Manuel Guerra
Las recientes elecciones en Venezuela están provocando diversas reacciones en las filas del conglomerado izquierdista y progresista. Un sector, haciendo eco de un supuesto fraude a favor de Maduro y aduciendo la defensa de la democracia, viene emitiendo lo que considero inaceptables contrabandos.
En primer lugar, calificar de buenas a primeras como “izquierda autoritaria” a quienes tenemos una opinión distinta a la suya respecto al proceso electoral venezolano, es una manera bastante maniquea de polemizar, que busca descalificar con epítetos y adjetivos, antes que convencer con argumentos. Parece que estos sectores no están enterados que las fuerzas que ellos califican de “autoritarias” estuvieron en primera fila en el combate a la dictadura de Morales Bermúdez, en el enfrentamiento a Sendero Luminoso y el fujimorismo y, ahora mismo, al régimen dictatorial presidido por Dina Boluarte.
En segundo lugar, es un recurso jalado de los pelos analogar lo que ocurre en Venezuela con lo que pasa en Perú, borrando de un plumazo el contexto, los antecedentes, los poderes que se mueven en uno y otro caso. Tanto el colectivo Ana Tallada, como Antonio Zapata, pasan por alto, o colocan en segundo plano, la ofensiva reaccionaria que lleva a cabo el imperialismo norteamericano (Por cierto, esta categoría, imperialismo, no es de su agrado) y sus socios europeos con la complicidad de la derecha venezolana y latinoamericana; ofensiva
que incluye bloqueo económico, robo de las finanzas de Venezuela, atentados cibernéticos, acciones terroristas, intentos de golpes de Estado, proclamación de fantoches como Juan Guaidó, entre otras acciones que nada tienen de democráticas. ¿Existe algo de eso en Perú? ¿No es que, al contrario, al régimen de la fantoche Boluarte lo respaldan justamente las fuerzas que se ensañan con Venezuela?
En tercer lugar, es una falacia la de Antonio Zapata cuando señala que la línea del comunicado de la COIP sobre Venezuela “nos lleva a una segura derrota política y a perder nuestras credenciales como fuerzas por la justicia social y la democracia política”. La derrota política más bien procede cuando se hacen concesiones a la derecha y se retrocede a la ofensiva reaccionaria, y se termina en la misma línea que el fujimorismo pidiendo la cabeza de Maduro. Es una tremenda ingenuidad, por usar un término suave, pensar que, con la caída del gobierno de Maduro, se instaurará la democracia que ellos imaginan. Lo más seguro es que se entronizará una dictadura empeñada en aplastar a sangre y fuego a las fuerzas de la revolución bolivariana; un régimen corrupto subordinado a los planes geopolíticos del imperialismo norteamericano y cómplice con el saqueo de los recursos petroleros.
Estos sectores no dicen nada sobre la ofensiva imperialista sobre Cuba, no reclaman con la misma fuerza el cese del inhumano bloqueo que sufre la Isla por más de 60 años; claro, porque según ellos, allí también hay una dictadura responsable de la pobreza y atraso del país. Pasan por alto las recientes experiencias de Irak y Libia, países que fueron arrasados, bombardeados con el saldo de millares de muertos, con el argumento de la defensa de la libertad y democracia. Nada dicen de la inherencia norteamericana en Taiwan y el Tibet; claro porque allá también está la dictadura del Partido Comunista.
La contradicción principal en el caso de Venezuela no es entre dictadura y democracia, sino entre la ofensiva imperialista y reaccionaria, por un lado, y, por otro, la defensa de la soberanía, la independencia y autodeterminación, cuestión que afecta no solo a Venezuela, sino a toda América Latina y El Caribe. El argumento del fraude, trabajado con varios meses de anticipación y difundido a escala planetaria por la formidable maquinaria mediática del imperialismo, no es más que una herramienta en esta guerra declarada al régimen bolivariano. No existen hechos objetivos que lo sostengan, pero eso es lo de menos, una vez convencida la opinión pública, el resto vendrá por añadidura.