Silvia Beatriz Adoue
A partir de 2013, hemos dado testimonio del crecimiento de la derecha en la sociedad brasileña. Tal crecimiento tuvo expresión electoral y resultó en la presidencia de Jaír Messias Bolsonaro, de 2019 a 2020. Si el bolsonarismo es lo más notorio para quien mira Brasil desde afuera, es preciso decir que el ascenso de la derecha no se restringe al fenómeno bolsonarista. Es un fenómeno histórico sometido a alcanzar determinaciones que no son exclusivamente nacionales, aunque se expresa con particularidades, sea en los países considerados centrales, sea en las periferias del capital. Y, en las diferentes periferias, con características propias.
La neurosis
Hay una cuestión de fondo que no se restringe al período más reciente: existe en la sociedad brasileña, como en toda sociedad de clases, un fascismo latente[1]. En Brasil, para que este fascismo latente se asome a la luz no es necesario siquiera que los privilegios sean amenazados, es suficiente que sean puestos en evidencia como tales. Esto, claro, vale para otros países de América Latina, en los que la internalización del modo de producción capitalista se dio bajo la forma del capitalismo dependiente[2]. El resultado es un mercado de trabajo pronunciadamente estratificado que, para así mantenerse, refuncionaliza el racismo que había sido alimento ideológico del colonialismo y del modo de producción esclavista durante siglos[3]. Necesita también del machismo, ideología necesaria para la explotación gratuita del trabajo reproductivo femenino, que permite comprimir salarios además de reforzar la estratificación del mercado de trabajo[4]. La simple evidencia de que ese no sería el “orden natural de las cosas” desata una reacción inmediata para restituir la conformidad con el lugar al que cada uno está “destinado”. Una frase común en Brasil es: “póngase en su lugar”.
Esa estructura de sentimientos difundida en diferentes estratos sociales hace que el orden se mantenga. Pero no es solamente algo que impregna la cultura. Las instituciones del Estado están ahí como dispositivos que aseguran la manutención de ese orden. La constitución monárquica de 1822 utilizaba una retórica liberal que, sin embargo, no impedía que la economía de Brasil descansase sobre la explotación del trabajo esclavo y que aun entre la población “libre” el voto fuese censitario. La forma de gobierno que se consolidó con el fin de la monarquía fue una república de pocos. Esos simulacros republicanos copiaban la gestualidad de las democracias burguesas europeas. Aun así, todas las veces en que, por razones diferentes, se buscó incluir en esa república, aun de manera subalterna, otros sectores, las alarmas sonaron y se puso en marcha lo que Florestan Fernandes llamó “contrarrevolución preventiva” y “contrarrevolución prolongada” (2005), como ocurrió con el golpe de 1964. Todo eso con beneplácito de los que se sentían amenazados no necesariamente con perder las condiciones de vida, sino la distinción, aquello que los tornaba socialmente superiores dentro del orden estratificado.
Lo escrito en los dos párrafos anteriores deviene de relaciones sociales sedimentadas históricamente y que conformaron una cultura. Las así llamadas clases medias trabajadoras heredaron, en el capitalismo dependiente, el lugar social que, durante la esclavitud, tenían los libres sin propiedad, que dependían del favor de los propietarios[5]. El gran miedo, de “caer” hacia un peldaño del cual ya no será posible subir, desata el odio a los de (mas) abajo. Es necesario diferenciarse radicalmente del que está en el peldaño inmediatamente inferior, como forma de conjurar cualquier identificación que arrastre, por contagio, a la caída al siguiente círculo del infierno. Esa es la gran neurosis, que incluye la ilusión de que, por el contrario, es posible subir un peldaño, esconder la biografía amarrada al estrato de origen, “emblanquecer”, simular los gestos del estrato superior, fingir y, por medio de una magia que opera por “simpatía”, parecer y, entonces, ser como los de arriba.
Sin embargo, Brasil no es sólo eso. Cuando esos dispositivos se interrumpen, cuando el orden no garantiza la sobrevivencia, lo más razonable es arremeter contra ese orden, como ocurrió en el Nordeste, durante el colapso de los ciclos del azúcar y del algodón. La experiencia comunal de Canudos (1893-1897) recoge la sociabilidad indígena, quilombola, cabocla para hacer… otra cosa[6].
El “atajo” del lulismo
En los años ’90, cuando la reestructuración productiva debilitó los lazos construidos entre las clases trabajadoras en el curso de las dos décadas anteriores en el contexto de la modernización “por arriba” operado durante la dictadura, las luchas de los de abajo fueron frenándose. Los sectores más dinámicos de esas clases trabajadoras no pudieron retener para sí mismos las organizaciones que habían creado. Quienes que hegemonizaron el Partido de los Trabajadores (PT), como esa espuma que queda cuando la ola se retira, entendieron que no era época de enfrentar. Se adaptaron a esos sentimientos conservadores de los que no quieren destruir el orden social, sino ascender dentro de él.
El lulismo dio señales de que alentaría ese ascenso social “por simpatía”: que los de los estratos inferiores tendrían acceso al consumo de productos que la camada superior consumía[7]. Para eso, recurrió a políticas de distribución de renta, las mismas que fueron recomendadas por el Nuevo Consenso de Washington: políticas compensatorias[8], mientras se aceleraba la flexibilización de las relaciones de trabajo. El acceso de camadas más amplias de jóvenes a la educación superior alejaba la percepción de que el ascenso social no era posible. La promesa de empleo con mejores salarios para quien estuviera calificado era sólo eso, una promesa, que no podía mágicamente aumentar la oferta de puestos de trabajo. La desarticulación social que la reestructuración productiva propiciaba no permitía observar que no se trataba de adversidades contingentes que afectaban individualmente a los trabajadores. En el mes de junio de 2013 se alcanzó el techo.
Sí. Había un techo “de vidrio”. Una movilización convocada por el Movimento Passe Livre (MPL), para el día 6 de junio, contra el aumento del transporte en la ciudad de San Pablo, entonces gobernada por Fernando Haddad, del PT, fue la chispa que encendió la mecha. Desde finales de 2012, en diferentes regiones, había señales de descontento con los efectos de las políticas así llamadas “neodesarrollistas” del gobierno de Dilma Rousseff, por entonces en el tercer mandato del PT en la presidencia del país. La ocupación simbólica de las obras de la hidroeléctrica de Belo Monte, en el estado amazónico de Pará, por indígenas afectados por la construcción, confraternizó con los trabajadores de todo el país allí reunidos con contratos temporarios, también descontentos con su situación. En el estado de Mato Grosso do Sul, una carta abierta de una comunidad Guaraní y Kaiowá amenazada de desalojo electrizó al país. En las ciudades grandes y medias hubo manifestaciones de solidaridad.
Parecía que, en una complicidad inesperada, después de casi 20 años de letargo, comenzaran a manifestarse los sectores afectados por el proyecto de aceleración de la acumulación por despojo, reprimarización de la economía con profundización de la matriz exportadora de materias primas, flexibilización de las relaciones de trabajo, aun cuando la miseria absoluta era compensada con políticas de distribución de renta. La movilización contra el aumento de transporte en la ciudad de San Pablo fue inesperadamente numerosa. El MPL venía reuniendo jóvenes de la periferia de las grandes ciudades por el transporte gratuito desde hacía más de una década[9]. El gobierno del estado de San Pablo, gobernado por el actual vicepresidente de Brasil, pero perteneciente en ese momento al principal partido de oposición, de centro derecha[10], reprimió con la tropa de choque de la Policía Militar. Y, contrariamente a lo esperado, la indignación general hizo que un enorme contingente popular se movilizase al día siguiente, en varias ciudades del país, también afectadas por el precio del transporte, atendiendo a la convocatoria del MPL, y en los días siguientes, terminando las marchas con el cántico “Amanhã vai ser maior” (“Mañana será mayor”). Se multiplicaron grupos en las redes de internet que permitían la comunicación alternativa instantánea de los manifestantes, en principio desorganizados[11].
La cronología densa de esos días indica un momento, después de por lo menos tres días de movilización, en que la estrategia de la industria de la comunicación cambia. Después de calificarlos de “vándalos”, por lo menos una parte de los manifestantes pasaron a ser descriptos como “indignados”, en una pirueta que pone el foco no el aumento del transporte, sino en la “corrupción”. A los jóvenes descontentos de las periferias, se suman otros sectores insatisfechos, que encuentran en las manifestaciones la posibilidad de dar alguna forma a su bronca solitaria: la decepción rabiosa al encontrar el techo de vidrio que interrumpe el ascenso social por medio del acceso al consumo y la educación superior. Los motivos de esa frustración son señalados desde la industria de las comunicaciones: la corrupción.
Una derecha por fuera y dentro de los partidos
El ímpetu inicial del movimiento se multiplicó con movilizaciones de trabajadores de los estratos más oprimidos, como fue el prolongado paro de los de la limpieza pública de la ciudad de Río de Janeiro, a comienzos de 2014, con conquistas en sus reivindicaciones. En ese año, también se prolongó el espíritu de junio de 2013, con movilizaciones contra las obras de las Olimpíadas y la Copa del Mundo, que desalojaban comunidades pobres. Sin embargo, y paralelamente, fueron creciendo iniciativas impulsadas por los think tanks de la derecha, con recursos, amplio apoyo de la industria de las comunicaciones y tecnologías de las así llamadas “redes sociales”.
En junio de 2013, casi dos semanas después de la primera manifestación del MPL, el intendente de la ciudad de San Pablo, del PT, y el gobernador del estado, del PSDB, acuerdan dejar sin efecto el aumento del transporte[12]. Su aparición conjunta fue interpretada como un “cerrar filas” en defensa del orden. El 24 de junio, la presidenta Dilma Rousseff hizo lo propio en una reunión con 27 gobernadores de estado y 26 intendentes de capitales. Propuso “combate ‘contundente’ a la corrupción […] con penas severas” y cinco pactos que incluían “responsabilidad fiscal”, reforma política, contratación de médicos extranjeros para reforzar la atención[13], subsidios en favor de las empresas de transporte, destinar los royalties del petróleo al sector de educación[14]. Es decir, de manera relativamente tardía, y sin dirigirse a los que se venían movilizando, propuso un acuerdo con el ojo puesto en la gobernabilidad a todos los partidos del orden.
Si alguien tenía expectativas en que el PT aprovecharía el ascenso de las luchas populares para arremeter contra los palos en la rueda que la derecha ponía en el campo institucional y realizar reformas radicales, como la agraria y la urbana o la demarcación de las tierras indígenas, recibió un balde de agua fría. El PT cerraba filas en defensa del orden. Y, lo que se veía en aquel momento como una paradoja, fue que la ultraderecha, que actuaba con un pie en lo institucional y otro fuera de él, era la que crecía, beneficiándose de la insatisfacción generalizada.
La corrupción era presentada como la causa de todos los males que acometen al país. Como una rejilla por donde se escapa toda la riqueza extraída e impide el bienestar de sus ciudadanos. De hecho, en un país de capitalismo dependiente, sin “solidaridad orgánica” de las clases dominantes ni posibilidades de consenso, la corrupción opera como cemento agregador que garantiza la gobernabilidad[15]. La transnacionalización de empresas brasileñas, impulsadas con recursos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDS) y con el Estado brasileño no dejaba de ser una transferencia de recursos públicos para el sector privado y presentada como un favor: según Roberto Schwartz, “nuestra mediación universal”[16].
En el terreno de las clases medias que buscan atajos para su ascenso social y se sienten “postergadas” por las políticas de alivio a la miseria absoluta y las políticas afirmativas, encontraron eco esos argumentos de la ultraderecha. Pero también en el de las “masas solitarias”, como las llama Silvio Schachter[17], de trabajadores “emprendedores”/flexibles que necesitan creer que “por prepotencia de trabajo”, mérito propio, y capacidad de explotarse a sí mismos, podrán abrirse paso en las intemperies de la aceleración de la acumulación por despojo. La ultraderecha también encontró suelo fértil en los desesperados que, después de haberse roto tejido social construido pacientemente en el ciclo de luchas anterior a 1997[18], naufragaron en la miseria y en la soledad del abandono y buscaron en las iglesias evangélicas el apoyo material y emocional que ya no encontraban en la autoorganización popular. La sociabilidad dentro de esas iglesias se tornó el sostén para el ascenso social, por una red para acceder a empleos como contrapartida de un disciplinamiento social. Así, humillados en el último peldaño social consiguieron salir del fondo del pozo, trazando al mismo tiempo una línea de fuego entre la condición de los hundidos y los salvos, sólo transponible por la conversión religiosa y lealtad a la iglesia con sus reglas, jerarquías institucionales y recomendaciones electorales.
La bancada evangélica en el congreso, que arrancó beneficios económicos para sus iglesias durante los gobiernos del PT, a los que eventualmente ayudaban a constituir mayoría parlamentaria, hizo de las feligresías un electorado disponible, una base clientelar. Las pautas de conservadorismo en las costumbres contra el feminismo y las disidencias, contra la educación sexual y el debate político en las escuelas terminaron siendo un programa común con la derecha. Hubo también un corrimiento ideológico hacia la llamada “teología de la prosperidad”. Recordemos que, a diferencia del dogma católico según el cual la salvación del individuo se da por sus actos, la reforma de Martin Lutero introdujo la idea de que la salvación se da por la fe. Para Juan Calvino, los que serían salvos estaban predestinados, y un indicio de esa predestinación era la prosperidad económica. De manera que el “emprendedorismo” se enlaza con esa “teología de la prosperidad”: el individuo se salva de la depravación total por una elección incondicional. Salvarse de caer en la miseria material está íntimamente ligado a la salvación espiritual.
La militarización y control policíaco de la sociedad
La transición “lenta, gradual y segura” proyectada por el general Golbery do Couto e Silva, jefe de gabinete durante la dictadura y arquitecto de la transición, dejó algunos dispositivos de seguridad. Dos de ellos son la amnistía a los represores (ley de 1979) y el mantenimiento de la militarización de la Amazonía. Pero también se mantuvo el control policíaco de todos los territorios. Ninguna política de la llamada “justicia de transición” fue aplicada en Brasil hasta 2012, cuando la presidenta Dilma Rousseff, atendiendo la exigencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, convocó a la formación de la Comisión de la Verdad, que tenía un plazo hasta fin de 2014 para entregar su informe. Ningún militar fue punido, protegidos que estaban los represores por la Ley de (“auto”) Amnistía de 1979.
La Constitución de 1988, promulgada ya durante la administración civil, prevé operativos de Garantía de Ley Orden (GLO), que permiten que las fuerzas armadas sean convocadas para seguridad interna.
La expertice de las fuerzas armadas brasileñas y la intención de la diplomacia brasileña de ingresar al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, llevaron a las fuerzas armadas de Brasil a liderar la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH, sigla según su nombre en francés), de 2004 a 2017. La experiencia en Haití permitió entrenar las tropas en la represión a la población civil urbana[19]. El general Augusto Heleno, que fue responsable de la instalación y comando de la MINUSTAH en 2004-2005, y después fue comandante general de la Amazonía, luego sería ministro jefe de la Seguridad Institucional durante el gobierno de Jaír Messias Bolsonaro, y uno de los ideólogos de la rama militar del bolsonarismo.
Las instituciones policiales actúan en el contexto de disciplinamiento de una sociedad estratificada, con respuestas diferenciadas para los diferentes estratos sociales. El “gatillo fácil”, como se llama en Argentina opera sobre la creciente población excedente[20].
Ya desde la dictadura, milicias parapoliciales, constituidas por policías y militares de la reserva o en actividad actúan en servicios de sicariato y disciplinamiento de barrios, como los tristemente famosos “Esquadrões de Morte” del período dictatorial. Esas “changas” realizadas por fuera de las instituciones estatales completan la renta de no pocos agentes de diferentes fuerzas de seguridad del Estado. Allí se concentran también aquellos que habían operado en la represión y tortura, y no tenían ya dónde aplicar sus técnicas. Durante el gobierno de Jaír Messias Bolsonaro, se autonomizaron y diversificaron sus ramos económicos, controlando el negocio inmobiliario y servicios de gas, conexión de energía eléctrica e internet en varios municipios de Río de Janeiro, además de los habituales servicios de sicariato y disciplinamiento territorial.
Esos cuadros profesionales de la violencia legal e ilegal, con ramificaciones dentro de las instituciones del Estado, encontraron durante el gobierno de Bolsonaro una ampliación de la demanda y mejores condiciones para operar. El mismo capitán Jaír Messias Bolsonaro era uno de los cuadros formados durante la dictadura y sirvió al ejército desde 1973 hasta 1988, cuando fue expulso por indisciplina después de una sesión secreta del Superior Tribunal Militar, que duró 10 horas. Lo que desencadenó el proceso fue un reclamo salarial con amenazas, pero la cuestión de fondo era la inadecuación de militares de baja graduación que habían sido preparados para la impunidad total durante la dictadura y que no se adaptaban a los tiempos de gobierno civil. Bolsonaro encontró dentro de ese sector un electorado que lo eligió para ser concejal de la ciudad de Río de Janeiro de 1989 a 1991 y diputado federal por el estado de Río de Janeiro de 1991 a 2019, cuando se tornó presidente de Brasil. En su actividad institucional fue partícipe de las ramificaciones institucionales de esos sectores militares de baja graduación.
Sin embargo, el creciente poder catalizador de la figura de Bolsonaro rebasó esa base electoral, captando esa derecha difusa que se venía alimentando del resentimiento, del conservadorismo de gran parte de las iglesias evangélicas. Sin embargo, el “gran elector” es el gran capital, que vio en este candidato una posibilidad real de mejorar las condiciones para acelerar el despojo.
La derecha funcional al despojo[21]
La flexibilización de las relaciones de trabajo y el emprendedorismo de sí mismo propician no sólo la fragmentación social y el aflojamiento de los lazos de solidaridad. También estimulan sentimientos de competición, descompromiso con los otros y una cierta actitud predadora ante las magras y volátiles posibilidades que los mercados de trabajo ofrecen[22].
Cada vez que un modelo de acumulación de capital comienza a dar señales de que ya no puede garantizar la tasa media de ganancia se produce un salto discreto de acumulación por desposesión, para compensar el incumplimiento de la expectativa de ganancia. Esos saltos discretos pueden ser incorporados al nivel de acumulación permanente que, al decir de Rosa Luxemburgo, acompañó toda la historia del capital[23]. Pero nos encontramos ante una nueva situación. La pronunciada tendencia a la caída de la tasa de ganancia, intensificada desde los años ’70, demanda un igualmente acelerado aumento del despojo, también de carácter permanente.
Nuevas formas de despojo se unen a las ya conocidas. Y se distribuyen por las cadenas o redes flexibles de acumulación de alcance planetario. Esas cadenas, con eslabones intercambiables y descartables, tienen en una punta fondos de inversión de distintas procedencias y los territorios de extracción en la otra. Cada vez más eslabones de esa cadena, habitualmente los más próximos a los territorios, pero no siempre, operan la extracción de riquezas por despojo.
Para ese veloz aumento de la extracción por despojo, los marcos regulatorios de los Estados, aun aquellos que sufrieron reformas flexibilizadoras desde los años ’90 en adelante, resultan un obstáculo. Las repúblicas, inclusive las que ya eran simulacros republicanos de América Latina, resultan un cascarón vacío. Inútil incluso como instancia para que las clases dirigentes diriman sus pleitos.
Para esa aceleración del despojo es necesario un Estado de excepción, que no sólo desactive los marcos regulatorios, sino que opere, incluso preventivamente, contra las resistencias de los territorios. Algo parecido a un Estado de guerra permanente.
Si esto es verdad para nuestra región, lo es especialmente para Brasil. País este que posee la mayor porción de la Amazonía, el área más dinámica de avance de la frontera extractiva de minerales que son insumo para la industria 4.0[24].
La ampliación de la demanda de los minerales del subsuelo amazónico es considerada una oportunidad para grandes lucros. Oportunidad que se desperdiciaría si se respetaran los marcos regulatorios para su explotación. Para superar los escrúpulos legalistas, era preciso una acción en el terreno político que pasara por encima del papel fiscalizador del Estado. El despojo operado en los últimos cuatro años en Brasil no se realizó mediante la modificación de la legislación. Para lanzar grandes áreas al mercado de tierras para uso flexible era necesario destruir los territorios. Y se hizo con milicias incendiarias y terror sobre las poblaciones. Fue el caso del territorio Yanomami ahora asunto de exposición pública, con invasiones de más de 20 mil mineros irregulares para retirar oro y casiterita, con organizaciones delictivas realizando la seguridad interna de esos eslabones de la cadena. Son toneladas de mineral irregular, regularizado en la misma región para entrar en la cadena legal de exportación, en la que participa directamente el capital financiero, que no le hace asco a la mercadería, cualquiera que sea su procedencia.
Las brutalidades cometidas, sin embargo, no podrían ser realizadas sin el respaldo o la indiferencia de la sociedad. Sin prácticas predadoras normalizadas por parte de un gran número de personas comunes. Sin una perspectiva del mundo, en fin, que sustenta una mirada colonialista, bélica y de dominio patriarcal sobre territorios y sus gentes. Es la afinidad electiva entre esta modalidad extractiva y las derechas ideológicas. Una estructura de sentimientos necesaria al despojo.
El expresidente Jaír Messias Bolsonaro fue muy explícito al respecto. Al comienzo de su mandato, el 17 de marzo de 2019, en un banquete ofrecido en la embajada brasileña en Washington, advirtió a los empresarios invitados: “Brasil no es un terreno abierto donde iremos a construir cosas para nuestro pueblo. Nosotros tenemos que desconstruir muchas cosas”[25]. Esto explica el apoyo obtenido entonces del gran capital. Pero Bolsonaro nunca actuó por sí mismo, ni en relación directa con el gran capital. Sus vínculos directos en el empresariado siempre fueron con sectores marginales, que rapiñaron aprovechando las oportunidades que el limbo legal de hecho que imperó en el país estos cuatro años ofrecía. Por detrás de Bolsonaro estaban los militares. Ellos sí con poder real y decididos a aumentar las condiciones para la extracción de commodities evadiendo los obstáculos que el orden republicano presentaba.
Sin embargo, ese “desorden”, ese “río revuelto” oficializado, resulta oneroso. Alternar gobiernos de derecha y progresistas puede ser de interés para el gran capital. Lo que importa en todo caso es blindar la actividad extractiva contra dispositivos de control social que por ventura a alguien se le ocurra levantar.
La derecha brasileña más allá de Bolsonaro
Las causas de fondo para el crecimiento de la derecha difusa en la sociedad se mantienen más allá del gobierno de Bolsonaro. El movimiento pendular que alterna gobiernos de derecha y progresistas no altera la matriz exportadora de materias primas, el extractivismo expoliador y las políticas de distribución de renta[26]. Sin embargo, la confluencia electoral entre Luiz Inácio Lula da Silva y Geraldo Alckmin, apoyada por la industria de las comunicaciones, corre el “momento” progresista de ese péndulo hacia la derecha.
La estructura de sentimientos que predomina en la sociedad sustenta un horizonte de proyectos que refuerza la estratificación social y el uso de la violencia para garantizar el mantenimiento del orden. Solo como un ejemplo ilustrativo de esa intensificación, menciono que, entre los evangélicos, la “teología de la prosperidad” está siendo sustituida por la “teología del dominio”, que es una vuelta de tuerca en la “teología de la prosperidad”. Prioriza el Antiguo Testamento sobre los Evangelios, la exigencia de cristianización del mundo y del pueblo elegido. Esas iglesias evangélicas se identifican con el Estado de Israel. Y celebran su estado de guerra permanente contra los impíos.
Aunque describo las particularidades del ascenso de la derecha en Brasil, que tienen que ver con la historia nacional, sé que muchas de sus características son compartidas por los países de la región. Porque las determinaciones que dinamizan y propician el crecimiento de la derecha tienen escala planetaria. Los fondos de inversión que comandan las redes de acumulación encuentran en nuestros territorios posibilidades de intensificación de la extracción y cómplices locales que se benefician con negocios mixtos.
El pensamiento hegemónico en las izquierdas sigue siendo el de jugar una carrera con el capital, esperanzada en superarlo en capacidad económica y militar, especulando con aprovechar justamente la escalada de la competición económica y militar dentro del mundo capitalista. La cuestión es que la competición, aun a costa del despojo y la destrucción del otro (humano o no) están precipitando la catástrofe. No hay futuro para tal izquierda. Y no hay futuro para la especie humana dentro de ese mundo.
Hay, sin embargo, en los pueblos, un resto, algo que nos impulsa a defender la vida. La defensa de la vida exige valores como la mutualidad, la construcción de confianza, la compasión. También somos eso, y, en ocasiones, esos valores se imponen como un gesto de libertad frente a la jerarquía que nos manda, como al ganado, al matadero.
Araraquara, 21 de marzo de 2024
Referencias bibliográficas
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Notas
[1] Ver: ADORNO, Theodor. “Estudios sobre la personalidad autoritaria”. In: Escritos sociológicos II, Vol. 1. Madrid: Akal, 2008.
[2] Ver: FERNANDES, Florestan. “Notas sobre o fascismo”. In: Poder e contrapoder na América Latina. San Pablo: Expressão Popular, 2015.
[3] Ver: FERNANDES Florestan. A integração do negro na sociedade de classes. 5ª edición. San Pablo: Globo, 2008.
[4] Ver: GONZALEZ, Lélia. Por um feminismo afro-latino-americano. Rio de Janeiro: Zahar, 2020.
[5] Ver: SCHWARZ, Roberto. Ao vencedor a batatas. 5a Ed. São Paulo: Editora 34, 2000.
[6] Ver: ADOUE, Silvia. “El fulgor de Canudos”. In: Socialismo desde abajo. Buenos Aires: Herramienta, 2013.
[7] Ver: SINGER, André. Os sentidos do lulismo. San Pablo: Companhia das Letras, 2012.
[8] Ver: SANTOS, Fábio Luis Barbosa dos. Além do PT. San Pablo: Elefante, 2017.
[9] Ver: NASCIMENTO, Manoel. “Teses sobre a revolta do buzu”. In: Cadernos do CEAS: Revista crítica de humanidades, 2008, p. 31-45.
[10] Partido da Social Democracia Brasileira (PSDB).
[11] Ver: GONÇALVES, Maurício Bernardino (org.). As jornadas de junho. Os significados do retorno das manifestações de massas no Brasil. Recife: Organizador, 2014.
[13] El programa “Mais Médicos”, en convenio con Cuba, que aumentaba las atenciones en el Sistema Único de Saúde.
[15] Ver: LEAL, Murilo, y ADOUE, Silvia. “Sobre a corrupção no contexto do capitalismo dependente”. In: Blogsíntese, 2016. http://www.blogsintese.com.br/2016/06/sobre-corrupcao-no-contexto-do.html
[16] Ver: SCHWARZ, Roberto. Ao vencedor a batatas. 5a Ed. São Paulo: Editora 34, 2000.
[17] Ver: SCHACHTER, Silvio. “Entre Milei e Bullrich e o suposto mal menor. Um beco sem saída?”. In: Contrapoder, 2023. https://contrapoder.net/artigo/entre-milei-e-bullrich-e-o-suposto-mal-menor-um-beco-sem-saida/
[18] En 1997 se produjo la gran marcha a Brasilia del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, desde todo el país, para exigir el castigo de los asesinos de la masacre de Eldorado de Carajás, un año antes. En 1995 ocurrió la última gran huelga, de los trabajadores petroleros.
[19] Recordemos que, durante la dictadura, las fuerzas armadas brasileñas habían recibido entrenamiento de contrainsurgencia en el área rural.
[20] Ver: NUN, José. “Superpoblación relativa, ejército de reserva y masa marginal”, In: Revista Latinoamericana de Sociología del Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Torcuato Di Tella, Vol. V, julio de 1969, 2, Buenos Aires, Argentina.
[21] El contenido de este subtítulo fue tomado del artículo “El ascenso de las derechas es funcional a la aceleración del despojo”, publicado en Desinformémonos, el 8 de febrero de 2023. https://desinformemonos.org/el-ascenso-de-las-derechas-es-funcional-a-la-aceleracion-del-despojo/
[22] Raúl Zibechi, en “Extractivismo como cultura” dice: “[…] son modos que han ganado terreno en sociedades donde los jóvenes no tienen empleo digno ni un lugar en la sociedad, ni la posibilidad de labrarse un oficio trabajando, ni conseguir un mínimo ascenso social luego de años de esfuerzos. Ni memoria de aquel pasado, que es lo más pernicioso, ya que atenta contra la dignidad”. Ver el texto completo: https://democraciaglobal.org/el-extractivismo-como-cultura/
[23] Ver: https://www.marxists.org/espanol/luxem/1913/1913-lal-acumulacion-del-capital.pdf
[24] Ver: PINASSI, Maria Orlanda, y SINFRONI, Gisele. “En dos compases para el abismo”. In Contrahegemoniaweb, 2022. https://contrahegemoniaweb.com.ar/2022/10/30/en-dos-compases-para-el-abismo/
[25] “[…] o Brasil não é um terreno aberto onde nós iremos construir coisas para o nosso povo. Nós temos que desconstruir muita coisa” (“[…] Brasil no es un terreno abierto donde nosotros iremos a construir cosas para nuestro pueblo. Nosotros tenemos que desconstruir muchas cosas”). Ver: https://www.youtube.com/watch?v=Q0GtNa-VHqM
[26] Durante el gobierno de Jaír Messias Bolsonaro hubo un aumento de las políticas compensatorias llamadas “emergenciales”. A los tropiezos, cuadruplicó los montos por beneficiado y cuadruplicó los beneficiados. Conviene leer: SANTOS, Fábio Barbosa dos y FELDMAN, Daniel. O médico e o monstro: uma leitura do progressismo latino-americano e seus opostos. San Pablo: Elefante, 2021.