a esta economía, hecho que reduciría al otro 80% de la población laboral del mundo a la categoría de productivamente redundante. Lo que hoy es evidente es que en esta etapa del capitalismo los Estados y sus gobiernos están dispuestos a sacrificar a los ancianos, a los enfermos, los pobres, los indigentes, los pueblos originarios, incluso a un sector de los trabajadores a la lógica reduccionista del mercado.
Al comenzar la segunda década del siglo XXI, América Latina es escenario de un avance de las fuerzas políticas de derecha. La ola progresista ha quedado atrás. “Nuevas formas de despojo se unen a las ya conocidas. Y se distribuyen por las cadenas o redes flexibles de acumulación de alcance planetario. Esas cadenas, con eslabones intercambiables y descartables, tienen en una punta fondos de inversión de distintas procedencias y los territorios de extracción en la otra. Cada vez más eslabones de esa cadena, habitualmente los más próximos a los territorios, pero no siempre, operan la extracción de riquezas por despojo. “Para esa aceleración del despojo es necesario un Estado de excepción, que no sólo desactive los marcos regulatorios, sino que opere, inclusive preventivamente, contra las resistencias de los territorios. Algo parecido a un Estado de guerra permanente” escribe en su artículo Silvia Beatriz Adoue.
Una cultura de saberes descartables
La ultraderecha trata de destruir cualquier proyecto colectivo de mermar las formas de lucha donde emerja una alternativa de democracia popular, portadora de una propuesta anticapitalista. Su función es achicar los espacios para la acción común e impedir la formación de un poder contrario, que pudiera cuestionar realmente el orden capitalista. Lo que caracteriza la actual constitución social no es la multitud de la que hablaba Toni Negri, sino más bien la soledad. En el nuevo milenio las ultraderechas han dado curso al paradigma de la admirada por Milei, Margaret Thatcher, quien sentenció que «la sociedad no existe. No hay tal cosa como la sociedad. Hay hombres y mujeres y hay familias».
Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas. La sospecha hacia el mundo intelectual ha sido siempre un síntoma del fascismo, para quien el desacuerdo es una traición. Este giro a la derecha atraviesa e impregna también el mundo de la cultura, donde muchas veces la censura y autocensura es ejercida por los propios intelectuales. La persecución de quienes sostienen posiciones críticas ante la masacre del pueblo palestino por parte del Estado de Israel. El caso de la Susan Sarandon, su representante canceló su contrato por la postura crítica al genocidio en Gaza o el de Judith Butler, cuando muchos colegas pidieron que se le quite el premio Adorno otorgado en 2012 por su apoyo al boicot a Israel son ejemplificadores. A la autora palestina Adamis Shibil se le suspendió la entrega de un premio en la Feria de Frankfurt de 2023 como un acto de solidaridad con Israel; en la misma feria Slavoj Zizek fue abucheado por defender a Shibil y decir que el rechazo a la acción de Hamas no significaba desconocer el de la histórica e ilegal política israelí contra los palestinos.
Tampoco es casual que la enseñanza pública sea un blanco privilegiado y no solo para el gobierno de Milei. En su artículo Peter McLaren lo ejemplifica en EEUU: “en un universo social de alta densidad de información, estos públicos en línea que operan como una esfera contra-pública informal, de tipo ‘hágalo usted mismo’, se están centrando ahora en la demonización de los docentes y normalización del odio dirigido hacia ellos por personas como Mike Pompeo, quien recientemente describió al líder sindical Randi Weingarten, presidente de la Federación Estadounidense de Maestros, como la más peligrosa persona en el mundo”.
Los despidos, cierres y ahogo presupuestario de las entidades culturales son una señal feroz de quienes han impuesto el modo hegemónico neoliberal de narrar el mundo, en los sentidos adjudicados al pasado y el futuro, en las prácticas de la vida cotidiana, en la percepción y uso del espacio, en las formas de la acción política. Todos los discursos e ideas de la ultraderecha se basan en un léxico pobre y en una sintaxis elemental con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. La cultura dominante nos impone saberes descartables. El mundo virtual es pobre en alteridad y resistencia. La derecha y su expresión radicalizada, la ultraderecha, son defensoras de las desigualdades, son racistas, xenófobas, fundamentalistas e intolerante hacia el multiculturalismo. La patología de la sociedad queda manifiesta al constatar que el discurso que se consensua es el que ataca al concepto de igualdad.
Reflexiona sobre el tema Miguel Mazzeo: “como la ultraderecha expresa mucho más una identificación con el poder que una nueva intermediación del poder, uno de sus rasgos más notorios, a diferencia de las viejas intermediaciones, es que no necesita disfrazar ni su dominio, ni sus planes, ni su predilección por los formatos tiránicos, ni su ansiedad de buitre famélico. Por el contrario, jactanciosa y obstinada, expone su voracidad sin tapujos. A quemarropa. Nos refriega en la cara su afinidad con los poderes fácticos, su metafísica fabulosa, su carácter despiadado y su ideología de la muerte”.
Siglos de religión enseñan que las creencias no necesitan ser coherentes, ni basadas en la razón para ser creíbles. La resignación donde el mensaje es: este no es el mejor de los mundos posibles, sino el único que hay.
En la actual etapa postmoderna, neocolonial, se ha dado la substitución de un análisis en términos horizontales y de clases, por una manera de cortar la sociedad en capas y rebanadas fragmentarias, donde el internacionalismo se confunde con la defensa de la globalización del capital. Se han naturalizando todas las formas de dominación, hasta invisibilizarlas. No hay otra historia que la que niega el pasado y el futuro, sólo un presente eterno, donde el capital metaboliza la sociedad organizando ideas, juicios y prejuicios. Se construyen sobre el sustrato de herencias coloniales que pesan en la cultura y la subjetividad, que refuerzan la alienación y modelan la forma de percibir el mundo. Un mundo donde la violencia de las guerras del capital, explícitas o maquilladas contra quienes son descartables, se multiplican.
Entre el fascismo ancestral y el posfascismo no solo está la derrota de la revolución y la izquierda, la metamorfosis ideológica del actual fascismo ya no apunta a conquistar sino a expulsar, donde la construcción de muros internos es parte de la segregación y fragmentación social de su sociedad. El individuo ha quedado frente a frente con su desprotección existencial, sin defensas y totalmente expuesto. Quienes defienden el llamado capitalismo flexible manifiestan explícitamente que, con las crudas demandas de eficiencia, competitividad y flexibilidad, ya no se puede sostener la subsistencia de las redes de protección. El postfascismo extrae su vitalidad de la crisis económica, todos los indicadores de lo sucedido en la pandemia del COVID muestran como un grupo cada vez más pequeño saca partido de los dramas de la humanidad.
El agotamiento de las democracias liberales que han conducido a las clases populares a abstenerse de la vida pública, coincide con la desaparición y o reducción de las organizaciones de izquierda y el alineamiento de la socialdemocracia con las normas de la gobernabilidad neoliberal, lo cual ha dejado a las ultraderechas con el casi monopolio de la crítica, sin tener siquiera la necesidad de mostrarse subversivas.
Los profundos cambios tecnológicos que han facilitado, por un lado, la operación de parasitismo ideológico realizada con éxito por parte de la nueva ultraderecha. La posverdad, las fake news y las teorías del complot, en suma, no son un corolario casual de su estrategia: son un elemento crucial. No cabe duda alguna de que es la extrema derecha quien la utiliza más frecuentemente hasta convertirse en una de las características imprescindibles para poder definirla y entenderla. Entre sus objetivos está el de polarizar a la sociedad, volcar hacia la ultraderecha la opinión pública. Un objetivo facilitado por las redes sociales: de ahí que el tema de la posverdad y las fake news, sea su modus operandi.
¿Por qué la clase trabajadora apoya a la derecha?
En América Latina, figuras de ultraderecha llegaron al gobierno sin construcción partidaria previa. Basados en liderazgos personalistas con un discurso reaccionario en lo cultural y anti-establishment en lo político, consiguieron imponerse a los partidos establecidos en un contexto de deslegitimación de las élites tradicionales. Es el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, de Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina. La extensión y la fortaleza del consenso democrático han sido corroídas, porque la descomposición de los partidos burgueses y sus políticas y por propiedad transitiva ha contaminado e infectado el consenso democrático y ataca la construcción de décadas del sentimiento antidictadura. Redujeron todo al simple credo de que no hay alternativa, una política que premia y promueve el conformismo, donde los políticos, no pueden prometer nada, salvo más de lo mismo, la figura de “trague sapos, porque el otro es peor”, derrapó a favor de la ultraderecha.
El posibilismo y el juego del eterno del mal menor le abre las puertas a quienes se presentan como portadores de un cambio, aunque las víctimas de ese camuflado cambio sean quienes los apoyaron.
Las nuevas derechas emergentes tienen relaciones de cooperación y competencia con las derechas tradicionales. Se difuminan los límites entre las pertenencias e identidades políticas, que se vuelven evanescentes, los políticos de los tradicionales partidos del orden atraviesan sin pudor antiguas fronteras formales que se han vuelto más y más porosas en un espacio donde todo vale. A diferencia de los golpes de Estado, la liquidación de la democracia liberal burguesa es instrumentada por las ultraderechas que utilizan la degradación de las propias instituciones para hacerlo, el signo y las características de quienes gobiernan se subordinan un poder que está cada vez más alejado de la política.
El lugar del Estado, desde el punto de vista de Milei es básicamente un aparato a desmontar, salvo en su rol represivo y recaudador. Cualquier actividad pública debe ser reemplazada por su sucedáneo de mercado. Milei no tiene más propuesta que dinamitarlo. La liberalización total del movimiento de capitales es el dogma del FMI y según esa lógica todos los sectores deben ser transformados a imagen y semejanza del mercado. Lógica que el gobierno de Milei ejecuta sin pero alguno, en una gestión que se caracteriza por un nivel de aceleración de conflictos y polémica permanente y que los diversos actores que ocupan la Casa Rosada estimulan, pues se sienten cómodos con ese modo de confrontación sin freno.
El nivel de genuflexión ante EEUU o Israel que profesa el presidente argentino, cargado de su gestualidad farandulesca, su alineamiento con el criminal gobierno del israelí Netanyahu, así como la visita de William J. Burns, jefe de la CIA, la mayor agencia criminal del mundo, o la recepción exultante a la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de Estados Unidos que negocia una base militar en el sur argentino. La inédita violencia confrontativa con otros gobiernos del continente y las consecuencias con el mundo árabe por su decisión y su decisión ilegal de trasladar la embajada a Jerusalén, fuerzan un provocado aislamiento internacional y superan ampliamente las relaciones carnales de la política exterior de Carlos Menen.
¿Por qué la clase trabajadora apoya a la derecha? Es quizás la principal pregunta y el tema que debe preocuparnos. Hablar de las victorias de la derecha implica, necesariamente, hablar de la derrota de la izquierda. Si son capaces de hacerlo ha sido por la crisis de las grandes corrientes del movimiento obrero en la segunda mitad del siglo XX, el comunismo y la socialdemocracia y los sindicatos asociados a estos. A grandes rasgos, esta crisis comienza en los setenta y se acelera en los noventa, con la desintegración de la Unión Soviética y del llamado campo socialista. La reconversión de una izquierda que ha aceptado el status quo, el pensamiento único, lo políticamente correcto, qué es legal y qué no, quién decide qué se puede decir y qué no, es parte responsable del auge de las derechas y del escarnio de haber perdido su influencia entre los trabajadores y los más vulnerables. La desaparición del tejido asociativo que durante el siglo XX estuvo vinculado al movimiento de izquierda en sus diversas expresiones, que eran espacios de organización política, pero también de comunicación y socialización, no ha logrado rehacerse creativamente, lo cual favorece la dispersión y el desencanto e impide generar pensamiento y acción política. La difusión del posmodernismo entre los intelectuales agudiza su desconexión de la realidad social. Es un laberinto donde parte de sus intelectuales orgánicos se ha adentrado de buen gusto, porque obtenían más réditos académicos y económicos, menos ásperos y riesgosos que ocupándose de cuestiones políticas. “No sustraerse a la contemplación de la decadencia y hacerlo a través del desprecio, tanto de la complicidad como de la impotencia, desechar, pues, el desinterés ante nuestra propia participación en la generalización de este caos” en palabras de José Gandarilla.
En el momento más crítico de la historia de la humanidad, en un escenario donde prima el desencanto, la impotencia y el conformismo con lo dado, la sensación vacua de un volver a empezar sin horizonte de cambio, la necesidad del socialismo está de nuevo cara a cara con la persistencia del fascismo. La alternativa clásica “socialismo o barbarie” es más actual que nunca. Pero quién y cómo encender la chispa de la esperanza de la que hablaba Walter Benjamín, cómo renunciar a la actitud de observadores, productores de diagnóstico sin acción o de nostalgia ante lo perdido ¿Es posible un modo diferente de vivir sin pensar en volver hacia el pasado?
El propósito central de este cuaderno es, sin dogmas ni consignismo, promover el ejercicio de reflexionar y actuar entre quienes que no se hallan afincado sedentariamente en la rutina académica. Es reunir conceptos e ideas en torno a la crítica a los fenómenos que dan lugar a las políticas y al consenso que logran las ultraderechas, no como acontecimiento, o un periodo coyuntural, sino como una condición estructurante del presente.
Quienes escriben en este Cuaderno de Herramienta son autores y autoras, a quienes conocemos y valoramos porque abren caminos con sus prácticas y teorías. Aportan a un pensamiento crítico, que se asume como incompleto, con ideas que son sostenidas en condiciones adversas. Son desobedientes, piensan a contramano de las corrientes hegemónicas, contra los estereotipos y los disciplinamientos que amansan los cuerpos, proponen nuevos recorridos. Aportan sus visiones y experiencias individuales que aquí se vuelven colectivas, conformando una agenda de prioridades que no están nunca entre los ejes que plantea la derecha y que acepta una izquierda complaciente.
Interactúan en un debate con múltiples sinergias, con miradas atentas a los nuevos fenómenos, en una arena de conflictos contextualizados por el capitalismo posmoderno. Comprometidos con las convulsiones de esta época y también para volver a repensar lo que parece terminado.
Conscientes de que el camino pasa por abandonar un pensamiento político que fracciona a la izquierda y la recluye en torres de marfil incomunicadas entre sí. Se trata de recrear una palabra colectiva, insumisa, que sea motivadora de iniciativas en movimiento hacia una praxis emancipadora.