Stefanie Prezioso
Hace ya casi un año que Giorgia Meloni y su partido llegaron al poder en Italia. «No hay agitación», «no hay fascismo a la vista», «dejémosles seguir adelante» gritaban algunos. El resultado de las elecciones locales de mayo, con la clara victoria de la coalición gubernamental, que ganó en 10 ciudades, incluida el bastión tradicional de la izquierda italiana, Ancona, parecen darles la razón.
Sin embargo, el aumento del índice de abstención, en un momento en el que Italia lloraba a los quince muertos y a las decenas de miles de desplazados víctimas de las inundaciones que asolaron Emilia Romaña a principios del mismo mes, cuenta una historia diferente, la de la desesperación de una población que se hunde en la inseguridad y la pobreza y que parece querer dar la espalda al futuro[1].
En cualquier caso, Matteo Salvini y Giorgia Meloni están exultantes y miran ya a las elecciones europeas de 2024 en un contexto en el que la extrema derecha está en alza en toda Europa. No hay más que ver lo que ocurre en Suecia, Finlandia, Dinamarca, Alemania, Grecia e incluso España, donde el fracaso de Vox en las elecciones de julio no debe ocultar el hecho de que el Partido Popular (PP) estaba en cabeza en las encuestas. El PP es un partido de extrema derecha, reaccionario, con vínculos históricos con la dictadura que se llevó la mayoría de los votos de Vox, si bien Vox sigue siendo el tercer partido del país[2].
Como una apisonadora, la primera ministro Meloni y el líder de la Lega siguen adelante con el paquete de medidas de su gobierno. En el menú hay políticas sociales cada vez más regresivas, ataques a los derechos de las y los asalariados, las mujeres, la población inmigrante y las personas LGBTQIA+, así como la introducción de medidas que permitirán a este gobierno mantenerse en el poder durante mucho tiempo; Giorgia Meloni apuesta por el presidencialismo, Matteo Salvini por la «autonomía diferencial» o, como algunos la llaman, «la secesión de los ricos»[3].
No faltan motivos de preocupación. Por ejemplo, ¿cómo no cuestionar el nombramiento como jefa de la Comisión Antimafia de Chiara Colosimo, que tiene conocidos vínculos con miembros de los Nuclei Armati Rivoluzionari (NAR), la organización terrorista de extrema derecha responsable, entre otras cosas, del atentado en la estación de Bolonia del 2 de agosto de 1980 que mató a 85 personas e hirió a más de 200, un atentado que Giorgia Meloni y sus seguidores siguen negando que tuviera un trasfondo neofascista? En cierto modo, esta investidura «institucionaliza y ennoblece la historia del neofascismo en Italia», al tiempo que dificulta la investigación de sus vínculos con la mafia[4]. ¿Y cómo no preocuparse por la reciente toma de control de la televisión pública (RAI) por Roberto Sergio y Giampaolo Rossi, este último fiel colaborador de Giorgia Meloni, islamófoba, antisemita y racista a quien se le ha encomendado la función de «proteger la libertad, la transparencia, la objetividad, la imparcialidad, el pluralismo y la equidad de la información»?
La Italia que quiere modelar es un país despojado de los valores que presidieron su constitución tras la Segunda Guerra Mundial. Para lograrlo, su mejor aliado es el olvido oficial y generalizado. Tal fue el caso el 25 de abril, aniversario del levantamiento general convocado por el Comité de Liberación Nacional en 1945. En las semanas previas a esta conmemoración, periodistas y analistas retomaron la cuestión de la relación de este gobierno con el fascismo, buscando pruebas en las declaraciones públicas de que efectivamente se había «devuelto a los libros de historia» como sigue repitiendo Giorgia Meloni casi treinta años después de Gianfranco Fini, el cerebro de la transformación del neofascista Movimiento Social Italiano (MSI) en la Alianza Nacional.
La oposición, por su parte, pidió una postura claramente antifascista, o incluso una profesión de fe, a los mismos que se sientes orgullosos herederos de la otra historia. Un llamamiento vano y estéril de aquellos a los que el antifascista Vittorio Foa llamó «llorones» en 1938, que «ni siquiera pueden preguntarse cuáles son las verdaderas exigencias del trabajo de su adversario. Cuál es su voluntad, cuáles son sus pensamientos reales más allá de sus doctrinas estereotipadas: ¿cómo podemos luchar contra un enemigo que no conocemos?” [5] Un llamamiento contraproducente que, de ser atendido, podría acabar con la «chispa de esperanza» de la que hablaba Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia. ¿No deberíamos rescatar incansablemente a las víctimas -tantos hombres y mujeres encarceladas, deportadas y asesinadas por el fascismo- de la confusión en la que intenta sumirlas la actual «memoria selectiva» instrumental de la extrema derecha[6]? ¿No es la destrucción del sentido y del valor del compromiso antifascista, de esta lucha por la igualdad y la emancipación social, el corolario del «ex-post-filo-neo-para-fascismo» actual, sea cual sea el prefijo que decidamos ponerle a la palabra, y de su programa identitario? [7]
Los nietos de Mussolini
Uvez que se disiparon los temores iniciales y la prensa nacional e internacional se llenó de editoriales, el gobierno de Giorgia Meloni fue presentado cada vez más como un partido de derechas normal o en vías de normalización. Y la estabilidad de la intención de voto para el partido de Meloni (30%) parece que reforzará esta imagen, mientras que, para uno de cada dos italianos, el gobierno de Meloni sigue siendo firme y compacto. El historiador liberal Giovanni Orsina llega incluso a describirlo como un «gobierno de centro»: «(…) ¿Y usted habla de fascismo? (…): mantiene las cuentas en orden, intenta aplicar el Plan de Recuperación y Resiliencia de Italia (PNRR), preserva la continuidad de las cooperativas y gestiona lo mejor que puede los flujos migratorios. De vez en cuando, sí, algunas provocaciones, sobre el antifascismo o lo que sea, es lo mínimo para demostrar que Italia está administrada por la derecha[8]».
Es cierto que la palabra fascismo se ha convertido en una especie de tótem blandido sin ningún análisis serio, no sólo de los fenómenos del pasado, sino también de lo que los tufillos del pasado nos dicen sobre esta derecha adaptada a los nuevos tiempos[9]. El debate está hipnotizado por el uso de la palabra, como si fuera la única forma de salir de la niebla en la que estamos sumidos.
El desarrollo de esta nueva (?) extrema derecha merece un análisis meticuloso y preciso, que es la única manera de combatirla, tanto en Italia como en todas partes. Esta es la tarea que han abordado en los últimos meses muchos analistas, y los libros que empiezan a aparecer son un testimonio elocuente de ello: Antonio Palladino acaba de publicar Meloni segreta, David Broder, Mussolini’s Grandchildren y Salvatore Vassallo y Rinaldo Vignati Fratelli di Giorgiads[10]. Todos estos ensayos intentan, cada uno a su manera, definir los contornos de essa derecha, su composición, sus orígenes y los vínculos que puede o no reivindicar con la extrema derecha, la de antes y la de hoy. Se centran en los vínculos de Giorgia Meloni y su partido con el fascismo de la República de Saló (RSI) y el neofascismo de posguerra, pero también en los cambios que estos legados han experimentado en los últimos años, haciendo del gobierno de Meloni tanto el primero surgido de esta experiencia como algo más, un «nuevo» animal político.
La figura de Ignazio Benito La Russa, actual presidente del Senado, es quizá la que mejor y más encarna la pretendida continuidad con el RSI y el neofascismo de posguerra. Hijo de un miembro del Partido Nacional Fascista Siciliano, se convirtió en uno de los líderes del MSI. En 1972, el director Marco Bellocchio comenzaba su película Sbatti il mostro in prima página con una reunión del mismo La Russa en Milán, con el pelo largo, aspecto ligeramente ilustrado y llamando a luchar contra los «enemigos» de Italia, al son de «El comunismo no pasará». Cincuenta años después, el 28 de diciembre de 2012, junto con Guido Crosetto, antiguo miembro de la Democracia Cristiana que se unió a Forza Italia, y Giorgia Meloni, antigua miembro del movimiento juvenil MSI, La Russa fundó la asociación Fratelli d’Italia, retomando las palabras iniciales del himno nacional italiano. Personaje a menudo retratado como una caricatura de la nostalgia, su presencia al frente del Senado brindó a los neofascistas la oportunidad de vengarse «de la historia»[11].
Esto es tanto más cierto cuanto que junto a La Russa, en el gobierno, se encuentra Isabella Rauti, subsecretaria de Estado en el Ministerio de Defensa, que recientemente celebró el nacimiento del MSI refiriéndose al Señor de los Anillos de Tolkien y hablando de esas «raíces profundas que nunca se congelan». Es hija de Pino Rauti, seguidor de Julius Evola, antiguo colaborador de la República de Saló, terrorista neofascista y fundador de la organización Nuevo Orden, responsable del atentado en la plaza Fontana de Milán el 12 de diciembre de 1969, en el que murieron 17 personas y 88 resultaron heridas.
En el gobierno italiano también figuran Paola Frassinetti, subsecretaria de Estado del Ministerio de Mérito y Formación, que en 2017 rindió homenaje en Milán a los muertos de la RSI; y Daniela Santanché, ministra de Turismo, que declaró estar «orgullosa de ser fascista», si ser fascista significa «luchar contra la hegemonía cultural de la izquierda, expulsando a los inmigrantes ilegales», entre los aplausos del público al son de «Duce, Duce»[12].
Y los neofascistas levantan la cabeza: basta pensar en los que, el 29 de abril en Milán, conmemoraron la muerte de Sergio Ramelli (miembro del movimiento juvenil MSI asesinado en 1975 por militantes de la extrema izquierda Avanguardia Operaia[13]), con la cabeza rapada, los brazos extendidos y gritando «Presente» a la manera de los fascistas de los años veinte. Esta manifestación tiene lugar todos los años y traza un vínculo de continuidad entre Ramelli y los fascistas ejecutados el 29 de abril de 1945, miembros de la escolta de Benito Mussolini (cuyo cuerpo está expuesto, en la misma fecha, colgado por los pies en la Piazzale Loreto de Milán). La reunión de unos cuantos nostálgicos (alrededor de mil este año) se inscribe, sin embargo, en un discurso propugnado por el gobierno de derechas, que no cesa de designar al antifascismo como el único enemigo real de la República.
Esta criminalización desata y legitima la violencia de los grupos juveniles neofascistas, como en Florencia, donde los estudiantes de izquierdas fueron apaleados a la salida de su instituto el pasado mes de febrero, y más recientemente en Roma, donde el gobierno guardó un silencio ensordecedor. El ministro de Educación y Mérito llegó incluso a amenazar a la directora del liceo de Florencia que, en una carta a sus alumnos, había comparado esta violencia con la de los escuadrones fascistas de principios de los años veinte: «Se trata de iniciativas instrumentales que expresan una politización que, espero, ya no tiene cabida en las escuelas; si la actitud persiste, veremos si es necesario tomar medidas», declaró[14].
A pesar de la reciente condena, en abril de 2018, de trece neofascistas por violar las dos leyes (Scelba y Mancino) contra la exaltación del fascismo, los neofascistas parecen gozar de cierta impunidad, hasta el punto de que los atentados continúan, como el 18 de julio, cuando cinco neofascistas armados con martillos, palos y explosivos irrumpieron en la fiesta de Rifondazione comunista de Quinzano (provincia de Verona).
Giorgia Meloni, por su parte, reivindica abierta y orgullosamente la herencia del MSI, desde su fundación, llamándose a sí misma «hija de esta tradición política», y dedicando su victoria electoral a «sus muertos», señalando a Giorgio Almirante, jefe de gabinete del Ministerio de Cultura de la República de Saló y fundador del MSI, como su padre espiritual[15]. Se trata de una constante para la lideresa de Fratelli d’Italia, que elogia a un «patriota» por su «amor incondicional a Italia, su honestidad, su coherencia y su valentía»[16]. Se dirige así al «vientre» de su partido, el de la «llama», el alma aún viva de Mussolini, en el centro del logotipo de Fratelli d’Italia, y a los neofascistas de ayer y de hoy, sin los cuales ni ella ni su partido existirían en el escenario político italiano y que cuentan con este gobierno para hacer avanzar su agenda política.
Quemar hasta los cimientos la memoria de las luchas pasadas
Hay pocas dudas sobre la herencia (neo)fascista de Fratelli d’Italia. Su panteón está repleto de figuras del régimen de Mussolini, como Rodolfo Graziani, Italo Balbo y Giorgio Almirante, que se presentan como buenos patriotas, una narrativa familiar para este grupo político desde el final de la Segunda Guerra Mundial. ¿No era el lema del MSI «ni negar ni restaurar»? Sin embargo, enfatizar estas raíces, aunque fueron reivindicadas incluso en el discurso de investidura de Giorgia Meloni, parece cada vez más probable que quede relegado, en el mejor de los casos, a una forma de condena moral abstracta y, en el peor, a pura jerga, eslóganes anacrónicos que no deberían tener cabida en el siglo XXI.
Después de todo, cuando Gianfranco Fini viajó a Jerusalén hace veinte años, habló del «mal absoluto», refiriéndose al fascismo. ¿No ha repetido en numerosas ocasiones Giorgia Meloni que había enviado el fascismo a los libros de historia? Repetidas una y otra vez, estas declaraciones parecen hablar por sí solas. Y, sin embargo, ¿no deberíamos mirar más de cerca cuando quienes las hacen están vinculados a los criminales del pasado? [17] Por ejemplo, ¿qué significa para la derecha definir el fascismo como «el mal absoluto»? ¿El propio uso de esta expresión no pretende liberar a las generaciones futuras de cualquier análisis serio del fenómeno? Desde este punto de vista, ¿»devolver el fascismo a los libros de historia» no es simplemente «una invitación a abandonar una insoportable reliquia del pasado a la corriente silenciosa del gran río del tiempo»?[18]
La carta enviada por Giorgia Meloni al diario Corriere della Sera con motivo de la conmemoración del 25 de abril es una buena ilustración. Fue en esta fecha, hace 78 años, cuando el Comité de Liberación Nacional lanzó una insurrección general en las ciudades aún ocupadas del norte de la península. Desde 1946, el 25 de abril forma parte del calendario cívico de la República Italiana «nacida de la Resistencia», y desde entonces esta fecha apenas logra imponerse como el día de la «unidad nacional», hasta el punto de que ya en 1948, tras las elecciones del 18 de abril y la victoria de los democristianos, se prohibió la conmemoración de la liberación. En 1944, el democristiano Alcide de Gasperi, futuro primer presidente del Consejo de la República, ya había defendido que el antifascismo debía seguir siendo un «fenómeno político contingente que, a partir de cierto momento, por el bien y el progreso de la nación, [debería] ser superado por nuevas solidaridades políticas, más inherentes a las corrientes esenciales y constantes de la vida política [italiana]»[19].
El final de la «unidad antifascista» de la Resistencia, marcado por la exclusión del poder de la izquierda italiana en mayo de 1947, dio paso a la guerra de silencio. La ausencia de los relevos oficiales necesarios para mantener la memoria del antifascismo y de la Resistencia a escala nacional (programas escolares, edificios públicos, etc.) tuvo mucho que ver en ello. Por ejemplo, no existía una política nacional para cambiar el nombre de las calles al final de la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco un Museo Nacional de la Resistencia, cuya construcción se plantea hoy, 80 años después del inicio de la guerra de resistencia.
A principios de la década de 1950, se propusieron al Parlamento proyectos de ley liberticidas dirigidos específicamente contra la izquierda. Como signo de la transición definitiva de la unidad antifascista al poder democristiano, los antiguos partisanos fueron condenados, procesados y despedidos de la policía italiana. Al mismo tiempo, los antiguos miembros de los cuerpos del ejército de la República de Saló encontraron un lugar importante en la policía, mientras que la purga de dirigentes fascistas llegó a su fin con la ley de amnistía general decretada en junio de 1946 por el líder comunista Palmiro Togliatti.
Sin embargo, este año el aniversario ha cobrado un significado especial con la entrada en funciones de lo que el historiador David Broder denomina «los nietos de Mussolini», trazando la historia del Movimiento Social Italiano y sus transformaciones a lo largo de los últimos 77 años, pero también la banalización del fenómeno que lo acompañó. En efecto, por primera vez desde el nacimiento de la República Italiana, el 2 de junio de 1946, es una primera ministra abiertamente anti-Antifascista la que ha celebrado la liberación. No es que otros antes que ella se hubieran distanciado de esta fecha, o se hubieran negado a participar en ella (recordemos las numerosas declaraciones de Silvio Berlusconi al respecto), pero esta vez se trataba de alguien que portaba el legado de otra historia, la de, por utilizar la frase de Giorgio Almirante, aquellos que eran «extraños a la democracia de la Italia de posguerra», en resumen, «fascistas en democracia», con toda la ambigüedad que ello implica[20].
Lo que llama la atención de la posición de Giorgia Meloni son sobre todo las «omisiones»: nada sobre la violencia fascista, sobre la represión que dejó cientos de miles de muertos y prisioneros, sobre las guerras coloniales, las masacres en Etiopía y la política genocida en Libia, sobre la proclamación de las leyes raciales y racistas de 1938, nada sobre la entrada en la guerra, sobre la violencia masiva del fascismo italiano en los territorios ocupados, en particular en la entonces Yugoslavia, que dejó más de 250.000 muertos en 29 meses, nada tampoco sobre las deportaciones, la República de Saló, las torturas y las decenas de miles de muertos en la lucha de la Resistencia y la serie ininterrumpida de masacres perpetradas por los nazis y los fascistas, y más en general, ni una palabra sobre el antifascismo, ni siquiera una mención del término[21].
Lo que sí recuerda Giorgia Meloni es el final del Ventennio fascista (sin adjetivarlo), la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi, los bombardeos y las persecuciones antisemitas, estas últimas en el centro de un dispositivo narrativo que ignora tanto más a los verdugos fascistas lavanco la caara a la extrema derecha, como señalaba recientemente Philippe Mesnard para Rassemblement National (Francia). El ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, antiguo miembro del MSI, anunció la construcción de un museo de la Shoah, insistiendo en el «deber de memoria», concepto vaciado del significado que le atribuía el escritor y antiguo deportado Primo Levi. La monumentalización de la memoria de Auschwitz, su aseptización y su institucionalización contribuyen paradójicamente al olvido sobre el que los herederos del antisemita Almirante, director del periódico La Difesa della razza, construyen su legitimidad democrática; un olvido que se refleja concretamente en el hecho de que hoy el 15,6% de la población italiana no cree en el genocidio, es decir, unas seis veces más que hace veinte años[22].
Los nietos de Mussolini se apoyan en la «pacificación/equiparación» entre los bandos enfrentados que el MSI preconiza desde los años cincuenta y que se ha extendido tanto más en la opinión pública italiana cuanto que, durante los últimos treinta años de ofensiva revisionista de la derecha pluralista en busca de la hegemonía, ha sido abrazada incluso por el Partido Demócrata y sus partidarios. Testigo de ello es la reciente inauguración de un museo dedicado a la República de Saló, cuya exposición fue supervisada por el historiador Giuseppe Parlato, presidente de la Fundación Ugo Spirito y Renzo De Felice, el mismo que recientemente proclamó en el congreso del think tank de extrema derecha Nazione Futura la necesidad de crear historiadores para que la derecha «que una vez perdió la guerra, no pierda también la paz»[23]. Esta lectura de la historia se basa en la asimilación y la analogía, para acusar y condenar mejor al antifascismo y a los movimientos de resistencia rojos que, según el presidente del Senado, no tenían como objetivo ni la libertad ni la democracia.
Lo mismo puede decirse de la insistencia de Giorgia Meloni, en su carta del 25 de abril sobre las «ejecuciones sumarias» en la Italia de la posliberación, que dejaron unos 10.000 muertos, y sobre los foibe, es decir, las víctimas de la ola de violencia que siguió al armisticio en la antigua Yugoslavia, llamados así por las fosas donde se enterraron muchos cadáveres. En 2004, el gobierno de Berlusconi decidió instituir un «Día del Recuerdo» cada 10 de febrero en su honor. Durante casi dos décadas, este «Día del Recuerdo» ha servido de pretexto a la derecha y a la extrema derecha para presentar un genocidio paralelo, el de los italianos, supuestamente ignorado por los historiadores durante la Guerra Fría. Los historiadores revisionistas y los ideólogos de derechas se refieren a los 4.500 muertos y a los 250.000 refugiados como víctimas de la «salvaje violencia comunista». Siempre que se mencionan los crímenes fascistas, no dejan de mencionar este genocidio olvidado, como para contrarrestar los asesinatos en masa cometidos por el régimen de Mussolini[24].
Esta irónica inversión de la historia es tanto más insoportable cuanto que las víctimas del fascismo son rehenes de una utilización política que las elude, condenándolas por segunda vez a la muerte. Así lo demuestra la conmemoración en Roma del 79º aniversario de la masacre de las Fosas Ardeatinas. El 24 de marzo de 1944, 335 rehenes fueron fusilados tras un ataque partisano en la Via Rasella de Roma, «porque eran italianos», escribió Giorgia Meloni. La primera ministra omitió deliberadamente el hecho de que estos «italianos» no eran todos italianos, que a los ojos de sus verdugos eran sobre todo antifascistas, opositores políticos, miembros de la Resistencia y judíos, y que los que participaron en la masacre y contribuyeron a la lista de «Toteskandidaten» también eran italianos. Antifascistas que pagaron su compromiso con la vida, hombres y mujeres que no fueron, como dice Giorgia Meloni, «víctimas inocentes»: «Los que fueron asesinados en las Fosas Ardeatinas eran ciertamente culpables», escribe el historiador Giovanni de Luna, «desde el punto de vista de quienes los mataron. Y su culpabilidad residía precisamente en haber elegido un bando. Calificarlos de inocentes es negar toda conciencia y dignidad a esa decisión: si murieron, no fue para gritar su inocencia, sino para arrojar su culpabilidad a la cara de sus verdugos»[25].
Unos días más tarde, el presidente del Senado, Ignazio la Russa, volvió a esgrimir la manida narrativa de la supuesta relación causa-efecto entre las acciones de los resistentes y la masacre de las Fosas Ardeatinas, refiriéndose a Via Rasella como una página ignominiosa en la historia de la Resistencia, que había atacado «a una banda de músicos semiretirados y no a nazis de las SS», y actuado con «pleno conocimiento del peligro de represalias contra ciudadanos romanos, antifascistas o no»; una visión que trata de imponer que la resistencia fue inútil para liberar el país y que los partisanos trajeron la guerra civil al país, siendo responsables, en última instancia, de las masacres que afectaron a la población civil.
El llamamiento de Giorgia Meloni a la concordia nacional el 25 de abril fue acompañado de una relectura del papel de la derecha neofascista en la posguerra. la primera ministra llegó a sostener que el MSI había «conducido a millones de italianos de derechas del fascismo a la democracia»[26]; una clara alusión a las declaraciones de Ignazio La Russa que, unos años antes, había elogiado la capacidad de Giorgio Almirante para conducir a «estos hijos no deseados de otra unión» hacia la democracia[27].
Junto a la proliferación de nuevas fechas que la mayoría gubernamental querría celebrar (y no faltan propuestas, como dedicar el 25 de marzo a la nueva vida o el 15 de junio a los «hijos de Italia»), está la reapropiación, transformación y distorsión del significado del calendario cívico. Por ejemplo, Chiara Colosimo tomó posesión de su cargo el mismo día de la conmemoración de la muerte del juez Giovanni Falcone, de su esposa Francesca Morvillo y de los tres miembros de su escolta, Antonio Montinaro, Vito Schifani y Rocco Dicillo, mientras se impedían las manifestaciones en su honor, en particular las organizadas por la Confederación General del Trabajo y las asociaciones estudiantiles, para no «perturbar las celebraciones oficiales».
E 1 de mayo el día elegido por Giorgia Meloni para asestar un golpe decisivo a las clases trabajadoras, anunciando las principales medidas del Decreto Laboral en un breve vídeo de tres minutos: la desregulación de los contratos temporales; la extensión de cupone el el sector turístico y agrícola, donde el trabajo no declarado y mal pagado es endémico y se asemeja a la esclavitud moderna; la reducción de las cotizaciones a la Seguridad Social de las y los asalariados, una especie de subvención indirecta a los empresarios a los que se exime de conceder aumentos salariales mientras la inflación se situaba al mismo tiempo en el 8%; por último, la supresión de la renta de ciudadanía para los empleables, es decir, las personas que, según el gobierno, deberían poder encontrar un empleo, aunque no está claro cómo; en cuanto a los demás, los no empleables (pobres con hijos menores, personas con discapacidad o mayores de 60 años), la renta de ciudadanía se transforma en subsidios de integración. El 28 de julio se notificó por SMS a 169.000 familias que se retiraba la renta de ciudadanía. Dos tercios de quienes la perciben se encuentran en las regiones más pobres del sur de la Península, y tendrán que depender de los servicios sociales de su municipio de residencia, pero faltan recursos. Desde el anuncio de estos recortes, la cólera y la desesperación no han dejado de aumentar y de expresarse en los institutos de asistencia social. Un hombre de 60 años amenazó con prenderse fuego. Y el gobierno prosigue su guerra contra los pobres sin descanso.
Una cruzada contra la igualdad
El filósofo alemán Walter Benjamin escribió: «El don de encender la chispa de la esperanza en el pasado sólo pertenece al historiador que está perfectamente convencido de que, frente al enemigo, si éste vence, ni siquiera los muertos estarán a salvo”. Y continuó: «Y este enemigo no ha dejado de ganar». En la Italia de hoy, este enemigo se apoya en el olvido, un olvido impregnado de falsos rumores, habladurías y falsificaciones sobre el pasado, pero también y más profundamente en la muerte del principio de esperanza. El paradigma de la víctima desempeña un papel fundamental en esta narrativa, fomentando lo que Zygmunt Bauman denominó la «producción social de la indiferencia moral»[28].
La banalización del discurso difundido por los «nietos de Mussolini» se ve favorecida por su normalización en la escena pública y la «adaptación ideológica a sus pasiones mortificantes»[29].
Es el caso, por ejemplo, de quienes, como el periodista de La Repubblica Corrado Augias, apuestan por la transformación del Fratelli d’Italia en «un partido conservador basado en el modelo europeo, liberal, culturalmente avanzado [sic], manteniendo ciertos valores en la base de la idea de nación»[30], descartando tanto el programa del partido como las políticas reales aplicadas por el gobierno italiano. Llama la atención que el artículo de Corrado Augias apareciera sólo unos meses después del discurso de Giorgia Meloni en un mitin electoral del partido de Santiago Abascal, cuyos puntos de vista, subrayó repetidamente, eran idénticos a los de Fratelli d’Italia: «Toda nuestra identidad está siendo atacada», afirmó, arremetiendo contra la «ideología ecologista de Greta Thunberg» y el «fundamentalismo climático», así como contra lo que denominó «ideología de género», cuyo objetivo, según ella, es «la desaparición de la mujer y, sobre todo, el fin de la maternidad». “Defender a las mujeres», continuó, «también significa no permanecer en silencio ante la inseguridad y la creciente violencia étnica».
También atacó a la izquierda «farisaica», que, según ella, pretende «destruir la identidad, la centralidad del individuo y los logros de nuestra civilización». Y en un crescendo de violencia, desgranó su credo político: «Sí a la familia natural, no al lobby LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamista; sí a la seguridad de las fronteras, no a la inmigración masiva; sí al trabajo de nuestro pueblo, no a las finanzas internacionales; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas; sí a nuestra civilización, no a los que quieren destruirla»[31].
Giorgia Meloni y sus seguidores están librando una auténtica cruzada por la desigualdad; una guerra contra las y los oprimidos, contra las condiciones de vida y de trabajo de las personas asalariadas (decreto laboral, rechazo del salario mínimo definido por Antonio Tajani, ministro de Asuntos Exteriores y nuevo líder de Forza Italia, como innecesario porque Italia «no es la URSS»), contra el derecho de manifestación (decreto anti-rave), contra el derecho de huelga (requisición de transportes), contra las mujeres (los parlamentarios europeos de la Lega, Fratelli d’Italia y algunos de los de Forza Italia se han negado a ratificar el Convenio de Estambul), contra las personas LGBTIQ (la más reciente, la negativa a transcribir la filiación de un niño nacido en el extranjero de padres del mismo sexo), contra los inmigrantes (incluida la promulgación del «estado de emergencia migratoria», cuyo principal objetivo es transmitir a la opinión pública la idea de que la inmigración es un cataclismo, ajeno a la nación, enemigo de su bienestar y que debe combatirse. Por no hablar de la necesidad de garantizar que los barcos que rescatan a los migrantes tengan que desembarcarlos en puertos lejanos.
Esta cruzada va acompañada de una guerra ideológica que criminaliza a los contrarios a la nación, es decir, a los marxistas, a los movimientos climáticos (definidos como ecoterroristas), a las feministas, a los movimientos LGBTIQ, a las ONG, a las organizaciones antirracistas, antifascistas o, más en general, progresistas. Al hacerlo, también define los contornos de una identidad nacional basada, según su narrativa, en la «evidencia de la existencia de una etnia italiana», por utilizar las palabras del ministro de Agricultura Francesco Lollobrigida.
Para afirmar su hegemonía cultural y política, esta extrema derecha pretende «crear y narrar el imaginario italiano»[32]. Se apoya en la RAI, confiada recientemente a Giampaolo Rossi, partidario de la teoría de la gran reemplazo, cuando según un sondeo reciente, cerca del 40% de la población italiana está convencida del «peligro real de sustitución étnica»[33]. Desde finales de julio, el Centro de Cinematografía está bajo el control directo del ejecutivo[34]. También se beneficia de sus propias redes políticas y culturales. Así ocurrió el 6 de abril en el acto organizado por Nazione Futura, titulado «Pensar el imaginario italiano. Asamblea General sobre la Cultura Nacional». Saldar cuentas con el pasado para reconfigurar el futuro. Olvidar el sentido de la historia para anclar a los italianos en una identidad inmóvil y eterna, hecha de santos patronos, fiestas de pueblo y tradiciones culinarias que el ministro Lollobrigida espera que pasen a formar parte del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad[35]; una identidad que se vería amenazada por las y los extranjeros, es decir, por toda aquella gente a la que se define como ajenos a la comunidad nacional: éste es el núcleo de la amplia revisión cultural en la que el gobierno de Meloni está trabajando con diligencia, labrando un terreno ya arado en gran parte por los treinta años de gobierno de Berlusconi.
Aunque no se puede ignorar la evidente genealogía fascista de este movimiento de derechas, ello no debe ocultar los elementos novedosos que contiene[36]. Para ilustrar esta transformación, David Broder, en su reciente libro, menciona la referencia a la llama en las memorias de Giorgia Meloni: «Si esto ha de acabar en fuego / Entonces deberíamos arder todos juntos / Ver las llamas subir alto en la noche». No se refiere a Julius Evola ni a Mussolini, sino a una canción de Ed Sheeran de la película El Hobbit, basada en la novela de Tolkien, un autor con el que la lideresa de los Fratelli d’Italia tiene una verdadera obsesión[37]. Una especie de herencia rebautizada, mezcla de lo antiguo y lo nuevo, más adaptada a nuestra era posdemocrática, caracterizada por el escaso margen de iniciativa que se deja a una población que se siente cada vez más incapaz de cambiar el curso de las cosas mediante la acción colectiva. Una población aturdida y mitrada por el pensamiento y el vocabulario de la extrema derecha, que contamina la escena pública italiana desde hace más de treinta años. Una población harta de la retórica del miedo utilizada hasta la saciedad por el Partido Demócrata y sus aliados, los mismos que en las últimas décadas han encarnado el «realismo capitalista» al que se refería Mark Fisher, el realismo que presenta el capitalismo neoliberal y sus políticas concretas con sus consiguientes privatizaciones, recortes del gasto público, miseria, desempleo, destrucción de la protección social y deterioro de las condiciones de vida y de trabajo como la única opción posible [38].
Una vez más, Italia parece ser el laboratorio de lo peor. Ni la indignación ni la vergüenza, esa formidable fuerza revolucionaria descrita por Karl Marx, parecen capaces de detenerlo. En ausencia de un horizonte de expectativas, donde el campo de la experiencia (la memoria de las luchas de las y los oprimidos) parece haberse reducido a cenizas, los fantasmas del pasado se proyectan sobre el futuro[39].
Publicado originalmente en Viento Sur. 29/08/2023
Notas
[1] Adriano Prosperi, Un tempo senza storia. La distruzione del passato, 2021, pp. 11, 19.
[2] Jason Horowitz, «Los partidos de extrema derecha están subiendo al poder en toda Europa. Is Spain next?», The New York Times, 9/07/2023.
[3] Alfonso Gianni, «La secessione dei ricchi», Il Manifesto, 5/01/2023.
[4] Giancarlo Minaldi, «23 maggio 2023: una data spartiacque», MicroMega, 26/05/2023.
[5] Carta de Vittorio Foa, 10 de junio de 1938, en Lettere della giovinezza. Dal carcere 1935-1943, Turín, Einaudi, 1998, p. 422.
[6] Philippe Mesnard, «La mémoire sélective de l’extrême droite», AOC, 2/05/2023.
[7] Paolo Flores d’Arcais, «Nemici dell’antifascismo, nemici della Repubblica, nemici dell’Italia», MicroMega, 24/04/2023.
[8] Giovanni Orsina, «L’eterna trappola dell’identità», La Stampa, 24/04/2023.
[9] Natascha Strobl, Radikalisierter Konservatismus. Eine Analyse, Berlín, Suhrkampf Verlag, 2021.
[10] Andrea Palladino, Meloni segreta. Origini, ascesa e trionfo di una lady di ferro vestita di nero, Florencia, Ponte alle Grazie, 2023; David Broder, Mussolini’s Grandchildren. Fascism in Contemporary Italy, Londres, Pluto Press, 2023; Salvatore Vassallo, Rinaldo Vignati Fratelli di Giorgia. Il partito della destra nazional-conservatrice, Bolonia, Il Mulino, 2023.
[11] Paolo Berizzi, «Sede di Fratelli d’Italia nel Pavese intestata ad Italo Balbo», Repubblica, 22/11/2022.
[12] David Broder, Mussolini’s Grandchildren…; p. 278
[13] «Saluti romani e camerati. L’estrema destra ricorda Sergio Ramelli», 29/04/2023.
[14] «Valditara: ‘impropria’ la lettera della preside di Firenze sul fascismo. Insorge l’opposizione», Ansa.it, 24/02/2023.
[15] Giorgia Meloni, Io sono Giorgia. Le mie radici, le mie idee, Milán, Rizzoli, 2021, p. 92.
[16] Citado por Mark Thomas, «¿El regreso del fascismo a Italia? El significado de los Fratelli d’Italia», alai.info, 4/05/2023.
[17] Patrick Mesnard, «La mémoire sélective», art. cit.
[18] Adriano Prosperi, Un tempo senza storia, p. 32.
[19] Alcide de Gasperi, I cattolici dall’opposizione al governo, Bari, 1955, p. 504.
[20] Discurso de Giorgio Almirante en el Congreso del MSI de 1956, citado en David Broder, Mussolini’s Grandchildren, p. 34.
[21] Véase este enlace.
[22] Adriano Prosperi, Un tempo senza storia, p. 11.
[23] «Pensare l’immaginario italiano. Stati generali della cultura nazionale», Nazione Futura, 6/04/2023; sobre el museo, véase Enrico Mirani, «Dalla caduta del regime alla fine di Mussolini: il MuSa di Salò racconta la Repubblica sociale», Giornale di Brescia, 1/07/2023.
[24] Eric Gobetti, E allora le foibe, Bari, Laterza, 2021.
[25] Giovanni de Luna, «Tra i carnefici delle Fosse Ardeatine anche Italiani. Il passato non si può cancellare», La Stampa, 25/03/2023. Sobre los Fosse Ardeatine, véase Alessandro Portelli, L’ordine è già stato eseguito. Roma, le Fosse Ardeatine, la memoria, Roma, Donzelli, 1999 (traducción al inglés, The Order has been carried out. Historia, memoria y significado de una masacre nazi en Roma, Londres, Palgrave 2007).
[26] Giorgia Meloni, Corriere della Sera, 25/04/2023.
[27] David Broder, Mussolini’s Grandchildren, p. 252; también «Io ti odio», Piazza Pulita, La7, 9/11/2017.
[28] Modernité et Holocauste, París, La Fabrique, 2002, p. 47.
[29] Edwy Plenel, L’appel à la vigilance face à l’extrême droite, París, La Découverte, 2023, p. 11.
[30] Corrado Augias, «I nuovi conservatori», Repubblica, 27 de octubre de 2022.
[31] Para ver su discurso completo en Marbella el 14 de junio de 2022, véase este vídeo.
[32] Leonardo Bianchi, «Il governo Meloni verrebbe mettere a capo della RAI un filoputiniano ossessionato da Soros e dalle teorie del complotto», Valiglia Blu, 6/05/2023.
[33] 55º Informe Censis.
[34] «Le mani sul cinema, la conquista del Centro», Il Manifesto, 5/08/2023.
[35] Indra Galbo, «Andrea Zanin nominato ambasciatore per la candidatura delle cucina italiana a Patrimonio culturale immateriale dell’Umanità», Gambero Rosso, 2/08/2023.
[36] David Broder, Mussolini’s grandchildren, p. 57.
[37] Jason Horowitz, “Hobbits and the Hard Right. How Lord of the Ring inspires Italy’s Giorgia Meloni”, The New York Times, 21/09/2022.
[38] Mark Fisher, «How to Kill a Zombie: Strategizing the End of Neoliberalism», Opendemocracy.net, 18/07/2013.
[39] Simon Levis Sullam, Milán, Feltrinelli, 2021.