“Si estas palabras les llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz”

Carlos Pinto L.

Siguiendo las noticias que llegan de Palestina, el lunes nos enteramos que un día antes, el 10 de agosto de 2025, el periodista palestino Anas al-Sharif, corresponsal de Al Jazeera, fue asesinado en Gaza por bombas israelíes. El objetivo militar, no hay duda, fue la tienda de campaña donde él y otros periodistas se encontraban. Junto a él perdieron la vida tres compañeros del mismo medio —Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher y Mohammed Noufal— y al menos un reportero independiente.

Meses antes, en mayo, Anas había escrito una carta-testamento. Sabía que en cualquier momento le podía tocar la hora como a las decenas de miles de víctimas fatales de la agresión israelí y que ese sería su destino por transmitir al mundo lo que vive, o mejor dicho padece, el pueblo palestino. Sus palabras finales llevan una carga contundente de denuncia e interpelación:

“Si estas palabras les llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciar mi voz. No olviden Gaza… Les confío Palestina, joya del mundo musulmán, corazón de todo ser libre en este mundo…”

Esta carta póstuma, hecha pública tras su muerte, se ha convertido en un grito que resuena en nuestras conciencias. La insania de Israel no tiene límites, teniendo como objetivos militares mujeres, niños, médicos, periodistas, grupos sociales que en cualquier mundo civilizado atacarlos sería considerado tabú.

Según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ), más de 230 comunicadores han sido asesinados en Gaza durante la actual ofensiva israelí. Reporteros Sin Fronteras, Naciones Unidas y múltiples ONG han calificado estos ataques como violaciones graves del derecho internacional humanitario. Lo actuado por Israel va más allá de un genocidio, es un etnocidio cultural. No quiere siquiera quede huella de lo que allí ocurre.

El peso de la impunidad

La muerte de Anas no es un hecho aislado. Forma parte de una estrategia más amplia para destruir la capacidad del pueblo palestino de narrar su propia tragedia. Como si así Israel pudiera impedir que la realidad nos explotara en la cara cada día. Porque más allá de la complicidad de la comunidad internacional, las imágenes seguirán apareciendo día con día, de nuevas voces acalladas, de nuevas devastaciones, de nuevos desplazamientos, etcétera.

La respuesta de la comunidad internacional sigue siendo insuficiente o podríamos decir cómplice por omisión. Gobiernos que se presentan como defensores de la libertad de prensa o de los derechos humanos guardan un silencio cómplice; y Europa, que gusta de presentarse como la conciencia moral del mundo, contempla en vivo y en directo un genocidio sin siquiera sonrojarse. Ah, pero si algo infinitamente menor ocurriera fuera de su esfera de influencia, ya se habrían impuesto sanciones y lanzado una retahíla de discursos condenatorios. A eso se le llama doble moral.

La ausencia de sanciones efectivas y la parálisis de los organismos multilaterales alimentan un ciclo en el que la impunidad se normaliza. Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU se bloquean sistemáticamente, y las investigaciones de la Corte Penal Internacional avanzan a un ritmo desesperantemente lento, mientras la muerte y la destrucción continúan día tras día.

Gaza: una herida abierta

El caso de Anas es también el retrato de un pueblo cercado. Más del 80% de la población de Gaza ha sido desplazada; hospitales, escuelas y refugios han sido bombardeados; la infraestructura básica está colapsada. Las imágenes que aún logran salir al mundo muestran barrios reducidos a escombros, niños heridos, familias destrozadas.

Gaza se apaga ante los ojos del mundo, y el silencio no es casual. No podemos ser cómplices. El desenlace de este crimen definirá las características del nuevo orden mundial que se construye y dejará sus propias huellas y escala de valores.

La responsabilidad de mirar

La frase de Anas al-Sharif es un llamado que atraviesa fronteras: “Si estas palabras les llegan…”. Nos interpela directamente, recordándonos que la memoria es un acto político. Mantener viva su voz es rechazar la narrativa única que pretende justificar la destrucción de un pueblo entero.

Mientras la comunidad internacional siga mirando hacia otro lado, el genocidio continuará. La solidaridad tiene que encontrar todas las formas posibles de expresión. Que la indignación recorra desde las redes sociales hasta la presión política, movilización ciudadana, boicot y exigencia a nuestros representantes políticos.

Anas sabía que podía morir, pero eligió seguir informando y denunciando un acto criminal contra todo un pueblo. La pregunta que nos deja es incómoda pero necesaria: ¿Qué haremos nosotros con su llamado?


Carta íntegra de Al Sharif:

“Este es mi testamento y mi último mensaje.

Si estas palabras les llegan, sepan que Israel ha logrado matarme y silenciarme.

Que la paz, la misericordia y las bendiciones de Alá estén con ustedes.

Alá sabe que puse todo mi esfuerzo y todas mis fuerzas para apoyar y llevar la voz de mi pueblo, desde que descubrí la vida en los callejones y calles del campo de refugiados de Jabalia.

Esperaba que Alá prolongara mi vida para poder regresar con mi familia y mis seres queridos a nuestra ciudad de origen, Ascalón (Al-Majdal) ocupada. Pero la voluntad de Alá es suprema y su voluntad es definitiva.

He vivido el dolor en todos sus detalles, he probado la aflicción y la pérdida una y otra vez, y sin embargo nunca dudé en decir la verdad tal cual es, sin distorsión ni falsificación, para que Alá pueda ser testigo contra aquellos que guardaron silencio, aquellos que aceptaron nuestro asesinato, los que nos arrebataron el aliento y cuyo corazón permaneció insensible ante los restos dispersos de nuestros niños y nuestras mujeres, sin hacer nada para detener la masacre que sufre nuestro pueblo desde hace más de un año y medio.

Les confío Palestina, joya del mundo musulmán, corazón de todo ser libre en este mundo.

Les confío a su pueblo, a sus niños inocentes y agraviados que nunca han tenido tiempo de soñar ni de vivir con seguridad y paz. Sus cuerpos puros fueron aplastados bajo miles de toneladas de bombas y misiles israelíes, desgarrados y esparcidos a lo largo de los muros.

Les exhorto a no dejarse silenciar por las cadenas ni frenar por las fronteras. Sean puentes hacia la liberación de la tierra y de su pueblo, hasta que el sol de la dignidad y la libertad se alce sobre nuestra patria robada.

Les confío el cuidado de mi familia.

Les confío a mi amada hija Sham, la luz de mis ojos, a quien nunca tuve la oportunidad de ver crecer como lo había soñado.

Les confío a mi querido hijo Salah, a quien deseé apoyar y acompañar a lo largo de su vida hasta que fuera lo bastante fuerte para llevar mi carga y continuar mi misión. Les confío a mi querida madre, cuyas benditas oraciones me han llevado hasta donde estoy, cuyas súplicas han sido mi refugio y cuya luz ha guiado mi camino. Pido a Alá que le conceda fortaleza y la recompense en mi nombre.

Les confío también a mi compañera de siempre, mi amada esposa, Umm Salah (Bayan), de quien la guerra me separó por largos días y meses. Sin embargo, ella permaneció fiel a nuestro vínculo, firme como el tronco de un olivo que no se doblega, paciente, confiada en Alá y asumiendo con toda su fuerza y fe la responsabilidad en mi ausencia.

Les exhorto a apoyarlos, a ser su sostén después de Alá Todopoderoso.

Si muero, muero fiel a mis principios. Testifico ante Alá que estoy satisfecho con su decreto, seguro de encontrarme con Él, y convencido de que lo que está junto a Alá es mejor y eterno.

Oh Alá, acéptame entre los mártires, perdona mis pecados pasados y futuros, y haz de mi sangre una luz que ilumine el camino hacia la libertad para mi pueblo y mi familia. Perdóname si he fallado, y recen por mí con misericordia, pues he cumplido mi promesa y jamás la he cambiado ni traicionado.

No olviden Gaza…

Y no me olviden en sus sinceras oraciones de perdón y aceptación.

Anas Jamal al Sharif, 6 de abril de 2025.