Alana Viera
«Ni hombre, ni mujer, no binarie es lo que he decidido ser».
Osciel Baena.
Osciel, le magistrade, es noticia internacional. No lo fue lo suficiente hasta que fue asesinade. La fiscalía de Aguascalientes (México) presume que le asesinó su pareja a pesar de las amenazas de muerte en su contra, a pesar del odio que despertó en vida. Una vida bastante visible como se nos dice que somos libres de tenerla en la era de las libertades y la producción de sujetos únicos, ¿no?.
Aunque nunca hemos estado tan sujetos como ahora. Tan convencidos de lo que nuestro documento de identidad dice sobre quiénes somos. Hombres o mujeres. Nacionales o extranjeros. De apellido de dos centavos o de millones de dólares. Hay quienes como Osciel, nos atrevemos a desafiar el binario, a hackear el sistema desde el cual, a punta de muchísima violencia, aprendimos a enunciarnos.
Su existencia está subrayada de rojo, «le magistrade», «asesinade». Mencionarle hace que las letras de mi documento se marquen de múltiples errores por corregir. «No es le magistrade, es el magistrado», nos dice el Microsoft Word y los comentarios en redes sociales. Hay que dejarse de ridiculeces, nos dicen los protectores del lenguaje. Ese lenguaje producido por el imperialismo neoliberal, que nos permite pasar de vídeo a video, de beef steak a bistec, pero no de él a elle. Un lenguaje que no se atreven a producir, porque solo han aprendido a ser producidos por él. El ridículo se pinta solo.
Las mentes chatas de este mundo nos quieren tan dóciles como ellos y ellas. Esos ellos y esas ellas que asumen un mandato biológico por parte de sus genitales. Esos genitales, que según se intentan convencer, les envían órdenes que les obligan, sin control alguno, a ser hombres o mujeres. La mejor parte viene cuando la cosa sale de la interioridad del ser hacia la performatividad que hace realidad la ficción.Todos los días se despiertan para reproducir la norma: se visten de cierta manera, hablan de cierta forma, se cortan el pelo, las cejas, se maquillan o no la cara, se dedican a una actividad profesional o de ocio determinada por esos genitales, esos cromosomas y esas hormonas a las que les confieren poder ilimitado. Genitales, género, cromosomas y hormonas inventadas por el lenguaje de la clínica para categorizar y normalizar los cuerpos con fines (re)productivos.
Ya Paul B. Preciado en los dos miles, desbarató esa patraña. En su libro, el Manifiesto Contrasexual, a base de datos comprobables, desmanteló no solo el género, sino también el sagrado sexo biológico. Sí, porque la no binariedad excede el género, es una posición política que resiste a la violencia sexogenérica tomando el cielo por asalto, inventando nuevos y mejores usos del cuerpo. Ahora la vida de Osciel es contada a través de su muerte, no del placer y la potencia creativa que ejerció en vida.
Probablemente, nunca sepamos quién apuñaló a Osciel, porque es uno de esos cuerpos que no importan: no solo porque no es blanco, heterosexual o masculinamente viril, no importa principalmente porque es un proletario (alguien que consciente de sus cadenas, se entrega a romperlas para él y para sus compañeres). Su revolución le costó la vida y su muerte es una advertencia para todes les que nos atrevemos a cruzar. Pero, ese es el lado de la revolución en el que hemos decidido pararnos y lo hacemos conscientes del terror que generamos (homofobia, le dicen), lo hacemos porque nuestra apuesta es por un cambio de paradigma y es a esa utopía a la que le entregaremos la vida.
Sin embargo, podemos apuntar, sin sombra de duda, a las instituciones capitalistas que le sentenciaron a muerte, ante la complicidad de todas y todos sus espectadores. Parchar el género no basta para salvar vidas como las de Osciel, hace falta traérnoslo abajo.