Jorge Millones

Entre fachos, mafias y rojipardos
Gracias a los amigos de Nuestro Sur, me he embarcado en la osadía de participar en el curso/taller sobre Neoliberalismo y Extremas Derechas (NED), un espacio de reflexión donde intentamos entender cómo las derechas radicales han aprendido a hacer magia: desaparecen derechos, licúan instituciones y convierten discursos de odio en promesas de salvación.
En la segunda sesión, tuvimos el privilegio de escuchar a Ariel Goldstein, politólogo argentino y arqueólogo de los desastres democráticos, quien se hadado el trabajo de diseccionar a las nuevas extremas derechas con una batería de términos dignos de un diccionario del horror: neoliberalismo autoritario, antiliberalismo, neofascismo, posfascismo, populismo de derecha, extrema derecha y cualquier otra variante de ese cóctel tóxico que hiede a cruzada medieval y marketing digital.
El concepto clave de su exposición fue la reconquista autoritaria, que, según él, avanza en su cuarta fase, como si se tratara de una saga cinematográfica donde los villanos siempre ganan porque el guion lo escriben los dueños del poder. En su libro La reconquista autoritaria, Goldstein dedica un capítulo entero al Perú, país donde la ultraderecha no necesita disfrazarse de lobo con piel de cordero, porque los corderos, con gusto, le entregan las llaves del corral.
Inspirado por sus reflexiones, escribo estas líneas con la paciencia de quien ve venir la tormenta, con el escepticismo de quien conoce la historia y con la amarga certeza de que, si la izquierda sigue dividida entre iluminados, puristas y oportunistas, la derecha ni siquiera necesitará conspirar. Simplemente esperará, con una copa de vino en una mano y un decreto represivo en la otra.
Ariel Goldstein identifica cuatro fases de la extrema derecha en América Latina, señalando que actualmente nos encontramos en la cuarta fase. Estas son:
- Primera ola (década de 1930): Influjo del fascismo europeo en América Latina, con movimientos como el integralismo en Brasil, la Liga Patriótica en Argentina y grupos inspirados en Franco, Mussolini y Hitler.
- Segunda ola (Guerra Fría, desde 1954): Comienza con el golpe contra Jacobo Árbenz en Guatemala y se consolida con la reacción anticomunista impulsada por EE.UU. y el macartismo. Se implementan dictaduras militares en América Latina, justificadas bajo la lucha contra el «comunismo ateo» y en defensa de Occidente.
- Tercera ola (décadas de 1990-2000): Con la caída del Muro de Berlín y el auge del neoliberalismo, figuras como Carlos Menem (Argentina), Alberto Fujimori (Perú) y Fernando Collor de Mello (Brasil) implementaron reformas estructurales, privatizaciones y desmantelamiento del Estado de bienestar.
- Cuarta ola (actualidad): Caracterizada por el posfascismo, el auge de las redes sociales y el uso de guerras culturales como principal herramienta política. A diferencia del fascismo clásico, que movilizaba fuerzas en las calles, esta nueva extrema derecha prioriza la destrucción simbólica y psicológica del adversario a través del lenguaje de influencers y «microemprendedores políticos» (Goldstein cita a Rodrigo Nunes sobre este fenómeno).
Goldstein resalta que esta cuarta ola está más internacionalizada, con actores como el Partido Republicano de Trump, la CIPAC, Vox en España y el financiamiento de grandes corporaciones tecnológicas. También destaca la alianza entre sectores religiosos ultraconservadores y los nuevos líderes de derecha como Bolsonaro, Milei y López Aliaga.
¿Autoritarios peruanos o fachos a secas?
La crisis política en el Perú ha sido el caldo de cultivo perfecto para que la derecha radical haga lo que mejor sabe hacer: meter miedo, disfrazarlo de orden y ponerlo en oferta con el eslogan de la estabilidad. Como bien analiza Ariel Goldstein en La reconquista autoritaria (2022), esta avanzada reaccionaria no es un fenómeno aislado, sino parte de una tendencia global que ha aprendido a dinamitar la democracia liberal con discursos incendiarios y marketing digital. El contragolpe que dio la derecha al auto enredado Pedro Castillo en 2022, seguida de una represión meticulosamente televisada, no hizo más que confirmar lo que ya sabíamos: ganar las elecciones no significa necesariamente tener el poder.
Mientras la izquierda peruana se debate entre ser testimonial o pragmática, la extrema derecha ha entendido que lo importante no es la coherencia, sino la efectividad. Goldstein subraya cómo estos sectores han canalizado el descontento con una retórica antisistema que, paradójicamente, refuerza el poder de siempre. En este contexto, aparecen esperpénticas figuras como Rafael López Aliaga, el “empresario piadoso” que con una mano importa chatarra contaminante para la “potencia mundial que tenemos por capital”, y con la otra mano condecora a Cipriani. Al mismo tiempo, se consolidan las oscuras maquinarias electorales como Renovación Popular, Fuerza Popular o Alianza para el Progreso, reafirmando la lección de que, en política peruana, la memoria es corta, el miedo largo, la amnesia una costumbre y la impunidad, rentable.
Pero no somos los únicos en este teatro del absurdo. En Brasil, Jair Bolsonaro reunió una coalición de terratenientes, militares y evangelistas para convertir la democracia carioca en una serie distópica de Netflix. En Chile, José Antonio Kast ha reciclado el guion del pinochetismo, vendiéndolo como una moderna cruzada contra el comunismo imaginario. Y en el Perú, López Aliaga y compañía no han inventado nada nuevo, solo han perfeccionado la técnica: gritar “ideología de género”, “terrucos”, con la misma intensidad con la que evaden impuestos.
El papel del evangelismo político es clave en esta reconquista autoritaria. Goldstein detalla cómo, en Brasil, Bolsonaro logró que los pastores hicieran campaña desde el púlpito, convirtiendo las iglesias en comités electorales con aire acondicionado. En el Perú, esta fórmula ha sido replicada por la derecha (cuando no, copiona) y hasta por la “izquierda rojiparda” (ya les cuento que es) en una cruzada por la “contra la ideología de género”, funcionando en verdad como la excusa perfecta para distraer de la precariedad, el desempleo y la megacorrupción. Mientras la educación sexual se censura en las escuelas, los verdaderos predicadores del caos —banqueros, políticos y empresarios— continúan su evangelización del saqueo.
Las redes sociales han sido la gran trinchera de la extrema derecha, un espacio donde la posverdad reina con la bendición de los algoritmos. Como bien explica Goldstein, la desinformación digital ha permitido consolidar liderazgos autoritarios y demonizar cualquier disidencia. En el Perú, esta maquinaria ha sido perfeccionada por influencers políticos y microemprendedores del odio, que venden conspiraciones al por mayor y convierten cada elección en una guerra santa.
Uno de los casos más ilustrativos de esta estrategia fue la campaña contra la Reforma Educativa, donde sectores ultraconservadores utilizaron fake news para eliminar referencias a la igualdad de género en los currículos escolares. En una jugada magistral de manipulación, convencieron a la opinión pública de que la verdadera amenaza del país no era la corrupción ni la pobreza, sino un plan secreto para convertir a los niños en militantes del progresismo global.
Así avanza la reconquista autoritaria en el Perú: con crucifijos en una mano, smartphones en la otra y festivales ideológicos en las regiones. Mientras tanto, la izquierda sigue debatiendo si debe usar Twitter o repartir volantes en la plaza, dejando el camino despejado para que la extrema derecha convierta el país en su feudo digital.
El rojipardismo, siempre estridente, pero al final, termina abrazado a la derecha.
Una de las denominaciones que más me llamó la atención en el curso, fue la de “rojipardismo”. El rojipardismo es un término que se usa para describir una corriente política que combina elementos del marxismo o la izquierda con ideas nacionalistas, conservadoras o reaccionarias. El término proviene de la combinación de «rojo» (asociado con la izquierda y el comunismo) y «pardo» (en referencia al color de los uniformes nazis en Alemania, lo que lo vincula con el fascismo). Se utiliza, sobre todo, de manera despectiva para criticar a sectores de la izquierda que, en nombre del antiimperialismo o el soberanismo, Lenin, Marx, el Che Guevara o Chávez terminan adoptando posturas autoritarias, xenófobas, anti-LGBTQ+, antisemitas o conspiranoicas.
El rojipardismo peruano ha sido, en la práctica, un aliado indirecto del fujimorismo y la ultraderecha, contribuyendo a la fragmentación de cualquier intento de un frente democrático de izquierda. En cada elección del siglo XXI, estos sectores han emergido con discursos supuestamente “más radicales”, abriendo flancos por donde la extrema derecha ataca y, al final, consolidando su victoria. El resultado es siempre el mismo: el poder de las mafias locales y regionales se afianza, mientras el lumpenempresariado fortalece su dominio.
Un ejemplo emblemático de esta dinámica es el pacto entre el cerronismo, el fujimorismo y las mafias congresales y del Ejecutivo, una alianza que ha servido para garantizar la continuidad del statu quo. En este esquema, la llamada “izquierda provinciana” ha jugado un rol clave, contribuyendo a la confusión política y debilitando cualquier alternativa real de transformación. Y a estos se ha aupado sectores de la clase media culposa limeña que ven ingenuamente (¿u oportunistamente?) una buena ocasión para tener “bases”.
En última instancia, el rojipardismo no es más que un disfraz pseudoizquierdista de posiciones reaccionarias que desorientan a sectores populares desencantados con el neoliberalismo, pero sin una conciencia de clase crítica. Su existencia evidencia cómo ciertos discursos de izquierda pueden ser cooptados para mantener el orden establecido, desviando la lucha contra el poder económico hacia batallas culturales secundarias. De este modo, el rojipardismo opera como un instrumento funcional a la ultraderecha, asegurando que el verdadero conflicto de clases quede en un segundo plano.
¿Qué hacer? La eterna pregunta
Frente a este escenario, Goldstein propone una estrategia integral para enfrentar la ofensiva autoritaria:
- Construcción de un frente amplio progresista/izquierdista: Es necesario superar la fragmentación y construir una unidad política basada en un proyecto de transformación estructural.
- Reivindicación del Estado como garante de derechos: El discurso neoliberal debe ser contrarrestado con propuestas concretas de redistribución económica y fortalecimiento de los servicios públicos.
- Disputa de la guerra cultural: La izquierda debe aprender a comunicar de manera efectiva, utilizando herramientas digitales y desmontando los mitos de la extrema derecha.
- Movilización social y territorial: La reactivación del vínculo con las bases populares es fundamental para generar un movimiento con raíces en la organización comunitaria.
- Internacionalización del progresismo: La articulación con movimientos progresistas en la región es clave para enfrentar la avanzada ultraconservadora.
La reconquista autoritaria en el Perú es parte de una estrategia global de la extrema derecha para consolidar su hegemonía. Goldstein demuestra que, sin una respuesta estructurada y ofensiva por parte de las izquierdas, el avance del neofascismo continuará. En este contexto, la construcción de una alternativa progresista sólida no solo es una necesidad política, sino una obligación histórica. La lucha por una democracia real e inclusiva requiere de una izquierda que recupere su capacidad de movilización, que aprenda de sus errores y que, sobre todo, tenga la claridad estratégica para disputar el futuro del país.