Francisco Núñez

Rafael Aita sostiene que la crítica anticolonial es un fenómeno ideológico del siglo XX, influenciado por el marxismo y el indigenismo. Pero históricamente la crítica al colonialismo nació en el propio siglo XVI, de la mano de quienes presenciaron y denunciaron la violencia de la conquista (desde Bartolomé de las Casas hasta Guamán Poma de Ayala). Lo ideológico, en realidad, es el propio discurso de Aita, una forma sofisticada de negar la historia desde el poder.
Aita acusa de ideológicos a quienes cuestionan la herencia colonial, pero su texto es un ejemplo clásico de ideología colonial en versión contemporánea; convierte el sometimiento en integración, la conquista en encuentro, la imposición cultural en mestizaje armónico. Esa operación no busca comprender el pasado, sino neutralizarlo, desactivar su potencia crítica y moral.
Cuando afirma que “los españoles no exterminaron, sino que integraron”, reproduce la narrativa del colonizador civilizador, que busca «blanquear» la violencia estructural que fundó el orden moderno en América Latina. Omite las guerras, los trabajos forzados, las reducciones y la extirpación de idolatrías. A ese nivel, hablar de integración no es ingenuidad: es propaganda.
Y cuando plantea que los problemas actuales no provienen del colonialismo, sino de nuestras malas decisiones, realiza una maniobra clásica de culpabilización del dominado. Es la misma lógica que exculpa al sistema y responsabiliza al individuo; el racismo estructural se convierte en “odio”, la desigualdad en “flojera”, el despojo en “falta de mérito”. Es el discurso de la colonialidad del poder travestido de sentido común.
Lo más ideológico del texto de Aita es que pretende situarse por encima de la ideología. Habla en nombre de la razón, pero su “razón” es la del vencedor. Habla en nombre de la historia, pero su historia es la de los que escribieron desde el trono, no desde el campo, el tambo o la chacra.
Por eso, cada 12 de octubre no se trata de repetir consignas, sino de recordar que la ideología más peligrosa no es la que se declara, sino la que se disfraza de neutralidad. Y las expresiones de Aita son justamente eso, un ejercicio de colonialismo discursivo, que intenta ser educado pero que es profundamente manipulador.