Manuel Martínez
En el mercado de San Pedro del Cusco, allí donde se resume tanta pobreza, alguna vez vi a Victoriano Puma Soncco. La traducción de ese apellido sería Corazón de Puma. Victoriano no sabía de su ascendencia noble, masticaba coca, bebía aguardiente y era un miserable cargador. Cargaba sobre sus espaldas cuanto bulto venía a cambio de unos centavos. Cargaba su vida, sus amores, sus felicidades y tantos sinsabores. Cargaba todo, desde la madrugada hasta el atardecer. Victoriano casi no hablaba, musitaba, mezclaba el quechua y el castellano, decía pocas cosas. Sus dedos eran gruesos, sus ojotas mostraban talones raídos. Alguna vez fue perseguido por la Guardia Civil, aunque no por subversivo. Sus ojos, sin embargo, siempre vidriosos, mostraban no sólo el traspaso del aguardiente, ese traspaso feroz que lo destruye todo, mostraban también la inmensa locura de su rebeldía oculta. Victoriano soportaba el frío de innumerables madrugadas, pero sabía que el hermoso Sol radiante de los días de junio alumbraría sus esperanzas.
Sucedía y sucede que el giro anual de la Tierra al Sol tiene equinoccios y solsticios diferentes, o simétricos si ustedes quieren, en los hemisferios Norte y Sur. En los Andes y en la vasta región amazónica, en este Sur del mundo, la declinación de la luz del día tiene como límite el 21 de junio. Luego, lentamente, el Sol renace, empieza a salir cada vez más temprano. El Dios Sol vence así a la oscuridad. Empieza un nuevo año, un nuevo ciclo solar que determina las diversas fases de la agricultura, actividad fundamental de los pueblos andinos y amazónicos. Fue el inca Pachacútec quien instituyó el Inti Raymi o Fiesta del Sol en el calendario incaico, siguiendo tradiciones milenarias de diversas culturas antecedentes o preincaicas. Se estima que lo hizo en el año 1430. La fiesta, según narran diversos cronistas de la conquista de nuestros pueblos, duraba unos 15 días, contaba con rituales y sacrificios, así como con danzas y gran algarabía. El último Inti Raymi oficial de esa época se realizó el 21 de junio de 1535, cuando las huestes españolas ya habían invadido nuestros territorios. Una de las crueldades de la conquista, utilizando la espada y la cruz, fue la “extirpación de las idolatrías”, lo cual –parafraseando al filósofo Enrique Dussel– significó una de las primeras imposiciones brutales del “yo europeo”. El virrey Francisco Álvarez de Toledo prohibió el Inti Raymi y otras celebraciones propias de los pueblos conquistados por considerarlas ceremonias paganas y contrarias a la fe católica. Lo hizo en 1572. Sin embargo, como toda conquista nunca logra una colonización total, nunca alcanza la aculturación absoluta de los pueblos sometidos, el Inti Raymi se siguió celebrando de manera clandestina con mayor o menor convocatoria.
Es importante señalar que la civilización occidental, nutrida de diversas vertientes provenientes del norte de África y de Asia, asumió el Nativitas Lux, es decir el día del Sol Invictus, el 21 de diciembre, fecha correspondiente al hemisferio Norte. El significado es el mismo y también era pagano o precristiano. En el Imperio Romano tardío, el emperador Aureliano convirtió en oficial la fiesta del Sol Invictus en el año 274. Posteriormente, también en el siglo III, la Iglesia Católica la sustituyó por la Navidad o el imaginario nacimiento de Jesús, basándose en el hecho de que el nacimiento de la luz podía correrse algunos días. Más allá de esto, allá en el Norte, como aquí en el Sur, el origen de la celebración tiene que ver con la observación astronómica de pueblos que supieron desarrollar la agricultura como fuente de vida. Coinciden ambos con el inicio del solsticio de invierno. Es interesante resaltarlo, porque existe la idea colonizante de que la cultura nos vino desde Europa. El Norte y el Sur no se “conocían” antes de la conquista. Dicho de otra manera no se conocían antes de la soberbia modernidad avasalladora, pero en ambos hemisferios había civilizaciones que giraban en torno al Sol, que tenían técnicas agrícolas y de riego, que sabían de las bondades del tiempo de lluvias y de las maldades de las sequías. En esa simetría, que trasciende los escasos 500 años de la modernidad capitalista, se formaron civilizaciones milenarias. Entonces volvemos a Victoriano Puma Soncco. A tantos Victorianos cargando bultos y a tantas Quyllur criando hijos y apretando los dientes para ganarse el pan. Ellos y ellas sienten en sus corazones el nacimiento de ese Sol y abrigan la esperanza de tiempos mejores. En las últimas décadas, ha vuelto con fuerza el Inti Raymi de los antiguos quechuas, también llamado Willkakuti por los antiguos aymaras. Ha vuelto, como símbolo de resistencia, como afirmación de identidad. Ha vuelto diciendo: estamos aquí, a pesar de todo.