Álvaro Campana Ocampo – Nuestro Sur

En el reciente Simposio Internacional por los cien años de La Escena Contemporánea, organizado por el Archivo Mariátegui, Praxis, el Museo Mariátegui y Nuestro Sur, participé con la ponencia que da título a esta nota, retomando la reflexión que hace Mariátegui en el capítulo “La crisis del socialismo”. El objetivo fue contrastar la crisis ideológica del socialismo de entreguerras con la ausencia actual de una alternativa transformadora frente al colapso estructural del capitalismo contemporáneo.
Mariátegui diagnosticó que la crisis del socialismo europeo no expresaba un fracaso intrínseco de la idea socialista, sino la agonía de la civilización burguesa y, sobre todo, la parálisis reformista de los partidos que habían perdido voluntad revolucionaria. La síntesis —“el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía”— revelaba la urgencia de dotar al proletariado de un mito, una fe vehemente que sustituyera la racionalidad burguesa agotada por una estrategia audaz, política y éticamente revolucionaria.
El paralelo con el presente es evidente. Pese a la manifiesta insolvencia del capitalismo —crisis climática, precarización masiva, guerras interimperialistas, vaciamiento de la democracia—, la izquierda global carece de mito revolucionario, de un proyecto y un horizonte unificador con voluntad de poder. La crisis actual, al igual que la de entonces, expresa la disyunción entre la necesidad histórica objetiva de superación y la debilidad subjetiva de las fuerzas alternativas. La lección mariateguiana sigue vigente: necesitamos un marxismo creativo y heroico que, al indoamericanizar la lucha, genere un nuevo horizonte estratégico para una civilización en colapso.
1. El carácter civilizatorio de la crisis y la crisis como oportunidad
Hoy, nuevamente, hablamos de una crisis civilizatoria terminal. Mariátegui podría recordarnos que esta noción responde a un hecho objetivo —la crisis económica, política e ideológica de Occidente—, pero también a la necesidad de nombrar así el momento histórico para hacer viable una transformación revolucionaria. El mundo de entonces se derrumbaba, pero el capitalismo logró recomponerse. Mariátegui insistía: el socialismo no emergería únicamente de la bancarrota del capitalismo, sino del ascenso esforzado y heroico de una nueva civilización —económica, política, ideológica y filosófica— llevado adelante por el proletariado revolucionario.
En los años noventa se repitió la idea de un “cambio de época”, del “fin de la historia”. El capitalismo triunfante, vía globalización, generó su propia contracara revolucionaria, cuyos síntomas recién ahora aparecen con plena fuerza. Hoy la crisis abre una oportunidad distinta. Ya no es solo política, económica o ideológica: es ecológica, amenaza la continuidad misma del planeta y de la humanidad. Cabe preguntarse si tendremos otra oportunidad después de esta.
El capitalismo contemporáneo socava sus propios baluartes civilizatorios —democracia, derechos humanos—, mientras emergen ultraderechas autoritarias y genocidios transmitidos en vivo sin pudor. La guerra permanente del capital contra la vida exhibe su verdadera entraña. Pero, a diferencia de la época de Mariátegui, hoy no existe un desafío revolucionario. El dominio capitalista es más totalitario que nunca: vivimos la subsunción total de la vida a la lógica del capital.
2. La ausencia de una alternativa: la nueva crisis del socialismo
Hoy no asistimos a la crisis de un socialismo: asistimos a la crisis sin socialismo. El capitalismo nos conduce a la destrucción y el socialismo ni puede, ni siquiera aparece en el horizonte. Tras la caída del Muro de Berlín, solo han surgido experiencias aisladas o parciales sin capacidad de convertirse en base de una alternativa civilizatoria.
Para reconstruir una voluntad revolucionaria es imprescindible identificar las causas de esta ausencia. La crisis tiene varias dimensiones:
• Crisis de horizonte
Mark Fisher señala que el neoliberalismo no solo organiza la economía, sino la imaginación: la izquierda opera dentro de un marco cultural donde lo posible está colonizado por el capital. La precariedad, la deuda, el hiperindividualismo y la algoritmización de la vida producen fatiga y desmovilización, no insurgencia. En ese escenario, es más fácil imaginar la posibilidad del fin del mundo que el fin del capitalismo que se ha naturalizado y deshistorizado.
Nancy Fraser destaca que la crisis es multidimensional —ecológica, reproductiva, política— y que la izquierda no articula estas dimensiones en un proyecto de reemplazo sistémico. Se limita a gestionar lo dado, convirtiéndose en salvadora de los muebles de una casa en ruinas.
Para Wolfgang Streeck, el capitalismo entra en una “larga decadencia” y una descomposición sin fin, con todos los costos y sufrimientos que trae aparejados, y la izquierda no logra constituirse en fuerza de transición. La crisis por sí sola produce desorden, y si no se convierte esa crisis en oportunidad, sin sujeto y con un proyecto ausente, quedamos atrapados en esta caída sin fin.
• Crisis narrativa y simbólica: pérdida del mito
El imaginario revolucionario global ha colapsado: no existe un mito que condense deseo, estrategia y ética. Mariátegui insistía en que no hay horizonte sin mito, ni mito sin horizonte.
Tras la caída del Muro y del “socialismo realmente existente”, la memoria revolucionaria quedó fragmentada, convertida en nostalgia o melancolía, como plantea Traverso. La izquierda conserva la crítica, pero no la esperanza articulada. Sin héroes, sin heroísmo, sin una épica que nos arroje a la lucha no es posible construir una salida transformadora.
Según Löwy, se erosionó la imaginación revolucionaria —surrealista, utópica, heroica—, lo que llevó a renunciar a la trascendencia del presente. Para “Bifo” Berardi, vivimos una “fatiga de futuro”: sin un futuro imaginable, la política queda reducida a gestionar el presente. La conexión con Mariátegui es directa: sin mito transformador, la voluntad histórica se desactiva.
• Crisis estratégica: una izquierda sin estrategia de revolución
Lazzarato sostiene que al expulsar del pensamiento crítico nociones como revolución, guerra o lucha de clases, se desarmó a las clases subalternas. Las izquierdas se concentraron en gestionar el Estado, no en disputar el poder. Su estrategia en los países occidentales quedó reducida a la estrategia electoral y la disputa institucional y no planteada para la transformación de la realidad en su totalidad y complejidad.
Esto impide convertir la crisis del capitalismo en oportunidad revolucionaria y abre espacio a la ultraderecha para canalizar el descontento, como advierte Stefanoni. La izquierda aparece como orden; la derecha, como rebeldía. Por su parte, García Linera afirma que las izquierdas logran irrupciones, pero no estructuras permanentes de poder social. Y según Cédric Durand, el poder ya no es solo estatal: es transnacional, algorítmico y plataformizado. La izquierda carece de estrategia para disputar esos terrenos. El debate estratégico —Estado, guerra, revolución, sujeto— es hoy ineludible.
• Crisis organizativa: la forma partido en jaque
¿Qué partido para qué estrategia y para qué sujetos? Existen luchas y resistencias, pero sin un mito revolucionario la izquierda oscila entre gestionar el orden y cultivar radicalismos sin fuerza estructural. Predomina la parálisis estratégica: fragmentación, agendas dispersas, derrotas preventivas.
Tras el ciclo progresista, señala André Singer, la izquierda queda atrapada entre gestionar el Estado y movilizar desde abajo, perdiendo densidad orgánica y capacidad anticipatoria. Boaventura de Sousa Santos añade que la crisis organizativa es también epistémica: sin síntesis entre marxismo, feminismos, ecologismos y luchas indígenas, no hay estrategia ni hegemonía posible.
3. Con Mariátegui: pistas para que el socialismo pueda
Hoy el socialismo es más necesario —y más posible— que nunca. “Socialismo o barbarie”, decía Rosa Luxemburgo. Y Benjamin advertía que debemos accionar el freno de emergencia del tren desbocado del capitalismo: ese freno es la revolución.
La barbarie capitalista actual no es una respuesta al avance de la revolución, sino resultado de la ausencia de un proyecto socialista y de una desafío revolucionario. La disputa interimperialista podría anunciar una nueva fase del capitalismo —incluso bajo retóricas “socialistas”— con China a la cabeza. La pregunta es si este escenario permite abrir salidas históricas distintas a un nuevo reacomodo capitalista.
Frente a ello, las tareas están planteadas: ¿Cómo construir un mito? ¿Cómo levantar un proyecto socialista capaz de sustituir al capitalismo? ¿Qué estrategia, qué instrumento, qué sujeto? ¿Cómo revertir no solo la parálisis reformista, sino la ausencia total de posibilidad revolucionaria?
La lección mariateguiana es clara: un marxismo creador, heroico e indoamericano. Volver a Mariátegui es volver a la audacia: un marxismo no repetitivo, un socialismo no burocrático, un proyecto no calcado de Europa. Su intuición cardinal sigue vigente: no basta analizar el capitalismo; hay que construir un horizonte emocional y estratégico que permita superarlo. No basta indignarse; hay que generar voluntad colectiva y dirección histórica. No basta resistir; hay que reinventar el mito revolucionario del siglo XXI.
Ese mito no es un eslogan, sino un horizonte civilizatorio: ecológico, democrático, popular, intercultural, feminista y tecnológicamente emancipador. Un mito enraizado en nuestras realidades, en nuestras culturas, en nuestra memoria larga, capaz de indoamericanizar la revolución: partir de nuestro suelo, de nuestras comunidades, de nuestras luchas.
Mariátegui sigue vigente porque articula mito, comunidad y revolución. Nuestro tiempo exige recomponer sujeto y voluntad, crear un horizonte constituyente desde abajo, desde los territorios y desde la vida.

