Alonso Marañón
La campaña pre-electoral ha comenzado muy anticipadamente. La normativa que estableció el cierre del padrón electoral en Julio del 2024 para las elecciones generales del 2026, ha incentivado el anuncio de algunas candidaturas presidenciales. Alberto Fujimori, Francisco Sagasti, Hernando de Soto y Martín Vizcarra son nombres que han aparecido. Más allá que efectivamente ellos sean los candidatos, las elecciones comenzarán a ser cada vez más parte de las estrategias de todos los actores, sea para desviar la atención, impulsar agendas, atacar a otros, etc. Las izquierdas y los progresismos también se verán absorbidos por esta situación, ya que cuentan con ciertas inscripciones electorales y el ámbito de la protesta por ahora no es el más álgido. Frente a esta situación, cabe señalar algunas ideas sobre la construcción de la estrategia para las próximas elecciones.
En primer lugar, habría que plantearse la pregunta ¿con que objetivo político se participa de unas elecciones en un régimen autoritario sui generis (por el fuerte componente parlamentario de escasas fuerzas organizadas)? Si es que alguna fuerza de izquierda o progresista gana las elecciones, tendrá a grandes poderes en contra que le impedirán gobernar minimamente. Cualquier intención de cambio será bloqueada con mas fuerza que lo que sucedió con Castillo, incluso si lo único que se propone es el regreso a una democracia liberal. La derecha y sus aliados han asumido que todo aquel que vaya en contra del actual régimen es un enemigo del país. Por lo tanto, cabría mejor anteponer la estrategia de supervivencia y avance de posiciones de fuerza, antes que pensar en reformas de salud, educación u otros temas. El tema de fondo es no suponer que estaremos en un escenario como previo al 2016 donde el Poder Ejecutivo tenia cierto margen de maniobra.
En segundo lugar, si es que las elecciones le dan al ganador un margen muy pequeño de poder (al menos en el plano institucional), deberíamos tratar de pensar que aspectos de dicho proceso pueden emplearse para comenzar a pensar la estrategia de transición a otro régimen. El actual régimen tiene a los tres poderes del Estado y al Tribunal Constitucional (y quizás a otros organismos autónomos pronto) alineados en la promoción de los intereses privados en un nivel nunca antes visto y de forma descentralizada. Esto plantea grandes retos porque en el 2000 la huida de Fujimori acabó con el autoritarismo por el control estrictamente vertical de él y Montesinos. Asimismo, existían ciertas fuerzas organizadas de oposición en el congreso. Como no estamos para nada cerca de esa situación anterior, plantear que solo desde la toma del Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo se puede realizar la transición, seria un fatal error. En el escenario actual de corte populista (porque el régimen hace grandes esfuerzos por atrincherarse como elite privilegiada), es imperativo que las elecciones sean un proceso de formación de un frente popular organizado. Ello implica, entre otras cosas, discutir la cuestión constituyente como reclamo gran parte de la ciudadanía en el estallido. Sin ese poder desde abajo cualquier gobierno de cambio será efimero, como debería aprenderse de la experiencia del gobierno de Castillo.
En tercer lugar, la estrategia política de las fuerzas de cambio debería colocar en un lugar no tan importante la elección de congresistas o senadores. Esto puede sonar raro en el actual régimen donde el poder legislativo tiene grandes atribuciones, pero las organizaciones de cambio con inscripción electoral (y aquellas sin ello) han probado en su corta vida que carecen de capacidad para controlar o dirigir a sus representantes en el congreso. En otras palabras, el poder legislativo no es el mejor campo de acción para una estrategia de cambio. Los congresistas son mercenarios o volátiles, no importa si son de izquierda o derecha, populares o de elite. Una vez que acceden a la curul están dadas todas las condiciones políticas y culturales para que plantee sus intereses por sobre cualquier arreglo conjunto previo. Al revisar la composición de bancadas de partidos de izquierda se puede corroborar ello (y eso aún considerando que siga existiendo el partido). Solo quizás el fujimorismo y el acuñismo tienen cierta capacidad de control. En este escenario, es mejor priorizar la construcción de la agenda común contra la dictadura, y que desde dicho proceso vayan surgiendo las candidaturas presidenciales, que por lo menos son mas identificables que un congresista. En conclusión, hay mucho por pensar de cara a las elecciones del 2026 no como ocupación de puestos de poder, sino como proceso (largo) de construcción de la estrategia para salir del actual régimen. En eso deberían converger todas las actuales organizaciones con inscripcion que dicen estar en contra de la dictadura, aunque vayan en listas separadas. Este tipo de discusión podría aterrizar los actuales discursos de las fuerzas que se van perfilando a las elecciones generales, que en su gran mayoría están teñidos de cuestiones morales o simbólicas sin clara alusión a las tácticas o estrategias requeridas en el triste momento de nuestro país.