Anghelo Gutierrez Barboza
Nunca he querido tener hijos, pero no siempre fue así. A los 20 el futuro se distendía como un gran camino llano, los vericuetos del recorrido aún no eran plenamente visibles para mí. Quería 2 hijos cuya diferencia fuera de dos años como máximo, y uno último para mi vejez. Hasta el día donde conocí a doña Machita, de cabellera blanca, muy blanca, remanentes de un pasado tan negro como la oscuridad; su piel como el capulí podía distinguirse a lo lejos a cientos de kilómetros.
–Tendrás tus hijitos, ya pue. Y, ¿qué será de ellos con esta maldición de raza? ¿Crees ya, niño, que irán a la ciudad donde paran los hacendados, nuestros patrones, y no los tratarán como perros? ¿No los agarrarán por las solapas como al Incil y los botarán como cualquier cosa? ¿Qué comerán? Ni leer en cristiano sabemos. Buscarán trabajo en la hacienda para vivir como animales con lepra, con sarna. Tú, niño, puedes aguantar tu pena, tu sufrimiento, pero, ¿cómo aguantarás el sufrimiento de tus hijos?