¿Qué nos recuerda la atención en la frontera entre Santa Rosa y Leticia?

Pier Paolo Marzo R.

Hace dos años, recién casado, con mi esposa viajamos a la frontera más oriental de Perú: la que hoy se ha vuelto repentinamente famosa por unas declaraciones del presidente de Colombia, que realizó la conmemoración de la batalla de Boyacá en el lado colombiano de esa frontera: Leticia.

De las tres ciudades en esa zona alrededor del río Amazonas, Leticia en Colombia, Tabatinga en Brasil y Santa Rosa en Perú, la primera es la más grande, la mejor conectada, la que más servicios tiene y la más antigua. Pues Tabatinga fue generada por Brasil para garantizar ese extremo de su extensa frontera, ante el crecimiento de Leticia. Y Santa Rosa se ha ido poblando recientemente, adquiriendo la categoría de distrito recién en junio de año pasado, sin cumplir la propia normativa técnica peruana sobre demarcación territorial. En efecto, la Ley de Demarcación y Organización Territorial, Ley Nº 27795, modificada por la Ley Nº 30918, remite los requisitos para la generación de distritos a su reglamento, el Decreto Supremo N° 191-2020-PCM, que establece que un distrito en la Selva requiere cuando mínimo, 4000 habitantes. Santa Rosa tiene aproximadamente 3000. Para generarlo, a partir de un centro poblado del distrito Caballococha, el Congreso ha tenido que invocar normas de excepción.

Su repentina fama es una oportunidad para empezar a invertir en su desarrollo social, económico y cultural. Se trata de una población con solo el 32.5% de viviendas con electricidad y menos del 25% con agua potable. Se accede a ella sólo por vía fluvial, pues el aeropuerto peruano más cercano está a dos horas y media, en Caballococha y sólo pueden aterrizar y despegar aviones pequeños, de la empresa SAETA y de la Fuerza Aérea Peruana, en vuelos desde y hacia Iquitos, dos o tres veces por semana. Sin embargo, a 15 minutos, al otro lado del río, se puede llegar al aeropuerto internacional de Leticia, que tiene entre 2 y 3 vuelos diarios de Latam y Avianca hacia su capital, Bogotá y hacia Medellín. Esta situación no es más que uno de muchos ejemplos de fronteras abandonadas. Paradójicamente, las declaraciones del presidente de Colombia han llevado a efectivos del Ejército de Perú ha realizar acciones cívicas y a varios políticos, interesarse.

También todos y todas hemos recordado la importancia de respetar tratados internacionales. Así, se ha invocado el tratado Salomón – Lozano, firmado el 24 de marzo de 1922, por el que Perú, presionado por Estados Unidos, que en ese momento accedía a la Amazonía por Colombia, cedió aproximadamente 100 mil kilómetros cuadrados entre los ríos Putumayo y Caquetá – el “trapecio amazónico” -. Y que estableció la frontera en el punto más profundo del río Amazonas, que, por circunstancias climáticas ha disminuido su caudal, permitiendo que lo que ahora es Santa Rosa, emergiera y luego fuese poblada. Lo paradójico es que varias de las voces que recuerdan la importancia de respetar los tratados internacionales, piden desconocer otro, la Convención Americana de Derechos Humanos, con argumentos con menos fundamento que los que ha declarado el presidente de Colombia. Este, a pesar de su error, no ha blandido mayor amenaza que plantear una demanda ante la Corte Internacional de La Haya. Lo cual es una vía pacífica y civilizada de resolver diferencias internacionales. Algo opuesto a la mera denuncia de un tratado por conveniencia particular, como lo pretende Dina Boluarte y las bancadas congresales que la respaldan, respecto del mencionado Pacto de San José de Costa Rica.

Este doble rasero nos advierte de la falta tanto del patriotismo consistente en buscar el bienestar de los compatriotas, como del respeto a la legalidad internacional, por parte de los operadores ejecutivos y congresales del régimen. En contraste, es oportunidad para redoblar esfuerzos en construir un país respetuoso de dicha legalidad y con todas sus poblaciones con sus necesidades básicas satisfechas.