[Crítica] «La piel más temida», de Joel Calero

Zoraida Rengifo

Hablar desde la piel de los protagonistas del conflicto armado interno es la decisión que el director Joel Calero ha tomado para realizar sus últimas películas. Lo hizo con La última tarde en el 2016 y lo hace ahora con la recién estrenada  La piel más temida.

Así como años atrás nos presentó la historia de dos ex subversivos del MRTA que intentaban resolver sus pendientes caminando por las calles de Barranco, en esta oportunidad, Cusco es el escenario que eligió Calero para presentar a Alejandra (Juana Burga), una joven que luego de 22 años regresa al  Perú para vender una propiedad familiar. Es en medio de esta tramitación que ella descubre la existencia de su padre, que además de haber pertenecido a Sendero Luminoso, purga condena en la cárcel por eso.

Calero ha elegido, desde luego, una temática espinosa, controversial, pero sobre todo arriesgada, para desnudar los patrones culturales que nos enmarcan como sociedad.  La piel más temida viene a ser la segunda entrega de una trilogía que el realizador dedica a la temática de la violencia que vivió el  Perú, y que concluirá el próximo año con la historia del hijo de un miembro de las Fuerzas Armadas en su siguiente película, Álbum de familia.

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Si bien estas temáticas pueden sacudir al espectador -debido a la costumbre constante de no hablar de lo que somos, a esa cultura asentada en el silencio y que evita todo lo que pueda incomodar-, la narrativa con la que el director presenta estas historias, por el contrario, es más bien reposada, reflexiva y con un ritmo que nunca termina por explotar. 

Alimentando esta narrativa está el personaje de Américo, encarnado por Lucho Cáceres, que además de ser una suerte de actor fetiche de Calero y su socio en otras producciones, es sin duda quien mejor representa el tono de las películas que realiza el cineasta. Cáceres distiende las tensiones como soporte del personaje de su sobrina Alejandra, pero también como conductor de la misma película. Un acierto más en su carrera, donde su naturalidad es la clave para enfrentar la pantalla grande. 

 La piel más temida es un viaje hacia el descubrimiento, hacia un despertar. No en vano su protagonista repite en varias ocasiones la escena de empezar un nuevo día. Y este viaje va a alimentar finalmente lo que es ella, saber de donde viene y cuales son sus raíces. Esta mezcla de mundos, o encuentro entre ellos, en la piel de Burga intenta acercarnos a una mirada más global de los hechos que ocurrieron en nuestro país, a la violencia que sacudió sobre todo el ande por más de una década. 

Esa intención del director por ampliar nuestra perspectiva desde los ojos de Alejandra (quien reside en Suecia), no es necesariamente lo más arriesgado de la cinta, es finalmente una visión condescendiente con las víctimas, en este caso, los familiares de quienes fueron protagonistas del conflicto armado. Este sería el ángulo novedoso que aporta el film. Porque no tenemos muchas historias representadas desde la mirada de ellos, sin embargo, esta la mirada de alguien ajeno a este proceso que no se identificaba como parte del mismo. 

Pedro es el padre de Alejandra, el personaje más duro en la construcción de Calero. El ex senderista que no se arrepiente de nada, cuadriculado y ajeno a sus afectos. Quizás la poca dimensionalidad del personaje termine construyendo un estereotipo que ya existe en la sociedad y que, no en vano, genera repulsión. Calero no ha intentado justificar en ningún momento a sus personajes subversivos, sobre todo en esta historia. Si alguien lo acusara de ello, sería increíblemente absurdo. Lo único que ha intentado con respecto al tema es mostrar que quienes cometieron todos esos crímenes, creían que luchaban para que ya no existan más peones, como lo mencionan en la película, pero sí que se equivocaron.

Sin embargo, el director le ha dado dimensión humana a su entorno, a quienes cosecharon los resultados de las rupturas que enfrentó la sociedad y que finalmente se remontan a mucho antes de este conflicto. De ahí la mirada constante de sorpresa, exploración y dolor que acompaña a Burga en casi toda la película. Solo en un momento rompe esa pasividad, frente a la decisión de su tío Américo de no aceptar una propuesta económica para la venta de la casa familiar. Si bien la complejidad no recae tampoco en el personaje de Alejandra, sino en el conflicto en sí; su constante contención no permite descubrir más registros actorales en la actriz. 

El hilo que entrelaza a Alejandra con su padre es su abuela Dominga, caracterizada por Maria Luque, actriz boliviana que ganó un Premio APRECI por su interpretación en esta película. Luque se pasea con total sutileza en un personaje complejo y lleno de aristas. Con intenciones simples, pero a la vez con miradas complejas, revela por un lado la desconfianza y por otro representa un dolor casi orgánico por lo que lleva a cuestas. Sin duda el suyo es el personaje más interesante del film. 

Calero es un realizador que enlaza, que dialoga con el público, que invita a otro tipo de sensibilidades, que representa la violencia desde un ángulo que podría parecer distante, pero que en realidad, propicia puentes hacia la reflexión.  La piel más temida es un film realizado con esmero, con buenas y excelentes actuaciones. El director hila fino desde el inicio, y aunque quizás decae en la escena que debió ser la más importante, el encuentro padre-hija; fuera de eso, recorre con maestría esas historias que aún no han sido contadas y lo hace con elegancia. Pero sobre todo, nos recuerda nuestra humanidad, nuestras diferencias y lamentablemente, nuestros prejuicios.

Zoraida Rengifo
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