Discurso: 150 años de la Escuela 791 de Sicuani

César Acurio Zavala

Hace 150 años se fundó esta escuela que mantiene su identidad a través del tiempo. El Ministerio de Educación le asigno el número 791 y así se le recuerda. Los niños del 791 y profesores que trabajan en esta escuela, son herederos de los aportes y logros forjados en la conciencia de muchos niños que destacan como ciudadanos y profesionales.

Hablar de la escuela 791 es tocar una parte de la historia de Sicuani. Como ciudad crecimos, éramos un pequeño pueblo rural ahora nos hemos convertido en una ciudad intermedia, atractiva para recibir migración del área rural y de otros pequeños pueblos. Muchos llegan con hijos y la esperanza de que Sicuani los acoja y forme a sus hijos, encuentran en esta escuela la oportunidad de empezar a moldear sus corazones como ciudadanos de bien.

Antes, permítanme agradecer a los organizadores de esta conmemoración de los 150 años de fundación de la escuelita 791 por cedernos la palabra y a mis primos y hermanos por permitir que sea yo el que dirija la palabra en su nombre, para hablar de un maestro, de mi abuelo Julio Cesar Acurio de Olarte.

Julio Cesar Acurio nació en Maras-Urubamba, en 1908 egreso de la Normal de Varones de Lima, al año siguiente, con 24 años vino a Sicuani para hacerse cargo, como director de la escuela 791. En esos tiempos, encontró una infraestructura modesta y se propuso mejorarla. Quedan como testimonio las aulas con techos, ventanas y puertas altas, amplias para crear un clima que habilite el ejercicio de la docencia.

Julio Cesar Acurio, el abuelo, en Lima tuvo actividad en varios círculos intelectuales. En ese tiempo las heridas de la guerra del Pacífico estaban abiertas y la pregunta era que país quisiéramos construir, con soberanía, para un futuro mejor para sus hijos, cultivando un amor profundo a la patria que se desangraba. Eran los tiempos de acalorados debates que tenían como agenda las reflexiones de Manuel Gonzales Prada. Los círculos juveniles de la UNMSM, politécnicos y obreros daban sus opiniones envueltas de las corrientes que marcaban el contexto mundial de ese entonces: la conquista de nuevos mercados por la expansión del imperialismo europeo que crecía con la segunda revolución Industrial. Tiempos violentos que la primera globalización provocaba para conquistar mercados y la “belle époque” marcada por el despilfarro de las economías crecientes en competencia. La revolución rusa aparecía en el horizonte de la historia de los imperios económicos, eran tiempos que sonaban tambores de guerra para dar inicio al conflicto conocido como la gran guerra o primera guerra mundial.

El abuelo no fue ajeno a estos debates, conoció de cerca estas preocupaciones que salían de las respuestas y reflexiones a la pregunta del país que necesitamos construir, aparecía otra pregunta muy fuerte ¿cómo construir esa nación para que todos los que nacieron y viven en este territorio sean verdaderos ciudadanos del Perú, y al indígena devolverle el sentido de pertenencia a la patria que los marginaba y sufría la perdida de una parte de su territorio? En Maras observó este drama cómo niño, en Sicuani lo hacía como maestro. Vio esta división de dos mundos que se reproducían en los niños, dos formas de ver el mundo, uno segregando al otro, los citadinos viendo como inferiores a los que llegan del área rural con ansias de insertarse en esa sociedad dominante que habla castellano suma y leía, dos mundos en una misma aula donde deberían abrazar con amor a la patria. En Lima ya había experimentado esta realidad en carne propia. Sin embargo, unos tenían ventaja sobre los otros en un país que se desangraba por la guerra que mutiló nuestro territorio. El abuelo había logrado se construya la infraestructura que debería ser el medio democrático para unir esos dos mundos en los niños, separados por falsos racismos que persisten como un mal endémico en el país y el equipamiento de la escuela estaba ausente. Esa ausencia hizo visible esos dos mundos en su escuelita, los del área urbana escribían sobre cajones de madera sentados en el suelo y los niños del área rural hacían de la espalda del amigo, del compañero, su carpeta para tomar notas. Esta realidad motivo al maestro Julio Cesar a escribir varios ensayos y fue nombrado Consejero para la Educación en Canchis, Canas y Anta. Con ese cargo inició una cruzada de gestiones interminables para que se construyan escuelas en cada distrito de la provincia de Canchis, se propuso esta tarea como un acto de reivindicación de los pueblos del Perú profundo, con la idea de que la esperanza brille en las mentes y corazones de los verdaderos dueños del Perú, marginados, segregados y aislados del llamado mundo civilizado. Se construyeron escuelas, sin embargo, no había los maestros que tengan esa mirada integradora del maestro Julio Cesar, había que formar docentes que vean el área rural con las ansias de construir una nación que acoja a sus hijos, que les de bienestar, que defiendan su identidad mostrando la fuerza de ser herederos de la cultura que hizo grande al Tawantinsuyo destruido por el invasor europeo. Aparece el proyecto que haría de Julio Cesar Acurio un maestro con dimensión internacional, proponía que al niño rural se le enseñe en quechua y escribió su proyecto “La Escuela Hogar. Proyecto de un Nuevo Tipo de Escuela Indígena” que partía de la necesidad de “dirigir una ojeada al estado actual de la agrupación indígena” elaborando su tesis que sustento el proyecto, afirmaba que “los valores culturales del indio del Tawantinsuyo se estancaron con el coloniaje y el inicio de la República…..y la agrupación social sufrió la consiguiente regresión, de tal manera que, sobre el indio actual (1929) pesan trecientos años de coloniaje y 100 de la vida republicana….cuatrocientos años de valores que poco a poco se han ido perdiendo…por que el coloniaje y la Republica no han hecho otra cosa que estrechar el movimiento evolutivo y han influenciado poderosamente para sojuzgar al indio que en su momento fue superior…” (1927 – introducción al proyecto Escuela Hogar).

Fueron trascendentes sus reflexiones, su Proyecto se publicó en el boletín No. 44 de Enseñanza del ministerio de Educación y por esta vía llegó a México. El Licenciado Moisés Sáenz, educador, diplomático y político mexicano que realizó una destacada labor a favor del indigenismo, comento el Proyecto Escuela Hogar en su obra “Perú” y por aproximaciones encontró el mismo escenario de marginación y segregación que sufría el indio peruano en el indígena mexicano. Luego, como Ministro de Educación de México fundo el Sistema de Segunda Enseñanza (educación secundaria) y, decreto el inicio de un proceso de formación de docentes para el área rural mexicana, tomando como base el proyecto de Julio Cesar Acurio. El proyecto “Escuela Hogar” fue publicado en Uruguay en la revista “La Pluma”, Bolivia y Paraguay incorporaron en sus institutos de educación superior la especialidad de maestros rurales. En el Perú, el abuelo Julio Cesar lucho por que se formen profesores con esa especialidad, después de 12 años, en 1942 se fundó la Escuela Pedagógica Rural José Domingo Choquehuanca en Pucará-Puno por incidencia y gestión con otros intelectuales del mundo de la educación. Julio Cesar fue nombrado director fundador del Instituto y estuvo dos años dirigiendo esta Escuela Pedagógica para regresar a Sicuani, donde estaba su familia, su tierra adoptiva.

Luis E. Valcarcel, con carta del 20 de febrero de 1929 le escribe a José Carlos Mariátegui sobre el proyecto de Julio Cesar Acurio y le recomendó “muy especialmente la lectura de un magnifico proyecto pedagógico de la Escuela Hogar Indígena, debido a dos buenos maestros de Sicuani: Julio Cesar Acurio y María Judith Arias” con quien firmo el proyecto que dedicaron al Dr. Aurelio Gamarra Hernadez, jefe de la Sección de Instrucción Media y Superior en los inicios del Oncenio de Leguía que dejó una importantísima fuente para analizar la historia de la educación en el Perú. José Carlos Mariátegui decidió que el proyecto debería conocer el país y lo publico en su revista “Amauta”.

Luis E. Valcarcel, estudio antropología en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco y fundo, con otros intelectuales, el Movimiento Indigenista al que perteneció Julio Cesar, levantaron las banderas de la emancipación del indio y sea actor en el desarrollo del país aportando su cultura que hizo grande el Tawantinsuyo. Valcarcel fue declarado padre de la antropología del Perú, autor del famoso libro “Tempestad en los Andes” que reconoció que el proyecto de Julio Cesar era un gran aporte a la antropología educativa nacional.

Después de 33 años de labor como docente de la escuela 791 fue nombrado Jefe de Practicas del Instituto Pedagógico de Lima en 1945, cargo que desempeño por encargo del ministro de educación de ese entonces, el historiador Jorge Alfredo Basadre Grohmann. Lamentablemente, como todos los cargos políticos en el Perú, el ministro tuvo que renunciar y la designación de Julio Cesar termino para regresar a su Sicuani. Se jubiló después de 35 años de ejercicio profesional en su amada escuelita 791 de Sicuani.

Falleció en junio de 1950, a los 65 años, después de una labor desempeñada con mucho amor a su profesión y al Perú, deja como herencia su trabajo a los niños y profesores que pasan y pasaron por estas aulas. Muchos profesores estuvieron cerca de Julio Cesar Acurio, que replicaron sus enseñanzas preocupados por el destino del Perú profundo, como los profesores Maciotti, Aguilar, Yaqueto, Izarra, Ada Delgado, Judith Arias y muchos otros que son recordados ahora. Uds. niños y profesores son herederos de este trabajo incansable que se recuerda festejando los 150 años de fundación de esta querida Escuela. Recordemos lo que Julio Cesar Acurio de Olarte escribió en su tiempo, para que guie a los maestros de esta querida escuelita y superen lo que ahora vivimos como crisis permanente, que “durante ese tiempo el indio ha recibido y sigue recibiendo la influencia de un estacionarismo aplastante…y la sociedad que educa…como resultado (no tenga) la mediocridad”. Nuestro Cholo Nieto, su alumno, en una nota de despedida a su maestro escribió en el Comercio del Cusco que “pocos son los maestros que hicieron de su función un apostolado. Pocos los que fueron llamarada, ejemplo, camino. Julio Cesar Acurio comprendió que su deber era inquietar conciencias, abrir tocha, encender una luz que alumbre el derrotero perdido, sembrar palabras eternas como estrellas en el corazón de sus discípulos, coronar sus frentes de anhelos superiores. Pero no se quedó en el discurso, en la palabra bella, en el torrente de frases que cautivan, que tratan de escamotear la médula viva y sangrante de la realidad trágica y dolorosa del Perú. Enseño a que la predica marchara en consonancia con la práctica”. A Uds. Profesores de ahora, les queda una herencia pensando que hubiera hecho Julio Cesar con la tecnología que ahora hay, computadora, internet, inteligencia artificial, la neurociencia educativa, les toca recrear este aporte. Gracias, muchas gracias. ¡¡ANTES QUE TODO, EL 791¡¡

Cesar Acurio Zavala, Sicuani, 28 de julio de 2024.