Perspectiva desde el ser judía y antisionista
Caroline Weill
Desde hace más de un año, la propaganda sionista está funcionando a plena potencia, argumentando que cualquier crítica al Estado de Israel y a su política – en particular de cara al pueblo palestino – sería antisemita.[1] Este argumento, repetido ad infinitum, tiene graves consecuencias políticas: por lo que urge romper tajantemente con ello. En este sentido, como parte de Tsedek! (un colectivo judío antisionista y antirracista francés), quisiera exponer aquí el por qué asociar antisionismo y antisemitismo es falso y engañoso, recogiendo la larga historia del antisionismo judío desde las tendencias políticas, a fin de imponer un jaque mate al argumento supremo de la maquinaria sionista, y al chantaje político que trae consigo. Mostraré cómo el sionismo y su retórica victimista ha instrumentalizado el trauma de muchas familias judías de la diáspora europea para conseguir un respaldo inquebrantable, y cómo, a la vez, se apoya en las fuerzas políticas más antisemitas del continente para proteger sus intereses. Ello, para explicar cómo hemos llegado a una situación política absurda donde el mundo parece al revés.
Primero, definamos el sionismo. Se trata de una ideología política que plantea la necesaria existencia un Estado-nación de y para lxs judíxs. Su fecha de nacimiento suele asociarse al año 1897 y la organización del Primer congreso de la Organización sionista mundial en Basilea, Suiza, así como a la personalidad de Teodor Herzl. Basándose en la profecía de Sión, en la cual Yavé llevaría al pueblo judío de vuelta a la “tierra prometida”, se plantea (después de largos debates) la fundación de un Estado judío en la tierra de Palestina, para entonces protectorado británico. Apoyados por las mayores fuerzas políticas antisemitas (que veían en el proyecto sionista una gran oportunidad de vaciar sus países de sus judíxs, consideradxs incompatibles con sus nacionalismos), los grupos sionistas empiezan a agitar esa posibilidad como solución al vívido antisemitismo europeo de la época. Algunas familias judías empiezan a emigrar a Palestina colonizada, a menudo en calidad de capataces para beneficio de los británicos.
El libro Antisionismo, una historia judía (Edición Syllepse, 2023), coordinado por Béatrice Orès, Michèle Sibony y Sonia Fayman[2] propone una compilación de textos desde el 1897 hasta la actualidad, de pensadorxs judixs que se han opuesto al sionismo, desde sus inicios, y desde una variedad importante de movimientos políticos. Lxs judíxs ortodoxos consideraban que la fundación de un Estado nación y la negacion del carácter diasporico de lxs judíoxs es una herejía, pues sólo Dios podría llevar a su pueblo de vuelta a la tierra prometida – entendida como un estado espiritual y no como un lugar terrenal. Lxs liberales, nacionalistas y burguesxs se percibían como británicxs, francesxs o alemanxs antes que judíxs, y temían que con la fundación de un Estado nación judío se les considere extranjerxs en su propia tierra. Los humanistas subrayaban – a toda razón – que la decena de millones de judíxs europexs no caberían en la sola tierra de Palestina, y que por ello no podía ser una salida al antisemitismo europeo. Finalmente, judíxs revolucionarixs como Rosa Luxemburgo entendían el sionismo como una ideología reaccionaria destinada a defender los intereses de la clase burguesa bajo falsos intereses nacionalistas judíos. Lo importante aquí, es que el antisionismo judío existe desde que el sionismo existe – judíxs realmente comprometidxs en la lucha contra el antisemitismo que les afectaba de forma efectiva.
Sin embargo, es innegable que lxs judixs antisionistas somos hoy una clara minoría. ¿Qué pasó entonces? La fundación del etno-Estado de Israel a través de la Nakba (la expulsión forzada de casi un millón de Palestinxs de sus tierras y sus hogares en el 1948) ocurre más o menos al mismo tiempo que las familias judíxs teníamos que hacer frente al trauma del Holocausto y del genocidio donde tantos de nuestros seres queridos fueron asesinados por el racismo de Estado europeo. En mi familia, por ejemplo, la desaparición de Fernand, el tío de mi abuelo, arrestado por ser parte de la resistencia a la invasión alemana, y deportado a Auschwitz por judío, fue un derrumbe emocional generalizado. Su esposa se dejó morir de tristeza y mi abuelo se hizo cargo de su prima hermana, menor de edad. Estos temas fueron un tabú hasta hace muy poquito, que la generación de mi padre empezó a hacer preguntas y a buscar respuestas. Según entiendo de las conversaciones con compañerxs que vivieron procesos familiares similares, es en el vacío de una memoria colectiva individual, familiar y colectiva desde abajo que ha penetrado la propaganda sionista revitalizada a partir del 1967. Tras la guerra de los Seis Días, el Estado de Israel se dio cuenta que la legitimidad de la ocupación colonial de tierras – condición fundamental de su existencia – no iba a ser fácilmente aceptada como algo obvio.
Es ahí que empieza una propaganda agresiva, dirigida en primer lugar a las comunidades judías diaspóricas de Europa y América, sugiriendo que el mundo quiere exterminarlos (resonando fuertemente con el trauma colectivo, por lo que esa narrativa cobra sentido, aunque sea irracional), y que el Estado de Israel es el único lugar donde estaríamos a salvo (lo cual es contradictorio, en una sociedad ultramilitarizada y permanentemente en guerra con sus países vecinos). La lealtad emocional a Israel ha ido instalándose en muchas familias judías en la diáspora poco a poco. Prueba de ello, es que esa narrativa de los ataques contra Israel vivida como una agresión contra lxs judíxs resuena hasta en grupos que se reivindican de izquierda. Por ejemplo, el colectivo francés Judíos y judías revolucionarixs repiten la retórica que los ataques del Hamas el 7 de octubre 2023 serían “el mayor pogrom desde el Holocausto”. Personalmente, me indigna profundamente que la persecución que vivió mi familia en Europa, como grupo minoritario y por el racismo social y de Estado, sea instrumentalizado para calificar así un ataque, militar y letal es cierto, pero principalmente anticolonial. Sin embargo, hay que reconocer muchxs judíxs que equiparan el uno con el otro lo entienden y lo sienten así, profundamente. Es una distorsión psíquica, emocional, que resulta de la manipulación de las memorias individuales y colectivas por la propaganda sionista – y que sin duda es muy efectiva.
A la par, Israel ha sabido también ganarse la lealtad de muchos gobiernos autoritarios y represivos. Buena parte de su economía está basada en la producción y comercialización de servicios de seguridad. Sean empresas privadas como Spearhead, encabezada por Yair Klein, que fue contratada en los 1980 por empresarios colombianos para entrenar a paramilitares en técnicas militares. Sea produciendo tecnología como Pegasus, un software espía ampliamente utilizado para controlar y amenazar a periodistas, activistas y opositores políticos en diversos países del mundo. Las exportaciones de Israel tienen mucho que ver con los servicios y tecnologías de vigilancia de masa y de represión, para los que el pueblo palestino termina siendo el conejillo de Indias. Tal vez por ello, no debería sorprendernos que los pueblos del mundo parecen estar a favor de Palestina, y los gobiernos del mundo respaldan a Israel.
Pero, sobre todo, hoy como ayer, los mayores respaldos políticos de los sionistas son antisemitas. En Estados Unidos, las organizaciones que más apoyan a Israel son las iglesias evangélicas fundamentalistas que consideran que el Holocausto fue un plan divino para llevar a lxs judíos de regreso a la Tierra Santa ya que ello anunciaría el regreso de su Messiah. En Francia, el 12 de diciembre 2023, se organizó una “Marcha contra el Antisemitismo”, encabezada por… Marine Le Pen y Eric Zemmour, ambos candidatos de partidos de extrema derecha que aparecen regularmente en fotos con neonazis, y cuyos partidos se reivindican como herederos de la ideología del Gobierno de Vichy.[3] Hoy entonces, los herederos políticos e ideológicos de los que, desde el racismo de Estado, nos excluyeron, nos estigmatizaron, nos expusieron, nos deportaron y nos asesinaron, serían los verdaderos luchadores contra el antisemitismo. Este es el mundo al revés.
Para quienes tenemos memoria histórica, y en particular memoria antifascista, nos parece evidente que el sionismo es una de las más groseras expresiones del fascismo. Estamos hablando de una sociedad ultramilitarizada, donde lxs jóvenes están obligadxs a servir en el ejército durante tres años; y lxs desertorxs son masivamente perseguidxs, social y políticamente, como traidorxs a la Patria. Se trata de una sociedad ultraracista, como lo subrayan estudios como los de Nurit Peled-Elhanan, que muestran que la educación de lxs pequeñxs en Israel representa sistemáticamente a lxs Palestinxs como infrahumanxs. También es lo opuesto de una sociedad igualitaria y democrática, pues existen derechos diferenciados en función a categorías de ciudadanxs. Es lo contrario de laica, pues la supremacía judía es el fundamento de la existencia misma de este etno-Estado. Las reacciones extremadamente violentas de sus defensorxs también deberían llamar la atención: me ha sido sistemáticamente imposible debatir con sionistas, desde mi ser judía, sin recibir una ola de insultos y de amenazas, hasta de agresiones físicas.
Pero esta alianza aparentemente contra natura entre judíxs sionistas y políticxs antisemitas y racistas tiene su razón de ser. La propaganda sionista es antes que nada colonial. Se apoyó en la fuerza militar colonial británica para expulsar a lxs Palestinxs de su tierra para fundarse, y ha contado con el apoyo histórico de las mayores potencias (neo)coloniales para asegurar su posición geopolítica. Y es que comparten, en el fondo, un profundo racismo que consolida políticamente a ambas partes. Netanyahu, dirigiéndose al público francés en un programa de televisión, explicaba que Israel y Francia tienen un enemigo en común: los árabes terrucos. Hamas es igual a Daesch, ambos árabes, ambos terroristas, ambos enemigos públicos. Y esta retórica cala porque Francia es un país profundamente colonial y racista. La obsesión francesa por que las mujeres musulmanas se quiten el hijab[4] es una continuación de la política colonial asimilacionista para “modernizar la raza” en la Argelia colonizada por Francia. El racismo antiárabe se ha visto profundizado por la “guerra contra el terror” estadounidense, y ahora con la propaganda sionista. El racismo colonial francés, latente, viene siendo politizado y por lo tanto reforzado por los esfuerzos conjuntos de la extrema derecha francesa, islamofóbica luego de haber sido antisemita (su racismo ha cambiado de blanco, pero solo es una reconfiguración del mismo veneno), y de la propaganda sionista.
Esa alianza histórica es el remate que cierra el círculo. El sionismo pacta con nuestros asesinos para perpetuar su política colonial y racista. Busca homogeneizar a todxs nosotrxs, borrar nuestras memorias familiares, reescribir la historia de las diásporas judías – y reducirla a la existencia de un etno-Estado supremacista, fascista, racista, militar y genocida. Pretende cometer un genocidio en nuestro nombre – pero nos rehusamos a ser instrumentalizados por el fascismo sionista. Es desde nuestra memoria antifascista y antirracista que colectivos como Tsedek! en Francia, Jewish Voice for Peace en Estados Unidos, the Jewish Bund en Alemania, luchamos por la liberación plena y entera de Palestina. Por una de-sionización del Estado de Israel, por una cohabitación pacífica, desmilitarizada, en igualdad de derechos, en una comunidad laica entre todxs lxs que habitan actualmente esta tierra – tras la restitución de las tierras palestinas y la compensación adecuada por los daños (irreparables) cometidos por el Estado de Israel. Sin descolonización, no habrá paz en Palestina. Sin de-sionización, no habrá cohabitación pacífica, como la que siempre ha habido entre judíxs y musulmanxs en el Norte África durante miles de años. Judía y antisionista, a mucha honra. Porque nuestras familias conocen de primera mano el racismo de Estado –que hoy azota a nuestrxs hermanxs arabes y musulmanes-, pero que usa los mismos mecanismos sociopolíticos. Porque somos históricamente diaspóricxs y a-nacionalistas: somos de donde vivimos, de donde trabajamos, de donde militamos, como lo afirmaba el Bund[5], y en lo personal no considero que el Estado-nación sea un horizonte emancipatorio ni para nosotrxs, ni para otros pueblos. Porque judíxs de muchos territorios han conocido en su carne el colonialismo, y el blanqueamiento como estrategia intergeneracional para sobrevivir: olvidarse de quienes somos, de donde venimos, de nuestras particularidades culturales, para fundirnos en el modelo de sociedad nacional moderna y así no volver a estar expuestxs a la violencia de Estado. Ser judíx y antisionista es ser profundamente antirracista y anticolonial. Esto, en lo personal, es mi brújula: que la politización de nuestras memorias familiares sean una manera de orientarse en un mundo que parece estar al revés, donde nos quieren convencer de absurdidades (como que los neonazis son nuestros defensores y que el genocidio es autodefensa), donde la propaganda fascista nunca ha sido tan fuerte. Con la memoria antifascista en la vena, hasta que Palestina y todos los pueblos oprimidos, colonizados, silenciados, explotados, humillados, sean libres – todos.
[1]Ello se ha visto por ejemplo en el trato mediatico de los golpes que cayeron sobre los hooligans israelies de extrema derecha llegados a Amsterdam para un partido de futbol. Después de haber agredido a manifestantes propalestinos, arrancando banderas palestinas y cantando arengas como “¡ya no hay escuelas en Gaza, porque ya no hay niños en Gaza!”, jóvenes encapuchados les obligaron a callar y respetar. Esos hechos fueron masivamente designados como actos de odio contra judíos y de “pogroms”. Semanas después, la alcaldesa de Ámsterdam retracto sus declaraciones al respecto bajo la presión popular propalestina.
[2]Militantes del colectivo judío antisionista Unión Judía Francesa por la Paz.
[3]El gobierno de Vichy se instaló en la llamada “zona libre” en Francia tras la invasión alemana de 1939 1940. Fue un gobierno abiertamente colaboracionista con los Nazis, pero sobre todo un antisemita vehemente. Fundó por ejemplo La Milice, un grupo paramilitar que cazaba a judíxs – y que arrestó a mi tío abuelo para entregarlo a los SS.
[4]El Hijab es el velo que algunas mujeres musulmanas usan para cubrirse la cabeza. Si en Irán las mujeres luchan para que no se les sean obligatorio, en Francia luchan para que no se las discrimine por usarlo: se trata de agentividad y de contextos sociopolíticos distintos.
[5]El Bund es una organización proletaria de judixs de Polonia y Rusia fundada en 1893 para derroca el Tsar e imponer una federación socialista en Europa del Este, bajo una figura pluriétnica y laica. Fue, entre otras cosas, entre las principales fuerzas del levantamiento del Ghetto de Varsovia. Siempre fue sumamente critica del sionismo, que consideraban una fuerza reaccionaria y pequeña burguesa que desviaba las fuerzas militantes hacia un sueño irrealizable, en vez de estar luchando contra el antisemitismo en los territorios donde habitan lxs judixs europexs.