Vigencia de Gustavo Gutiérrez en tiempos de Gaza

David Roca Basadre

El 22 de octubre reciente, nos dejó a los 96 años, el sacerdote Gustavo Gutiérrez. Su pensamiento teológico y su acción marcaron y siguen marcando el devenir de los cristianos comprometidos, pero también interpelan a los no creyentes.

Pensando desde América Latina, viviendo entre los que la sociedad considera insignificantes, una pregunta obsesionó y orientó las reflexiones de Gustavo Gutiérrez: “¿Cómo decirles a los pobres y oprimidos que Dios los ama?” Esa pregunta y sus conclusiones necesarias han marcado al movimiento de las comunidades cristianas de base y a todos los católicos ligados a los cambios sociales y económicos del continente latinoamericano, una fuerza importantísima sin la que no es posible entender los grandes procesos y luchas por justicia social de todos sus pueblos. El mérito de Gustavo Gutiérrez fue el de sistematizar con reflexiones trascendentes, todo ese proceso que arrancó con fuerza a partir del Concilio Vaticano II.

La religión católica sigue siendo predominante en América Latina, a pesar de la incursión de sectas de origen sobre todo norteamericano que se han instalado para mantener el statu quo, muchas de ellas creadas especialmente para desviar a la gente de sus justas demandas. Ese objetivo lo han logrado a medias, las organizaciones católicas de base, asentadas en muchas comunidades, han sido un factor importante de contención ante esos intentos, y sobre todo de apoyo a la resistencia ante el orden injusto. Y muchos de sus miembros han sido y siguen siendo un importante referente.

Destacamos a mártires como el asesinado arzobispo de San Salvador, Arnulfo Romero, o en el mismo país, el rector de la Universidad Centroamericana (UCA), el jesuita Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes además del una trabajadora y su hija, asesinados en un ataque a la universidad, hechos que marcan con sangre el compromiso de esa iglesia de base comprometida con la liberación, la salvación aquí y ahora, no solamente para después de la muerte.   

Una reflexión increpante y movilizadora

Mientras las conclusiones teológicas del cura Gustavo Gutiérrez, encargado de la parroquia de Cristo Redentor, en un barrio muy modesto del distrito del Rímac, en Lima, generaban tormentas, discusiones, y cuestionaban lo más profundo del pensar y accionar de la iglesia, y en el mismo Vaticano sectores muy conservadores lo cuestionaban airadamente, él proseguía en sus labores de bautizar, confesar, hacer la misa, organizar el comedor popular de su parroquia. Porque esa era, además de las lecturas de todos los teólogos principales de su tiempo y de los filósofos y pensadores que conocía por su sólida formación – con varios doctorados a cuestas – la fuente principal de su teología. Decía: “Se cree en Dios a partir de una situación histórica determinada”, solo luego “se intenta pensar esa fe”.

Y agregaba: “Se puede decir en abstracto, pero en lo concreto, ¿cómo decirlo seriamente (que Dios los ama) cuando la vida cotidiana del pobre parece ser precisamente la negación del amor? Cuando son valorados, vistos como insignificantes. Por eso en la Teología de la Liberación nosotros definimos la teología como una reflexión sobre la práctica a la luz de la fe, a la luz del mensaje cristiano”.

La práctica significa, según Gustavo Gutiérrez, no solo reconocer a la pobreza, sino averiguar sus causas y ser parte del proceso para cambiar esas circunstancias que generan pobreza, que es injusta. Es estar, verdaderamente, del lado de los oprimidos y asumir íntimamente, realmente, prácticamente, sus demandas.

Solía citar este párroco de suburbios a dom Helder Camara, muy querido obispo de Recife, Brasil, que decía: «Cuando hablo de los pobres me dicen que soy un santo. Cuando hablo de las causas de la pobreza, me dicen que soy un comunista.» Y agregaba entonces: “La pobreza tiene causas, y esas causas tienen responsables humanos, son situaciones conflictivas.” Y como en el texto del Nuevo Testamento que dice: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.  Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa”, el suyo era un llamado a la acción.

En la primera página de su libro más conocido, “Teología de la Liberación. Perspectivas”, Gustavo Gutiérrez pone a pie de página una acotación significativa: “Gramsci nos ayuda a comprender ese nuevo status de la teología con su concepto de ‘intelectual orgánico’, que define la relación del teólogo con el movimiento popular.”

Ese compromiso orgánico, entropado con la gente (según el feliz término usado por José María Arguedas) lo lleva, entonces, a enunciar una constatación terrible que debe marcar a todo el movimiento de la Teología de la Liberación: “La pobreza es muerte”, dice.

Lo que es rigurosamente cierto: los pobres mueren temprano, por razones que no afectan a otros. Pues no acceden a medicamentos, a tratamientos, porque se alimentan mal y eso los fragiliza. Entonces, no queda duda que la pobreza es lo mismo que la muerte. Y advertía, con plena consciencia: “La pobreza es un caldo de cultivo, crea las condiciones para las reacciones violentas.” Sin embargo, cuando el sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, amigo cercano de Gutiérrez durante sus estudios comunes de filosofía y teología en Lovaina, Bélgica, le dijo que se enrolaría en la guerrilla, trató de disuadirlo.

La Teología de la Liberación no es, subraya, solamente una reflexión acerca de la relación individual del hombre con Dios, sino más bien “una aventura colectiva de liberación, en la que el clásico combate espiritual adquiere dimensiones sociales e históricas.” Y afirma: “Una espiritualidad individualista no está en condiciones de orientar en el seguimiento a Cristo de quienes están embarcados en una aventura colectiva de liberación.”

No es difícil adivinar lo que tamañas afirmaciones causaron en el seno de la organización a la que, contra todo, decidió ser leal hasta su muerte. Pues fue, precisamente, aquellos que consideraban la liberación como un proceso de espiritualidad puramente individual, los que acusaron a Gutiérrez y a Leonardo Boff, y otros teólogos de la liberación como promotores de desviaciones doctrinales peligrosas.

Incluso el presidente norteamericano Ronald Reagan metió sus narices en el asunto, no sin razón para sus intereses, pues el movimiento creció hasta abarcar a destacados integrantes del episcopado latinoamericano que emitió documentos muy claros de afirmada “opción preferencial por los pobres”, frase acuñada por Gutiérrez e inspirada en Bartolomé de Las Casas, de quien se consideraba discípulo – y sobre quien elaboró una reflexión importante –  y grabada con fuego en sendos documentos de los eventos de obispos latinoamericanos en Medellín, y luego Puebla, y en adelante. Lo que marcaría una senda.

¿Qué nos sigue diciendo la Teología de la Liberación?

Fue en 1985, en presencia del obispo brasileño dom Pedro Casaldáliga, otro importante impulsor de la Teología de la Liberación, de visita en Cuba, que Fidel Castro dijo que: “la Teología de la Liberación es más importante que el marxismo para la revolución en América Latina”.

Gustavo Gutiérrez, por su lado, consideraba que el marxismo era una herramienta analítica que le proporcionaba herramientas que podían ser utilizadas de manera crítica y creativa, pero rechazaba el materialismo histórico y consideraba, coherentemente con su fe, que los instrumentos para la liberación se los proporcionaban la vida cristiana. A los que le decían que su teología era conflictiva, respondía que en efecto lo era, porque afrontaba los conflictos que se daban en la vida real y que debían resolverse.

El legado de Gustavo Gutiérrez, y de otros tantos como Leonardo Boff, Jon Sobrino, Helder Camara, se enfrenta, hoy en día, a desafíos que trascienden fronteras. El sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein denunció una coartada distinta a la religión para universalizar el dominio colonial: unos derechos humanos redactados a la imagen de los valores occidentales, y que no corresponden con los valores humanos globales, que deben ser obra de todos, y cuya concreción es una tarea pendiente.

Wallerstein concluye, tras describir y analizar el famoso debate entre Bartolomé de Las Casas y Ginés de Sepúlveda en Valladolid así: “El Consejo de Indias que se reunió en Valladolid no reportó este veredicto. Sepúlveda ganó. Aún no se ha reportado el veredicto y en esta medida Sepúlveda sigue ganando en el corto plazo.” Pero agrega: “Los Las Casas de este mundo han sido acusados de ingenuos, de facilitadores del mal, de ineficientes. Pero no dejan de tener algo que enseñarnos: un poco de humildad para nuestra superioridad moral, un poco de apoyo concreto a los oprimidos y los perseguidos, un poco de búsqueda continua de un universalismo global que sea en verdad colectivo y por ende verdaderamente global.”

Gaza

Pero ese universalismo global aún no asoma, y en su lugar tenemos Gaza, la destrucción de Palestina, que tiene fecha de nacimiento el mismo año en que se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en las Naciones Unidas las que, al mismo tiempo, reconocieron la invasión y expolio de Palestina.

El espíritu de la Teología de la Liberación nos acerca a todos los sufrientes del mundo, para combatir a los herederos de Sepúlveda. Para no discriminar cuando los creyentes y no creyentes entendemos el mensaje de la religión que promovió Occidente, precisamente, pero ahora despojada de su índole colonizadora, vuelta a sus predicados originarios a partir de la experiencia del oprimido: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”, para encontrar el camino hacia los valores universales que broten de todos. Pero para que eso ocurra, debe terminar el martirio palestino.

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, dice que Gaza es el anticipo de lo que se viene para todos los países dependientes de la neocolonialidad, porque para los grandes poderes “somos desechables, y tenemos que ser conscientes de eso”. Pero, al mismo tiempo, llama a resistir a “los pueblos de todos los colores”.

Sobre lo que nos dice Gustavo Gutiérrez: “La solidaridad y protesta de que hablamos tienen en el mundo actual, un evidente e inevitable carácter ‘político’, en tanto que tienen una significación liberadora. Optar por el oprimido es optar contra el opresor. En nuestros días (…), solidarizarse con el ‘pobre’ (…) significa correr riesgos personales – incluso poner en peligro la propia vida.”

El mensaje de la Teología de la Liberación, la voz de Gustavo Gutiérrez, nos toca profundamente a todos, trascendiendo la América Latina y planteándonos respuestas combativas, solidarias, ante el sistema-mundo que nos agrede y agobia.