Renán Vega Cantor
Gaza se convierte en un potente símbolo de la difícil situación de los desposeídos en todo el mundo, un espejo aterrador que refleja posibles futuros para masas de personas a las que el capital no necesita. […] Históricamente, las guerras han proporcionado un estímulo económico crítico y han servido para descargar el excedente de capital acumulado, pero ahora está sucediendo algo cualitativamente nuevo con el surgimiento de un estado policial global. Los límites al crecimiento deben superarse con nuevas tecnologías de muerte y destrucción. La barbarie aparece como la cara de la crisis capitalista”.
William Robinson, “Gaza: una ventana horrorosa a la crisis del capitalismo global”. Rebelión, enero 17 de 2024.
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En estos momentos se desenvuelve y se transmite en vivo y en directo el genocidio del pueblo palestino. No es algo que haya empezado el 7 de octubre de 2023, en realidad comenzó hace más de un siglo. Lo de ahora es la aceleración de ese genocidio que antes discurría en cámara lenta. Este genocidio es la expresión concentrada en una especie de micro laboratorio humano (Gaza) de todo el horror y barbarie que caracteriza al capitalismo realmente existente. El estado sionista de Israel, con la participación directa de Estados Unidos, Alemania, Francia y otros estados de la Unión Europea y de otros lugares del mundo (Australia, por ejemplo) está realizando crímenes de lesa humanidad que deberían avergonzar al mundo entero.
Vale recordar algunos de esos crímenes: asesinato de niños, hombres y mujeres a una escala masiva e industrial a un ritmo de un asesinado cada cinco minutos; un cinco por ciento de habitantes de Gaza ha sido asesinado o herido por Israel, aplastados por las “bombas inteligentes” (en realidad, muy tontas) que lanzan los aviones Made in USA y que destrozan lo que encuentran a su paso; Israel utiliza armas prohibidas que arroja impunemente sobre los cuerpos de los Palestinos, como fósforo blanco; el 80 por ciento de las construcciones civiles en Gaza ha sido destruida o afectada gravemente por los bombardeos indiscriminados; miles de cadáveres yacen bajo los escombros de las edificaciones; han sido demolidas universidades, colegios, mezquitas, centros de salud, hospitales como parte de una política planificada de destruir la infraestructura de la franja de Gaza; se han masacrado a miles de personas en los hospitales y escuelas, sin importar que muchas de ellas estuvieran administradas por la ONU; han sido asesinados a sangre fría centenares de periodistas para que no haya testigos directos de los crímenes que se cometen; se matan profesores, estudiantes, poetas, investigadores y científicos con la finalidad de arrasar cualquier vestigio cultural del pueblo palestino; se encarcela y tortura a miles de personas por el solo hecho de vivir en la franja; han sido expulsados de sus territorios (ya invadidos por Israel) más de dos millones de personas con el objetivo de limpiar la tierra y se les ha conducido a punta de bombardeos del norte al sur; en el sur se masacra a las personas que buscan un saco de harina o una bolsa de agua para calmar su hambre y su sed, causada por la expulsión y el acoso militar de las fuerzas sionistas; se han destruido las instancias de sanidad e higiene, empezando por las pertenecientes a la UNRWUA para matar de hambre e inanición a los palestinos; los bombardeos de Israel han dejado, por lo menos, unos veinte mil niños huérfanos; falsimedia mundial, amplificada por las redes antisociales al servicio de los genocidas difunden sus concepciones racistas y discriminatorias en las que califican a los palestinos de bestias y animales que deben ser borrados de la faz de la tierra; Israel ha lanzado en explosivos el equivalente a unas seis bombas nucleares sobre territorio palestino…
En fin, lo que se está presentando en Gaza el algo más que un genocidio, un término que resulta limitado a la hora de describir y juzgar lo que está sucediendo en Palestina. Estamos asistiendo a un omnicidio, en el que se pretende exterminar a los seres humanos y sus fuentes de subsistencia, a los animales domésticos y a toda forma de vida (ecocidio) que se mueva en Gaza. Se contaminan las fuentes de agua (hidrocidio) para matar a los habitantes de la cárcel a cielo abierto más grande del mundo: Se mata indistintamente a niños (infanticidio), jóvenes (juvenicidio), mujeres (feminicidio), se destruyen las ciudades y asentamientos urbanos (urbanicidio) a un nivel que de lejos es peor que lo sucedido en Dresde o en las ciudades japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial. Hay una limpieza étnica en marcha con el objetivo de destruir todo lo relacionado con la historia, la cultura y la educación en Gaza (memoricidio y politicidio). Todo ello, por supuesto, es la barbarie en su máxima expresión, un “genocidio de manual” llevado a la práctica por los que, con cinismo, se proclaman como el Estado “más moral del mundo” y los herederos del Holocausto Nazi. Bueno, en verdad lo son porque ellos efectuando un genocidio al estilo de la Alemania nacionalsocialista. Desde luego, todo esto ocurre y es posible con el apoyo abierto y participación del occidente imperial, empezando por Estados Unidos.
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Lo que acontece en estos momentos en Palestina indica que la barbarie está entre nosotros, ya ha llegado, no es una cuestión del futuro. La célebre proclama de Rosa Luxemburgo, “socialismo o barbarie” se está haciendo realidad por el peor lado de la historia y eso es un resultado directo de la derrota o el fracaso de los proyectos revolucionarios y anticapitalistas.
El capitalismo, al traspasar los límites ambientales, climáticos y arrasar con los bienes comunes y naturales en todos los continentes, ha pasado a una nueva fase: a la ofensiva neofascista para destruir cualquier vestigio de igualdad, solidaridad, fraternidad o ayuda mutua y los valores del pensamiento emancipador universal, todo lo cual es visto como un obstáculo para el funcionamiento del capitalismo en nuestra época. Para eso, el capitalismo y sus voceros ideológicos y políticos han emprendido un ataque global que abarca los más diversos aspectos de la realidad, entre los cuales sobresale la cultura.
En el terreno cultural se ha consolidado una ola retrógrada y, lo que es peor, con fuertes arraigos populares. El individualismo, el egoísmo posesivo, la competencia, la mercantilización, el darwinismo social que se anunciaron como rasgos innatos de los seres humanos por parte de los pontífices del neoliberalismo era apenas normal que no se quedaran en el plano económico, sino que se extendieran a toda la vida social, e incluso a la relación con la naturaleza. Así las cosas, lo que estamos soportando es la demolición de los referentes sociales, políticos y culturales que durante 150 años posibilitaron la construcción de un ideario de derechos y reivindicación de la igualdad, conquistado por lo demás por medio de la lucha de los trabajadores y sectores oprimidos del mundo. Después de concluida la Segunda Guerra Mundial a ese “capitalismo civilizado” le tocó aceptar a regañadientes que cualquier ser humano común y corriente tenía algún derecho, así eso solo fuera reconocido en el papel.
Hoy, todo esto parece una añoranza de arqueólogos, porque domina otro imaginario que ha llevado al extremo los peores sentimientos de deshumanización, lo cual, en gran medida, está relacionado con las derrotas de los proyectos anticapitalistas, que enarbolaban como sus objetivos principales la igualdad, un término hoy erradicado del vocabulario de las ciencias sociales de gran parte de las organizaciones políticas de izquierda y del léxico común y corriente. Hoy impera y se exalta la desigualdad extrema y lacerante de donde se desprende el culto a los ricos y a la riqueza, el todo vale para ser exitoso y triunfador, el aplastamiento de los débiles, la ostentación de lujos y opulencia de los supermillonarios no importa que sean pedófilos y violadores como Jeffrey Epstein, un sionista de pura cepa ligado con Israel y el Mossad.
No sorprende, a propósito del genocidio de Israel, que la derecha mundial –e incluso sectores liberales y socialdemócratas– tenga como referente cultural y simbólico al estado sionista y apoye abiertamente la masacre de los palestinos. Eso hace Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en el Salvador, Daniel Noboa en Ecuador, para sólo hablar de nuestra América. Estos individuos exhiben como un gran logro el trato deshumanizador que proporcionan a una parte de sus respectivas sociedades, en las cuales aplican al dedillo las prácticas genocidas de Israel en Palestina. Para señalar un solo aspecto, recordemos el trato brutal que Israel les da a los palestinos que son capturados y que replican Bukele y Noboa y, de seguro, tiene en mente Milei en Argentina y, que de hecho, ya se ha puesto en marcha en una cárcel de Rosario, la de Piñero. Al respecto, son más relevantes las imágenes que las palabras, como lo indican las siguientes fotografías:
La normalización e incluso el aplauso por gran parte de sus respectivas sociedades de este tipo de trato inhumano y degradante nos remite a tiempos aparentemente lejanos en la historia del capitalismo, pero que hoy se han vuelto terriblemente actuales. El proceso de civilización consiste, en gran parte, en que los individuos y las sociedades sientan vergüenza y repugnancia ante hechos innobles, violentos y detestables. En estos momentos vivimos un proceso de des-civilización, de retroceso a lo peor de la Edad Media y del sistema colonialista, con su culto a la tortura, a la violencia, al desmembramiento de cuerpos, al maltratos en público, al abandono de los cuerpos despellejados a la vera del camino hasta que la descomposición biológica dejé solo sus huesos y calaveras como forma de generar miedo y terror.
A esas prácticas descivilizatorias hemos regresado, con el agravante de que en la actualidad se emplean sofisticados artefactos tecnológicos de muerte y propaganda y no se oculta la sevicia. Los verdugos de antes se tapaban la cara para no ser identificados, los de ahora tienen el rostro descubierto, presumen de sus crímenes y distribuyen por las redes antisociales las escenas de odio, racismo y deshumanización en que participan en forma directa, sin arrepentimiento de ninguna clase, como si lo que hicieran (golpear, torturar, disparar a niños, hombres y mujeres indefensos) fuera perfectamente normal y digno de ser considerado como parte de la grandeza humana. Es un tecnofacismo digital de la peor especie, puesto que los sectores más retrógrados del espectro político combinan sus concepciones racistas, clasistas y sexistas con una notable sofisticación científica, como se ejemplifica en el genocidio de Israel, en donde la tecnología se convierte en un instrumento de muere y tortura o, para decirlo, con los términos clásicos de Carlos Marx y Federico Engels, las fuerzas productivas se convierten en fuerzas destructivas.
Que se haya llegado a esto es una muestra de que la barbarie está entre nosotros y nos acecha a diario, en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Esa barbarie se apoya en un sustrato religioso y por eso Israel se auto proclama el “pueblo elegido por Dios” y afirma que, por ese sostén divino, es la expresión de la luz y los palestinos son la expresión de la barbarie. Cuenta con el respaldo del fundamentalismo cristiano blanco (los llamados sionistas cristianos) en los Estados Unidos, con sus múltiples sucursales en muchos países del mundo. Eso explica que esos cristianos fundamentalistas sean otro pilar ideológico de la extrema derecha y entre sus preceptos fundamentales se exalte la violencia extrema. Por ejemplo, en Estados Unidos, “los protestantes evangélicos blancos amparan la guerra preventiva, consienten el uso de la tortura y están a favor de la pena de muerte […] considera(n) que Estados Unidos no tiene la responsabilidad de acoger refugiados”[1].
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Uno de los rasgos típicos de esta “nueva” derecha, claro ejemplo de lo que es el capitalismo realmente existente, es su culto a la violencia. Eso se aprecia con el caso señalado del trato a los prisioneros, similar al que se les da a los animales que van a ser sacrificados en el matadero y con una apología de las armas y la represión por parte de sus voceros. Eso se hace a diario en Israel, donde sus altos mandos militares y civiles no ocultan su regocijo por la destrucción de Gaza y por la muerte de miles de palestinos. Eso mismo escuchamos en nuestros lares de labios de ideólogos de la “nueva derecha”, pretendidamente ilustrados. Es bueno recordar al respecto un ejemplo reciente, el de Agustín Laje, un baluarte ideológico del presidente “libertario” de Argentina. Ese individuo manifestó su complacencia por la represión policial desencadenada contra las personas que protestaban contra la Ley Ómnibus. Sin pestañear, sostuvo: “Nos ponemos de pie y aplaudimos a cada policía que ha utilizado su escopeta y balas de goma para impactar sobre la piel de estos delincuentes y los animamos a que sigan haciéndolo; estos tipos lo que se merecen son balazos. Celebramos a la Policía, los felicitamos. Cada balazo bien puesto en cada zurdo ha sido para todos nosotros un momento de regocijo. Cada imagen de cada zurdo lloriqueando por el gas pimienta en su cara ha sido para nosotros un momento muy placentero de ver”[2].
En tiempos no muy lejanos un individuo tan atrabiliario como este no tendría pantalla ni canal propio y la sociedad no le permitiría expresar su odio y desprecio hacia los pobres y los que protestan. Lo que dice sería considerado, como lo que en realidad es, una apología del delito. Pero eso era lo que sucedía antes, ahora eso es lo “políticamente correcto” en el capitalismo realmente existente. A eso hemos llegado, porque el capitalismo es cada vez más gore, esto es, criminal, genocida y ecocida.
Hoy parece una época lejana la del capitalismo “civilizado” que, por el miedo a la revolución, admitía y toleraba derechos, aunque fuera a regañadientes. En su infernal ciclo de desmedida acumulación de nuestros días, como si no hubiera mañana, el capitalismo destruye en forma acelerada a la naturaleza y a gran parte de los seres humanos, empezando por los que viven de su trabajo. En ese proceso arrasa con ecosistemas, destruye bosques y selvas, contamina ríos y mares y pone en peligro a las sociedades y culturas que se atraviesen en su camino. Los sofisticados artefactos refuerzan esos procesos destructivos (frente a los cuales la “destrucción creadora” de Josep Schumpeter suena como un mal chiste) y a nombre de un supuesto “imperativo tecnológico” y un morboso culto al progreso técnico se eliminan los derechos laborales y se regresa a formas de explotación laborales de los siglos XVIII y XIX. No es que el trabajo y los trabajadores desaparezcan ‒eso no es posible, sería el suicidio del capitalismo‒ sino que se les niega cualquier derecho y con robots, computadores, celulares e inteligencia artificial se aumenta la explotación, la extracción de plusvalía absoluta, se alarga la jornada de trabajo, se arruman a hombres, mujeres y niños en talleres de la muerte, en maquilas donde la vida no vale nada… Lo que si está aconteciendo es que una parte de la población mundial es considerada por el capitalismo como humanidad excedente, que sobra y debe ser eliminada, tal y como acontece en Gaza.
Este capitalismo proclama a los cuatro vientos que una buena parte de la humanidad sobra es desechable y debe y puede eliminarse para que una minoría insignificante disfrute de su modo de vida imperial y goce de los beneficios que le proporciona la expansión mundial del capital. En los centros imperialistas saben, y eso lo ha demostrado la guerra de Ucrania por si hubiera dudas, que para mantener el ritmo de acumulación de capital es necesaria la energía y materiales procedentes del sur global. Allí es donde se libran abiertamente las guerras, las agresiones, bombardeos, junto con el arrasamiento de ecosistemas para que se asegure el flujo de energía y materiales, sin los cuales los centros no pueden funcionar. Para decirlo con palabras de Josep Borrel, el jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Europa y Estados Unidos son un jardín, mientras que el resto del mundo es una jungla inmunda, llena de bárbaros y salvajes. Y hay que impedir que los barbaros de la jungla estropeen el bello jardín y a sus prósperos jardineros.
Bajo esta retórica se esconde un proyecto claro: mantener la opulencia de unos pocos y preservar a raya a la mayoría, presentada como una peste, un peligro, una horda de barbaros e invasores. Y esto lo están llevando a la práctica, con las políticas y prédicas anti migratorias de odio, que reviven el racismo como mecanismo y pretexto para matar y perseguir a los “extranjeros indeseables”. Y, justamente, este es otro de los rasgos de la derecha y de sus émulos socialdemócratas y liberales (con Joe Biden a la cabeza) que enarbolan como eje central de sus campañas el odio a los pobres, a los migrantes de color cobrizo (no a los blancos ucranianos, por supuesto, que son acogidos con los brazos abiertos porque son de piel clara y de ojos azules; “son como nosotros”, decía una periodista inglesa). Ese odio racista, esa blanquitud, se reproduce como rasgo cultural del capitalismo de nuestro tiempo para exaltar a los ganadores, a los multimillonarios, a los poderosos y en nuestros países se convirtió en una bandera de las derechas, e incluso de ciertos sectores de “izquierda” para perseguir, vilipendiar, torturar a los indeseables extranjeros, a los perdedores que no tienen derecho a existir y deben ser echados afuera, como los sionistas de Israel tratan a los palestinos. Ese el mismo odio y racismo de Israel hacia los palestinos y recurre a las mismas prácticas sionistas en cuanto al desprecio y deshumanización y usando sofisticadas tecnologías, propias del “capitalismo de la vigilancia”.
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Gaza es un laboratorio de experimentación por parte del capitalismo realmente existente, a través de uno de sus países emblemáticos, como lo es Israel. No se crea que lo de Gaza queda confinado a este pequeño territorio de 365 kilómetros cuadrados y a sus dos millones y medio de habitantes, recluidos en la cárcel a cielo abierto más grande del mundo a los que Israel masacra y tortura a diario desde hace 56 años con una saña poco vista en la historia reciente del mundo. Gaza es un laboratorio de experimentación para el capitalismo y las prácticas genocidas que allí se realizan se exportan al resto del planeta. Esto se hace de varias formas, entre las que sobresalen las de índole militar.
Israel prueba en vivo y en directo con seres humanos, armas, tecnologías de control y vigilancia, formas de tortura y de muerte que, luego de demostrar su eficacia asesina, son vendidas en los cinco continentes. Como resultado de ese macabro experimento con los palestinos se producen aviones, drones, tanques, ametralladoras, fusiles… que ya han sido probados en los cuerpos de seres humanos. Este es el argumento principal de Israel para exportar y vender armas fuera de sus fronteras. Así, en las ferias de armas que se realizan en Europa o Estados Unidos, Israel muestra videos en los que sus drones asesinan a niños palestinos en Gaza y en Cisjordania y estos asesinatos son una muestra de la eficacia de las armas que ofrece y que muchos países del mundo compran[3].
Otro aspecto fundamental en que Gaza es un laboratorio está referido a la construcción de muros de contención de “población indeseable”. En los territorios ocupados de Palestina se han erigido grandes muros para aislar aún más a los habitantes locales y ampliar el territorio robado y cedido a los colonos judíos y esos muros utilizan sofisticadas formas de control y monitoreo tecnológico (con drones, satélites, inteligencia artificial). A la vez, Israel destruye las casas de los palestinos y los expulsa de lo que queda de sus territorios, lo cual es una forma de gestión colonial de “ganado humano”, tal y como se decía en la jerga del colonialismo europeo no hace mucho tiempo. Pues bien, estos dos aspectos son muy apreciados por el capitalismo mundial de nuestros tiempos ahora que erige muros a diestra y siniestra para controlar a los migrantes que provienen del sur global. En la frontera de México con Estados Unidos, en Grecia, en Hungría, en Melilla… Israel ofrece sus servicios para construir muros con la tecnología más avanzada y, además, vende artefactos y experiencia en técnicas de control y represión de los millones de seres humanos que buscan desesperadamente llegar a Europa o a los Estados Unidos. Lo que vende Israel es su experiencia genocida en encarcelar (enjaular) y expulsar palestinos. Por ello,
Palestina en general y Gaza en particular se han convertido en los emblemas por excelencia de la humanidad enjaulada. Son los grandes laboratorios de un régimen de brutalización en vías de culminación tecnológica que busca convertirse en planetario. Se trata, en efecto, de generalizar y extender a todo el planeta los métodos perfeccionados en la gestión de los “territorios ocupados” y otras guerras depredadoras. Este régimen de brutalización consiste en trocear unos espacios hasta hacerlos deliberadamente inhabitables, machacar unos cuerpos y amenazarlos constantemente con la amputación, forzándolos a vivir en hoyos, a menudo bajo los escombros, en los intersticios y las fisuras inestables de ambientes sometidos a toda clase de destrozos, al abandono y, en definitiva, a la disección universal[4].
Ahora bien, el asesinato o expulsión de los palestinos de Gaza es un resultado directo de una transformación en el mercado de trabajo interno de Israel, en donde debido a los nuevos circuitos de movilidad de fuerza de trabajo ha incorporado a miles de obreros extranjeros en pésimas condiciones laborales y de esa forma ha sustituido al proletariado palestino. De ahí se deduce que Israel pueda prescindir de los palestinos porque no los necesita como trabajadores y solo se interese por el territorio de Gaza, separado de sus habitantes milenarios. Y acá se reproduce uno de los modelos de colonización europea, como se vivió en Estados Unidos, en donde con un soporte racista se justificó el exterminio de los indígenas.
Lo que ahora sucede en Gaza es un proceso de acumulación originaria de capital donde, junto con la limpieza étnica y expulsión de los gazatíes, se impulsan proyectos de renovación urbana para los colonos judíos y se ofertan a empresas multinacionales zonas del subsuelo y del mar para que se impulsen proyectos de explotación de gas, petróleo y de otros bienes naturales en la costa mediterránea. Recordemos que apenas comenzó la guerra de Ucrania en la Unión Europea se aseguró que, para sustituir hidrocarburos provenientes de Rusia, Israel. La franja de Gaza podía convertirse en un proveedor seguro y confiable por la vía de la ocupación colonial de las reservas de gas y petróleo que hay en algunos lugares de la Palestina histórica.
El genocidio de Gaza es permitido y tolerado por el capitalismo mundial porque es una expresión de la acumulación militarizada que se ha convertido en la norma, porque cada nueva guerra es una fuente rentable de ganancias que permite contrarrestar efímeramente el estancamiento general y eliminar población excedentaria. Así, la destrucción viene acompañada de una oleada de reconstrucción, que beneficia a los productores de armas y a sectores ligados a la ingeniería, a la construcción inmobiliaria, a la energía. Esta es una forma de enfrentar el excedente de capital con el excedente de humanidad, y en ese sentido el genocidio es rentable y conveniente para el capitalismo transnacional.
No se crea que lo que hace Israel, un genocidio a cielo abierto, y transmitido por televisión como si fuera un mundial de futbol, es una cuestión interna del estado sionista y aislada en el tiempo y en el espacio. Es el rostro de un capitalismo mundial que necesita para reproducirse del dolor, la muerte, la sangre, la devastación, la destrucción generalizada y el sadismo contra los pobres y los trabajadores. Por si hubiera dudas citemos las palabras del genocida en jefe, Benjamin Netanyahu, quien ha dicho con suficiencia y como quien dicta catedra de abanderado del terrorismo de Estado: “El futuro no pertenece al liberalismo como lo definió Obama ‒tolerancia, igualdad de derechos y estado de derecho‒, sino al capitalismo autoritario: gobiernos que combinan nacionalismos agresivos y a menudo racistas con poder económico y tecnológico. El futuro no producirá lideres que se parecerán a Obama, sino a [mí]”[5]. Y más específicamente agregó en otra ocasión: “Ellos (el mundo) se volverá más como nosotros de lo que nosotros nos volveremos como ellos”
En este contexto, de crisis generalizada del capitalismo (de la policrisis, como la llamaron los ideólogos del Foro de Davos de 2023), viene acompañada de la crisis simultánea de las formas liberales y seudodemocráticas de gestión política. Esto ha abierto la puerta a soluciones neofascistas que, en la nueva lógica del capital, no son aberraciones o desvíos de unos demagogos de extrema derecha, sino que representan la manifestación emergente de la nueva forma despótica y autoritaria del gobierno del capital a nivel mundial y a escala local.
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A menudo se piensa que Hitler y el nazismo son cosas del pasado y que nunca volverá a ocurrir un fenómeno semejante. Esto es discutible porque de alguna forma se apoya en la idea positivista de que los hechos son únicos e irrepetibles, desconociendo las posibles analogías históricas que se desprenden del análisis de los contextos, de los factores explicativos y de las fuerzas e intereses que están en juego.
En esta perspectiva se deduce que cuando esos contextos sean similares puede emerger otra vez el nazismo y otro Hitler, sin necesidad de ser exactamente iguales, pero sí corresponder a un conjunto de circunstancias similares. Esto es lo que asegura el pensador alemán Carl Amery en su importante obra Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Su tesis central tiene un alcance crucial en las actuales circunstancias, ya que considera el agotamiento de los bienes naturales como resultado del perpetuo ciclo de acumulación de capital y generación de ganancias, que arrasa con el planeta entero. Este es el asunto de los límites biofísicos a la acumulación de capital, en un mundo de bienes limitados y agotables. En estas condiciones, hoy existe un “dilema de la humanidad”: “La cuestión de las condiciones que requiere la continuidad de nuestra especie en un planeta limitado”. Con relación a este asunto, Hitler se anticipó de esta forma: con un programa que “prometía al pueblo superior poder y bienestar a través de una agresión permanente, al tiempo que contrarrestaba la limitación de los recursos del planeta mediante el correspondiente sometimiento y diezmo de los pueblos esclavos”. En estas circunstancias, “sería una ingenuidad imperdonable presuponer que las próximas décadas y generaciones no pudieran revivir dicho programa, purgado de su craso diletantismo y revestido de un brillo y vocabulario científicos”. En últimas, “la ideología hitleriana oculta una oferta de elementos de futuro al que no se atreve a enfrentarse ni el debate historiográfico actual ni los estamentos políticos de nuestro presente”[6].
Lo que el nazismo planteó para el capitalismo alemán en su momento, para justificar su expansión, fue una forma particular de gestionar los bienes naturales: apropiarse de ellos sabiendo de su carácter limitado y finito para beneficio exclusivo de los alemanes (presentados como miembros de una raza superior), procediendo a explotar laboralmente a los pueblos sometidos con un nivel genocida propio de la colonización europea en el mundo entero, hasta el punto de que los maltratos, suplicios y tortura llevara al exterminio de las “razas inferiores”, en las que estaban no solamente los judíos, sino también los gitanos y los eslavos. Incluso, tras ese programa genocida se escondía una concepción ecofacista, dado que el nazismo hablaba de preservar ecosistemas y bienes naturales, diseñar ciudades habitables, eso sí que fueran conservados para beneficio exclusiva de la minoría perteneciente a la proclamada raza superior.
Esta fue una gestión ecofacista de los seres humanos y de la naturaleza, una herencia imperecedera que Hitler le legó al capitalismo de nuestros días, que hoy se enfrenta, multiplicado exponencialmente y en el mundo entero, al mismo dilema nazi. Tal dilema podría formularse, en forma esquemática, de esta forma: cómo afrontar la escasez de bienes naturales de toda índole (esto es de materia y energía) ante una población creciente en el sur del mundo, con la finalidad de mantener el modo de vida imperial de una minoría tanto en los países centrales como entre sus émulos del sur global. Y acá es donde el proyecto nazi adquiere actualidad.
Esto implica varias cosas. Una primera, que empiece a sustentarse la idea que el pastel es muy pequeño para que todos los habitantes del mundo puedan disfrutarlo. La idea es un convencimiento: lo que hay no alcanza para todos y, en consecuencia, hay una población sobrante que debe ser eliminada para que sobrevivan los mejores, esto es, los exitosos y triunfadores. Esto supone que “El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros civilizatorios se verá por ello obligado a acometer una selección; esto anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana”[7]. Lo estamos viendo y sufriendo ante nuestros ojos en Palestina: el aplastamiento, y esto nunca fue tan literal, de la dignidad humana por una minoría de genocidas que se pintan a sí mismos como la encarnación de la luz y la civilización europea, mientras que los palestinos que son asesinados representan la barbarie, la oscuridad y el atraso. Esto, simplemente, es la actualización del proyecto nazi por parte de Israel, lo cual confirma que los que ayer sufrieron hoy materializan las peores prácticas genocidas.
Una segunda, queda claro que el capitalismo que se presenta a sí mismo como expresión del progreso tecnológico es un modo de vida que genera desechos, contaminación y basura, pero esto se externaliza y se envía a los lugares más pobres y expoliados del mundo y se oculta con una pretendida sofisticación y limpieza en los centros imperiales y en sus replicas en el sur global. Esta “sociedad de la externalización” claramente plantea la preservación del mundo civilizado y a sus habitantes blanqueados y el exterminio, lento o acelerado, de los habitantes del resto del mundo y la degradación del medio natural de esos territorios.
En esta lógica, el 80% de los habitantes del planeta seríamos prescindibles. Esto puede hacerse de la misma manera genocida de Hitler, pero ahora con más sofisticación científica y técnica, puesto que entre las clases dominantes del mundo (sin importar si políticamente son socialdemócratas o de extrema derecha) existe el consenso de utilizar la gestión técnica como mecanismo de control, disciplinamiento y eliminación de los innecesarios, de los que sobran, de los que no merecen existir. Y esto lo hacen posible los ingenieros, técnicos, científicos al servicio del capital y de la muerte, porque “todos ellos hacen negocios con un potencial asesino, pero todos ellos protestarían airados si los clasificáramos bajo la categoría tradicional de los asesinos a sueldo”[8].
Incluso, en esta lógica el racismo ya no tiene ninguna impronta antisemita, sino que profesa ahora un racismo pretendidamente científico para excluir a los pobres y parias del sur del mundo, presentando como representantes del peligro islámico y los “negros” de nuestro tiempo. Es la típica blanquitud en la que los colores de la “raza” se traslapan con los intereses de clase y al sector de los blancos ingresa una minoría de negros, indígenas, mestizos, siempre y cuando defiendan a rajatabla los valores supremos del capitalismo occidental y de la hegemonía de los Estados Unidos. No por casualidad, el veto de los Estados Unidos a poner fin a la agresión de Israel en Gaza y a mitigar de alguna forma el genocidio está representado por la mano levantada de una mujer negra, quien es la embajadora de la muerte. Es la blanquitud en su máxima expresión asesina, aunque paradójicamente personificada en una mujer de rasgos oscuros, como indicador de la imposición de los valores centrales de la dominación colonial e imperialista de estirpe euro estadounidense.
Que el proyecto hitleriano tiene perspectivas en el capitalismo realmente existente de nuestros días lo pone de presente que en distintos lugares se haga una exaltación de criminales de guerra nazi, como acontece en Ucrania con la rehabilitación de asesinos nazis; en el parlamento de Canadá, en donde a la luz del día se rinde homenaje a un criminal nazi de la Segunda Guerra Mundial que, con casi un siglo de edad, estuvo presente en el hecho; en Grecia, en cuyo parlamento Volodimir Zelenzki cedió su palabra a un miembro del Batallón Azov, formado por nazis confesos… Podría pensarse que estos son hechos anecdóticos o meras casualidades, pero dejan de serlo si los inscribimos en el contexto general de actualidad para el capitalismo del proyecto hitleriano.
No obstante, el neofacismo de nuestros días tiene rasgos distintos a los del fascismo clásico, entre los cuales sobresalen los siguientes: es nacional-liberal y no nacional-socialista, porque está a favor de la libre empresa, del mercado, la iniciativa individual, la competencia; no reniega de la democracia formal de tipo parlamentario, sino que la usa a su favor, para imponer las lógicas del mercado e impulsar sus proyectos neoliberales y neoconservadores; su racismo es cultural y no étnico, es la fobia de los islamitas, de los migrantes y, en general, de los pobres; sigue siendo ferozmente anticomunista y ese es el sustento para sus campañas de odio contra todo aquello que huela a reivindicaciones de género, raza o clase que beneficien a importantes sectores de la población. En suma, “los fascismos, el racismo, el sexismo y las jerarquías que producen se inscriben de manera estructural en los mecanismos de acumulación del capital y de los Estados”[9].
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Así como en Gaza se efectúa un genocidio, de Palestina vienen las acciones que lo cuestionan y enfrentan y están generando importantes formas de movilización en diversos lugares del mundo. Es un contexto que tiene algunas similitudes con lo sucedido a finales de la década de 1960 con la guerra de Vietnam. La diferencia de fondo es que hoy las fuerzas revolucionarias y anticapitalistas están seriamente debilitadas, pero tienen una oportunidad de reavivar las luchas internacionalistas.
En esta dirección, el hecho de transmitir el genocidio por parte de los que sufren en carne propia ha tenido efectos de sensibilización en diversos lugares del mundo, primordialmente en el Sur global, lo que le ha dado cierto aire a la ira popular, de jóvenes y mujeres.
Incluso, en la Unión Europea y en los Estados Unidos se han presentado notables muestras de apoyo a la causa palestina, rompiendo por primera vez la hegemonía prosionista, que se alimentaba con el espíritu seudo victimista de Israel. Grandes manifestaciones y movilizaciones se han dado en diversas ciudades de los Estados Unidos y en campus universitarios, en los cuales el coco antisemita ya no basta para acallar las voces de repudio al sionismo, ante el hundimiento moral de Israel y del occidente imperialista.
Un ejemplo dramático de esa lucha lo ejemplifica el joven Aaron Bushnell, un soldado estadounidense activo de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que se inmoló frente a la puerta principal de la Embajada de Israel en Washington y antes de morir dijo estas memorables palabras: “Soy un miembro en activo de la Fuerza Aérea y no voy a seguir siendo cómplice de genocidio”, “Viva Palestina Libre”.
La movilización en diversos lugares del mundo pone de presente el desprestigio moral de Israel y el occidente imperialista y puede convertirse en un aliciente para emprender nuevas luchas contra el neofascismo capitalista de nuestros días y crear las bases para poner fin al Estado genocida de Israel, un asunto que parecería lejano en otro tiempo, pero que hoy, a pesar de la aparente fortaleza de ese Estado, está al orden del día, porque viene acompañada de la irreversible pérdida de la hegemonía estadounidense.
Esto, desde luego, no sustituye las luchas de clases internas en cada país, pero si puede ser un catalizador para enfrentar a las fuerzas destructoras del capitalismo realmente existente y emprender una agenda anticapitalista en la que se defiendan los valores supremos del proyecto emancipador, empezando por la igualdad, la fraternidad, la ayuda mutua, el rechazo a las guerras y la búsqueda de una sociedad que vaya más allá del capital.
Sea como sea, lo único cierto es que ante los retos de la crisis civilizatoria a que conduce el capitalismo la barbarie que está entre nosotros debe ser enfrentada, porque no puede ser el único horizonte, el de muerte y destrucción, que le quede a la humanidad sufriente, formada por miles de millones de trabajadores, desempleados, campesinos, mujeres pobres a los que el capitalismo ha pretendido convertir en una población desechable y prescindible.
Notas
[1]. Kritin Kobes du Mez, Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron una fe y fracturaron una nación, Capitán Swing, Madrid, 2022, p. 12.
[2].https://www.reddit.com/r/argentina/comments/1ajh9pp/agust%C3%ADn_laje_cada_balazo_bien_puesto_en_cada/
[3]. Antony Loewenstein, El laboratorio palestino. Cómo Israel exporta al mundo la tecnología de la ocupación, Capitán Swing, Madrid, 2024, p. 26.
[4]. Achillr Mbembe, Brutalismo, Paidós, Barcelona, 2022, p. 126.
[5]. Citado en Antony Loewenstein, op.cit., p. 23 y p. 277.
[6]. Karl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner, Barcelona, 1998, pp. 14-15.
[7]. Ibíd., p. 157.
[8]. Ibid., p. 177.
[9]. Maurizio Lazzarato, El capital odia a todo el mundo. Fascismo o revolución, Eterna Cadencia Editora, Buenos Aires, 2020, pp. 36 y ss.